Claustro

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CAPÍTULO 12

   Ovidio llegó a su portal y comenzó a subir las escaleras porque, una vez más, el ascensor estaba averiado. Llegó al quinto piso sin resuello y totalmente agotado. Todo lo que le había sucedido en los últimos días le estaba pasando factura. ¿Era él la esperanza del mundo? ¿De verdad que había estado atrapado en otro mundo? Tenía ganas de acostarse y dormir a pierna suelta. Pensó en darse una ducha para quitarse de encima ese pegajoso hedor a vida. Y se le pasó por la mente beberse de un trago una copa de vino de ese que tanto le gustaba, Sierra Cantabria, Gran Cuvée. Se le hacía la boca agua porque sabía que tenía varias botellas por casa de uno de sus viajes a San Vicente de la Sonsierra. Metió la mano a su bolsillo y sacó la llave. Dio dos vueltas sobre el bombín y un pequeño chasquido le indicó que la puerta se abría.

   —¡Ya era hora, hombre! —le espetó casi en la cara una voz familiar pero irreconocible—.

   Ovidio se quedó en shock. Delante de él había una extraña figura con dos copas, una en cada mano. 

   —Ahora te vas a sentar ahí un segundo. —le dijo ese ser que se parecía tanto a él—.

   Ovidio se sentó, obedeciendo de la manera que solo pueden hacerlo aquellos que han sido sorprendidos. 

   —Te preguntarás quién y soy y por qué me parezco tanto a ti. Bien, eso es lo fácil. Me parezco tanto a ti porque soy tú mismo dentro de diez años. —¿diez años?, pensó con auténtico terror Ovidio. Voy a estar diez años resolviendo esta locura. Mi vida se ha terminado, esto no puede estar pasando—.

   —No te preocupes por nada. Tú y solo tú, tu yo de ahora, puede resolver este lío en el que estamos metidos en un lapso breve de tiempo. Yo llevo mucho esfuerzo, he cometido muchos errores, más de los que acabas de cometer tú mismo. Pero estoy aquí para enseñarte el camino. Solo tienes que escucharme atentamente y hacer exactamente todo lo que te diga. Por su orden y en el momento en el que debe ser hecho. ¿Lo has entendido?

   Ovidio se acomodó un segundo y pensó en la cantidad de cosas que habría vivido su yo del futuro. Él estaba ya cansado de la vulneración de todos los principios fundamentales de la naturaleza. Así que se quedó mirando a ese rostro aviejado. Se miró profundamente las arrugas de un curtido ser que había pasado, indudablemente, por tantas cosas. Quiso apiadarse de él, que era como apiadarse de sí mismo y escuchó atentamente lo que su yo del futuro venía a decirle.

   Dos horas después, Ovidio salía de la ducha ya relajado y encendía el televisor para ordenar sus ideas y ver qué había sucedido en su ausencia. Todo parecía haber cambiado, el mundo entero se había vuelto loco. Y él era quien lo había provocado. Aunque, en su interior, sabía que eso no era cierto del todo. Poderes extraños habían causado un mal inevitable a todo su mundo. La falta de esperanza de su gente, la falta de acción de sus contemporáneos, la disminución en la empatía y, sobre todo, el descenso inevitable a los infiernos de la utilidad, el olvido de la imaginación, eran la causas reales del aprovechamiento de las circunstancias por parte de quienes ahora manejaban los hilos del planeta. Porque la gente, las personas, la ciudadanía, se habían convertido en marionetas. Ovidio no podía saber hasta qué punto eso era cierto.

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