Cien años del revolucionario que estremeció al mundo

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La prueba del verdadero carácter de clase de la guerra no se encontrará en la historia diplomática, sino en un análisis de la situación objetiva de las clases dominantes. Para describir esa situación objetiva no hay que tomar ejemplos o datos aislados, sino tomar todos los datos sobre los fundamentos de la vida económica las potencias y del mundo entero.
V. I. Lenin, Imperialismo, fase superior del capitalismo

El Gobierno de España sí asumirá el mandato de la OTAN y apoyará a la nefasta coalición que se arroga la categoría de «Guardianes de la prosperidad». Por mucha pantomima de rechazo que hagan los socios, con oportunismo vergonzoso. ¿Por qué era previsible que no podían negarse? Porque de un Gobierno imperialista, dependiente de todas las estructuras imperialistas -colaboracionista de su poder militar, carente de soberanía por dominación financiera, sus instituciones supeditadas al alineamiento geopolítico-, solo podía obtenerse una respuesta: sumisión al imperialismo.

Si un trabajador normal como yo puede llegar a hacer reflexiones similares a esta (que seguramente no es muy desarrollada pero sin duda es más certera que las explicaciones ofrecidas por los telediarios) es gracias a dos circunstancias muy simples, estar medianamente informado de la actualidad y tener un conocimiento básico de la teoría de Vladimir Ilich, Lenin.

En Diez días que estremecieron el mundo, John Reed, periodista norteamericano que fue testigo de la Revolución de Octubre, describe lo que observó en Petrogrado en forma de crónica con interesantes documentos testimoniales. En uno de los episodios que retratan lo que Reed vio en las calles, se narra un curioso diálogo:

«Nos encaminamos a la ciudad. A la salida de la estación había dos soldados armados de fusiles, con la bayoneta calada. Los rodeaba un centenar de comerciantes, funcionarios y estudiantes que los atacaban con apasionados argumentos e imprecaciones. Los soldados se sentían molestos como niños castigados injustamente.
– Creo que está claro para vosotros -decía insolente un estudiante- que al levantar las armas contra vuestros hermanos os convertís en instrumento en manos de bandidos y traidores.
– No, hermano -respondió seriamente el soldado- vosotros no comprendéis. En El Mundo hay dos clases, proletariado y burguesía, nosotros…
– Me sé yo esas estúpidas charlatanerías -le interrumpió el estudiante- los mujiks ignorantes como tú os habéis hartado de consignas, pero no sabéis ni quién lo dice ni lo que eso significa, repites como un papagayo.
– Bueno, sí, comprendo -respondió el soldado-, usted por lo visto es un hombre instruido y yo soy muy simple, pero…
– Me figuro que crees en serio -lo interrumpió con desprecio el estudiante- que Lenin es un amigo verdadero del proletariado.
– Sí que lo creo -respondió el soldado, que estaba pasando un gran apuro-.
– Bien, amigo, pero sabes tú que a Lenin lo mandaron de Alemania en un vagón precintado, sabes que a Lenin le pagan los alemanes.
– Bueno, eso yo no lo sé -respondió el soldado-, pero a mí me parece que Lenin dice lo que yo quisiera escuchar, y toda la gente del pueblo dice lo mismo, porque hay dos clases, burguesía y proletariado, y el que no está con una clase está con la otra«.

Resulta llamativo para el ciudadano actual, en especial de un país desideologizado y sin organización obrera como España, el nivel de conciencia del soldado. ¿Alguien imagina a un agente de las fuerzas de seguridad españolas de hoy hablando en semejantes términos mientras desempeña su trabajo?

Ese envidiable nivel de efervescencia política, ¿cómo se consigue, más en un inmenso país con una gran parte de la población antes de la URSS mayoritariamente analfabeta y sin otro acceso a información que los folletos y periódicos clandestinos?

Reed, en el prefacio de la misma obra, cita: «los extranjeros, especialmente los norteamericanos, subrayan la ignorancia de los obreros rusos. Cierto, les falta la experiencia política de los pueblos occidentales, pero en cambio han cursado una escuela magnífica en sus asociaciones voluntarias. En 1917 las cooperativas contaban con más de doce millones de afiliados y los soviets son una manifestación portentosa. Probablemente no haya pueblo en todo el mundo que haya estudiado tan bien la teoría socialista y su aplicación a la práctica«.

La aportación teórica de Lenin es inmensa, tanto como su prolifica obra, pues escribía tras cada suceso político las conclusiones que extraía de cada experiencia, aplicación real de la dialéctica teoría/praxis. Si imagináramos, como hicimos en este medio, un texto similar al famoso suyo, unas Tres fuentes y tres partes integrantes del leninismo, podríamos obtener que de las fuentes marxistas (desarrollo de la dialéctica hegeliana, los avances económico-políticos de El Capital, el asentamiento del socialismo científico), Lenin evoluciona sus correspondientes tres partes integrantes: el enriquecimiento del materialismo dialéctico, la descripción del imperialismo como fase superior del capitalismo y el análisis concreto del momento concreto.

Incluso cien años después, la comprensión sensata de nuestro mundo, como clase obrera, pasa inevitablemente por aportaciones teóricas leninistas como el desarrollo del concepto de Estado o las características del imperialismo, así como el leninismo resuelve polémicas que el capitalismo reabre de manera recurrente para su beneficio como el asunto de la autodeterminación de las naciones.

Pero esta teoría, si pretende ser revolucionaria, debe seguir la famosa tesis marxista: bien, hemos interpretado el mundo, ¡pero de lo que se trata es de transformarlo! La evolución leninista de esta tesis es: sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria, y viceversa.

La dos bielas de la bicicleta, que actúan aparentemente a contratiempo, pero ejecutan un equilibrio de fuerzas que permite el avance, son la teoría y la práctica. Esto implica que toda teoría debe estar encaminada a la acción. Toda teoría, todo análisis político, es partidista. Hasta el analista tenue, que pretende ser equidistante, está tomando partido, porque en su equidistancia se coloca del lado de la ideología dominante. Nuestro objetivo es la emancipación de la clase obrera, ese es el horizonte, aunque en el trayecto hagamos pausas o etapas tácticas, y ese objetivo nos lleva a ser siempre honestos y a tomar partido.

Escribió Lukacks que la superioridad de Lenin no puede explicarse únicamente en fórmulas manidas como «la genialidad política» o en su «clarividencia analítica», sino en que mediante el análisis concreto del momento concreto encuentra el punto en el que la teoría halla su realización verdadera, su cristalización, se transforma en praxis.

Además de una extensa organización, la masa necesita otro referente más allá de su espontenidad, expuesta siempre a la poderosa fuerza de la ideología dominante, que es el Partido. Un Partido con disciplina férrea, que sea flexible en su organización interna permitiendo el flujo comunicativo desde arriba a abajo y viceversa, pero que no titubee ni se pierda en los vericuetos y trampas del oportunismo.

Esas trampas son usadas por los socialdemócratas y reformistas como manera de etiquetar al leninismo como una forma política intolerante, así como caracterizan a la dictadura del proletariado como totalitarismo. Pero el trabajador o trabajadora consciente y conocedor de los principios leninistas sabe que el totalitarismo se encuentra precisamente en la falsa libertad burguesa, esa libertad que es el mejor disfraz de la esclavitud, pues el que se encuentra oprimido bajo ella se cree libre. Una libertad para elegir a la opción menos mala como supuesta izquierda, aunque todas las opciones en esa supuesta democracia defienden igualmente los pilares de la corrupta sociedad capitalista.

Sólo la absoluta democracia proletaria, la que no consiste como la burguesa en el aplastamiento por la fuerza de la mayoría, sino en la desaparición de la explotación de unos seres humanos por otros, es verdaderamente democrática, lección que extraemos de la experiencia soviética -de soviets, juntas, asambleas- y de la teoría leninista.

De este modo esas trampas oportunistas no tendrían ni oportunidad de producirse, ni nuestros Gobiernos nos engañarían. Como dejó escrito Lenin en aquellas Tres fuentes, «las personas han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase».

¡Víctimas necias somos hoy nosotros, de Gobiernos que sostienen con una mano la falsa bandera de la paz, mientras con la otra mano gastan miles de millones en armas para los criminales que asesinan a niños en Palestina!

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