105 años y pretenden seguir matando a Rosa Luxemburgo

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No se puede arrojar contra los obreros insulto más grosero ni calumnia más indigna que la frase ´las polémicas teóricas son solo para los académicos´». Reforma o Revolución, R.Luxemburgo.

Se han perdido en el basurero de la historia los nombres de los responsables de la socialdemocracia que permitieron el asesinato de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht el 15 de enero de 1919. Poco después sería también asesinado Leo Jogiches, compañero y camarada de Rosa. Sin embargo, aquellos salvajes linchamientos no pudieron evitar que la semilla continuara floreciendo más de un siglo después, para ser recordados en merecida justicia, ni los herederos políticos socialdemócratas lograrán tapar el sol con un dedo y difuminar la certera actualidad de su mensaje.

Con fuertes cargas policiales reprimieron ayer las fuerzas de seguridad alemanas las concentraciones que se realizaron en este país en el recuerdo de la efeméride. En un remedo grotesco y perverso de la situación de 1919, el Gobierno de Alemania apoya el genocidio del pueblo de Palestina y su canciller Scholz, líder del Partido Socialdemócrata Alemán, se alinea del lado de Israel en la demanda de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia, llegando a manifestar que la acusación sudafricana de genocidio «no tiene base ninguna«.

Que el oportunismo y el reformismo es el peor enemigo de un pueblo (porque no dudará en venderle con engaños al mejor postor con tal de mantener los privilegios de la clase burguesa a la que en realidad defiende), es algo bien conocido desde lo que sucedió en París en 1871, en el suceso alemán que comentamos de 1919 y en otras numerosas ocasiones desde los inicios del capitalismo. Y ocurre igualmente hoy, con los socialdemócratas europeos que, en mayor o menor grado de complicidad, ocultan a su pueblo la realidad imperialista que se esconde tras el genocidio de Palestina.

Ni con las cargas policiales ni con el inmenso aparato de la ideología dominante lograron enterrar el mensaje de Rosa Luxemburgo, incluso aunque hoy la socialdemocracia alemana se disfrace hipócritamente de ecologismo verde.

Si no fueron capaces de hacerla callar siendo mujer en un mundo entonces exclusivo para los hombres, ni por asomo pueden acallar su eco en estos días en los que al imperialismo se le cae la careta y desvela sus mayores iniquidades.

Siendo muy joven ingresa en el Partido Socialdemócrata Alemán, que en aquellos años se había distanciado ya de aquel partido que, unificando las posturas de Lasalle y Liebknecht padre, acometía un programa unitario, aunque con críticas de Marx y Engels. Bajo la dirección de Eduard Bernstein y Karl Kautsky el partido llegó a oponerse a los cambios sociales radicales y revolucionarios. Posteriormente la organización se sitúa favorable en la participación de Alemania en la guerra. Para Luxemburgo, clara conocedora del verdadero filo revolucionario del mensaje marxista, esto era intolerable y pronto de inicia su enfrentamiento con Bernstein y Kautsky, así como hiciera Lenin. El inevitable enfrentamiento origina la creación de la Liga Espartaquista, preludio del Partido Comunista de Alemania (KPD).

La historia del socialismo y del movimiento obrero en general ha presentado históricamente dos caras. Una de ellas es reformista y considera posible una evolución pacífica y por etapas del capitalismo hacia una sociedad más justa y socialista. Al ser más aceptable para los poderes económicos, ha acabado adaptándose al sistema y evolucionando hacia una especie de posibilismo oportunista que mediante logros democráticos cree posible empujar a la sociedad capitalista hacia una versión mejorada o de rostro amable.

La otra cara, en cambio, no es ciega al mensaje teórico formulado por los iniciadores del socialismo científico y considera que las transformaciones deben ser radicales -buscar la raíz- para llegar a ser verdaderamente revolucionarias. Al nombrarlo en palabras sencillas parece un asunto de matices o de opiniones entre personalidades más o menos conformistas. Nada de eso. Las aportaciones de mentes brillantes como la de Luxemburgo demuestran que es una cuestión, para la clase obrera mundial, de ser o no ser.

Luxemburgo tuvo una vida difícil y sufrió el encarcelamiento en diversas ocasiones debido a su fuerte compromiso. Ello no fue impedimento para que escribiera diversas obras de gran repercusión hasta la actualidad o ejerciera de profesora para los cuadros de su partido, cuyas clases nos llegaron en un imprescindible texto, Introducción a la Economía Política, en el que el militante puede acercarse a uno de los mensajes fundamentales de la autora: la teoría es imprescindible para entender cómo funcionan las sociedades y es por ello que los expertos oficiales se esfuerzan en volver su contenido ininteligible por la mayoría; no obstante, la comprensión de los fundamentos económicos no es inaccesible para la clase trabajadora.

El alejamiento de la dialéctica por parte de los oportunistas como Bernstein es contestado por Luxemburgo en Reforma o Revolución, texto en el que denuncia el retraso sine die de los reformistas en cuanto al «programa máximo», esto es, la revolución y la emancipación de la clase obrera, a través de la propuesta descafeinada de ideales éticos con los que se pretende eludir la correcta visión dialéctica del antagonismo de las clases en la totalidad de las circunstancias que componen la realidad social. La participación consciente de los trabajadores, activa y no pasiva, lleva a entender que la inevitable capacidad de adaptación del capitalismo es corregible mediante la organización de la clase obrera y la toma del poder, a trevés de la conquista del poder político.

La lucha principal de Luxemburgo, contra el oportunismo socialdemócrata, es más que vigente hoy. El odio de sus enemigos, finalmente mortal y asesino, es la prueba de su veracidad.

Si en la etapa histórica que le tocó vivir, culminada en la Primera Guerra Mundial, fue la firma de los créditos de guerra por manos de los supuestos izquierdistas aquella clave de la traición a la clase obrera, son hoy los recortes en Sanidad, en Educación y en gasto público, o el inmenso gasto en armamento hacia Ucrania o Israel, el equivalente traidor de aquellos créditos, hoy firmados por los cínicos representantes de los Gobiernos autopercibidos como progresistas.

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