Navidades Feministas

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Bienvenidas seáis todas al oxímoron más festivo del año, a la gincana por excelencia de la mujeración, a la conversión del circo de tres pistas que suele ser la vida de las mujeres en el espectáculo definitivo del sacrificio de las mujeres por la familia, los niños, la tradición, la religión y la paz en el mundo.

Primero parémonos un segundo a pensar: ¿qué se celebra en las fiestas de Navidad? Se festeja el nacimiento de un niñO (por supuesto, no pensaréis que nadie iba a celebrar el nacimiento de una niña, ilusas) que va a salvar a la humanidad de sus pecados (las mujeres fuimos quienes empezamos esto del pecado, no lo olvidéis), concebido por una paloma que dejó embarazada a una mujer casada (zoofilia y adulterio) que aun después de parir seguía siendo virgen. Porque a José le hicieron el cornudo mayor del reino, pero le dejaron el regalo de seguir teniendo a su mujer intacta como premio de consolación. Que ya sabemos todas que los coches van perdiendo valor según salen por la puerta del concesionario, pero si el primer dueño solo lo rodó hasta su garaje y no lo volvió a tocar, te quedas con un coche nuevo a precio de segunda mano. Menos escandalizarse porque este es el papel que tenemos las mujeres en todas las sociedades y religiones, el de objeto práctico y de adorno a la vez que va perdiendo lustre y valor con el uso. Ya lo decía mi adorado JuanPabloSegundotequieretodoelmundo, que se enfadaba con nosotras porque cada vez nos parecíamos menos a la Virgen María; lo que él no tenía en cuenta es que, así como ponerle los cuernos a tu marido es muy fácil, tener amantes, quedarnos embarazadas y parir siendo vírgenes ya es un pelín más complicado. 

¿Y qué más cosas pasan estos días además de celebrar que las mujeres parimos a los hombres que salvarán al mundo?

Pues que las celebraciones no se hacen solas, hay que hacerlas, y ¿quién se encarga de eso? Espero que hayáis dicho a coro “las mujeres”. Empezamos por las cargas mentales: primero hay que repartirse los días festivos entre familias y amigos, toca hablar entre hijas, hermanas, madres, suegras, cuñadas, quién va a dónde y cuándo, ese encaje de bolillos que deja a la altura del barro a los profesionales de la carrera diplomática. Una vez hecho el reparto, toca pensar qué se va a regalar a cada miembro de la familia y qué se va a comer en las celebraciones que nos toquen en casa.

Después llega poner todo en práctica. Hay que empezar a comprar los regalos y los ingredientes de las comilonas, es decir, toca en el mejor de los casos arrastrar a maridos enfurruñados, quejicas y más inútiles que un abanico de papel higiénico, por tiendas, mercados y centros comerciales abarrotados de  mujeres tan hartas como tú, durante el mes largo en el que toca ir buscando las ofertas, los juguetes que vuelan de las estanterías y el marisco para congelar. 

Además toca hacer sitio para que, si tienes suerte, hombres y niños pongan juntos el belén, el árbol y las toneladas de espumillón, adornos y luces que dificultarán aún más todas las tareas que tienes por delante pero ¿quién dijo miedo?

Todo esto vas haciéndolo sumado a las tareas habituales y mientras te acuerdas de ir abriendo las ventanitas del calendario de adviento de cosmética que te regalaste, porque queda muy feo aparecer en el Instagram navideño con ojeras y bolsas, y hay que añadir todos los días una hora de cuidados estéticos para contrarrestar las veinte horas de sacrificios. 

Por fin llega el gran día de la celebración en tu casa y te levantas a primera hora para pasarte todo el día cocinando y cuando se acerca la hora toca vestirte y arreglarte para que cuando llegue la familia estés preciosa y perfecta como si hubieras contratado un servicio de catering y llevaras todo el día en el spa. Si tienes suerte, suegras, hermanas y cuñadas se ofrecerán a echarte una mano mientras los hombres se sentarán a beber cervezas y vino que habrá que ir sirviéndoles (recordad que salvar el mundo es un trabajo agotador) y ni siquiera mirarán de reojo a los niños. Igual tienes más suerte todavía y deciden ir a beber a los bares “para no molestar” y aparecer tarde y borrachos, la masculinidad siempre da variadas opciones.

Con los postres llegará el momento trampa de la celebración: ya está todo hecho, ha salido todo bien, habéis comido y bebido a gusto y hasta en lo de recoger y fregar se nos da un respiro, se nos permite hacer un Escarlata O’Hara y dejarlo para mañana. Entonces, cuando por fin te permites relajarte, llegará la frase de tu padre, suegro, hermano, cuñado o primo, que será una de estas:

“Las feministas de ahora no son como las de antes”

“A un primo de un cuñado de uno del curro su mujer le puso una denuncia falsa”

“No sé de qué os quejáis, mirad cómo están en Afganistán”

“A algunas les va la marcha, es que van pidiendo guerra”

“Yo no soy ni machista ni feminista”

“En casa ayudo mucho a mi mujer”

“Me gustaría veros en una obra moviendo ladrillos”

“Las mujeres sois las más machistas” 

“Muchas mujeres se prostituyen porque quieren, es dinero fácil”

“Lo principal es la lucha de clases, lo vuestro vendrá solo después” …

Dependiendo del grado de agotamiento que sufras, en este momento cumbre se te plantean dos opciones:

Si todavía te quedan fuerzas o el cabreo borra el cansancio, puedes empezar a contar verdades y a escupir datos y realidades que no penetrarán un ápice en los blindados cerebros masculinos, que se irán a su casa, ya olvidada la magnífica cena, rezongando sobre la feminazi de su cuñada/nuera/hermana/hija/prima. 

Si estás demasiado agotada para desasnar machirulos, puedes sentarte en un rincón con un copazo a imaginar cómo sería que ellos hubieran tenido que preparar todas las fiestas mientras te repites que este será el último año.

Que el siguiente estarás bebiendo mojitos y leyendo un libro en un resort en el Caribe mientras ellos queman croquetas congeladas y se regalan calcetines y corbatas. O que cogerás un lanzallamas y quemarás el belén, el calendario de adviento, las bragas rojas, los juguetes sexistas, el espumillón, el marisco, el arbolito y el patriarcado. FIN.

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