Desde Herodes a nuestros días

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En los últimos días el Villano de Madrid observó hasta dónde puede llegar el condicionamiento al que nos someten los medios de comunicación con el NODO de propaganda proisraelí que el aparato mediático y político nos está aplicando para justificar el genocidio, que no guerra, que se está llevando a cabo en estos días sobre la población de Gaza. No les hablo sólo de la capacidad de victimizar o criminalizar a quien convenga en cada caso, de los adjetivos que se dan a cada uno de los bandos, de la evidente discriminación de víctimas entre una y otra facción o del borrado de toda la historia de oriente medio desde 1948 a nuestros días, es que este villano, que era capaz de percibir todas esas tácticas desinformativas, ha llegado a tener flashbacks de conflictos y hechos anteriores que dejaban en ridículo a los que veíamos en toda aquellas películas de acción de los 80 en las que los veteranos estadounidenses de Vietnam recordaban su experiencia traumática. Ya saben, como los israelíes actuales, ellos tienen derecho a la atención y compasión, no como los vietnamitas abrasados por el napalm, que en estos filmes ocupan el lugar en la irrelevancia que corresponde ahora mismo a los palestinos. Como a esos veteranos, decía, me vinieron visiones del pasado.

Ocurrió al empezar a correr por los medios un clásico de la propaganda de guerra occidental: un supuesto asesinato masivo de bebés por parte de los milicianos de Hamás que habían asaltado el territorio israelí. Mientras diversos «periodistas» nos daban la brasa con la crueldad extrema de los modernos Herodes de Hamás, mientras los políticos internacionales esgrimían esta falsa masacre como justificación de la escabechina real de la población de la franja y mientras ciertos políticos nacionales intentaban convertir a Hamás en la nueva ETA con la que relacionar a sus adversarios, a la mente del Villano acudieron miles de infanticidios masivos anteriores: aquella historia de soldados iraquíes ensañándose con los bebés de las incubadoras de Kuwait durante la primera guerra del Golfo, los bombardeos rusos a la maternidad de Mariúpol, las afirmaciones que llenaban las portadas de ABC cuando quien escribe estas líneas era niño según las cuáles ETA buscaba deliberadamente «ataúdes blancos»… Todos estos modernos Herodes tenían algo en común: eran ficticios, o bien, exagerados en diverso grado. Aunque ciertamente ETA asesinó niños, que fueran su objetivo principal parece, como mínimo, discutible —el Villano aclara aquí a los lectores «creativos» que, evidentemente, el asesinato de infantes, se produzca como se produzca, es repugnante y merece su condena sin paliativos—, el bombardeo deliberado ruso sobre la maternidad de Mariúpol escondió muchas inexactitudes en la historia que se nos contó en occidente hasta que la propia mujer embarazada que se convirtió en rostro de aquella brutalidad pudo aclarar lo que en realidad pasó y, en cuanto a los iraquíes y las incubadoras de Kuwait, pues esa historia era directamente mentira. Recomiendo especialmente un reportaje alojado la dirección de Youtube sobre cómo el gobierno de Bush padre y la embajada de Kuwait en Estados Unidos fabricaron aquella monserga.

Evidentemente, la natural repugnancia que los infanticidios despiertan en cualquier persona equilibrada los ha convertido en un resorte muy eficaz cuando alguien quiere demonizar a un adversario. La cosa viene de lejos: si se fijan, me he referido a iraquíes, etarras, Hamás, rusos… como «modernos Herodes» al hablar de esta mentira recurrente. Pues bien, también la matanza de inocentes pretendidamente ocurrida, curiosamente, muy cerca de la zona del conflicto actual, y que celebramos con bromas cada 28 de diciembre, tiene visos de ser mera propaganda. Respetando las creencias de cualquier lector que pase por aquí, la evidencia histórica sobre Herodes de la cuál disponemos dice que este rey aliado del Imperio Romano sin duda cometió tropelías muy poco edificantes, algunas de ellas verdaderamente repulsivas pero, fuera del Evangelio de Mateo, ninguna fuente menciona esa carnicería infantil; extraño cuando había historiadores de la época que mostraron mucha inquina contra dicho soberano en sus crónicas, lo que hace difícil creer que ninguno recogiera semejante atrocidad si realmente tal cosa sucedió. Se ha calculado, además, sobre la base de la población de Belén en aquella época y la estructura de la población judía del momento, que la matanza, caso de que ocurriera, debió de ser de dimensiones similares a la que se le imputó estos días a Hamás: unas 30 víctimas. Se han desarrollado varias hipótesis para explicar esta anomalía que no necesariamente implican que Mateo mintiera: que Belén no era una población lo suficientemente grande para que todo lo que ocurriera llegase a conocimiento de todos, que hay una deformación de asesinatos reales cometidos por Herodes ―que, como hemos dicho, en ningún caso era un santo― incluyendo alguno de sus propios hijos… Quiera o no Mateo engañarnos, el caso es que incluso la cultura occidental de los últimos dos mil años ha incluido entre sus creencias un infanticidio masivo cometido por uno de sus enemigos que probablemente sea, si no falso, al menos exagerado.

Todo ello, entre mis flashbacks de masacres infantiles que, por fortuna, ni yo ni nadie había vivido en realidad, acabó por recordarme una exclamación, según parece olvidada en la actualidad, que, en la ya lejana infancia de este villano de Madrid, solía usarse cuando se quería negar con vehemencia alguna afirmación o elucubración a la que no se diera crédito: «¡Qué ―inserte aquí hecho o suposición que se quiera negar― ni qué niño muerto!» Antes de que tal locución cayera en desuso, como parece haber ocurrido, este villano se preguntó muchas veces de dónde podía venir una expresión tan rotunda. El Villano no es filólogo ni va a hacer una investigación en profundidad pero esta semana caí en la cuenta de que, vista la cantidad de veces que desde tiempos inmemoriales se han usado los menores asesinados como mentira propagandística, parece claro que este podría ser un origen plausible para dicho giro lingüístico. Y volviendo a Herodes, tradicionalmente hemos celebrado un hecho tan dramático como una matanza infantil con bromas y chanzas, algo que parece poco apropiado con un evento luctuoso de esta naturaleza. ¿Acaso todo el mundo abrigaba la sospecha de que tal propaganda era exagerada?

Peligroso mundo, concluimos, donde algo tan serio como el sagrado derecho a la vida de los niños se maneja con tanta frivolidad y temeridad. Mientras todo esto sucedía, por cierto, han muerto 724 niños en la franja de Gaza según los últimos datos que le llegan a este villano. El resto de párrafos de este artículo demuestra que hay que poner un poco en cuarentena esas cifras mientras no estén confirmadas pero, desde luego, ya hemos visto niños reales bombardeados en Gaza y dados los métodos empleados por las fuerzas sionistas y la cifra de población de la franja no parece aventurado afirmar que no van a ser pocos los infantes que mueran o resulten dañados. Pero algunos seguirán llorando por 40 niños inventados. No se me ocurre mejor ilustración de los efectos que produce este peligroso juego propagandístico: niños reales muriendo en masa mientras se lamenta una masacre infantil ficticia.

Recuperando la expresión que oía en mi niñez, refutaré a quien venga con este tipo de propaganda. Israel tiene derecho a defenderse de Hamás, son unos asesinos de niños, me dicen. Yo respondo, con más propiedad que nunca: ¡Qué Hamás ni qué niño muerto! Lo de Israel en la franja no es ni guerra, es un puro genocidio.

Portadas de ABC en los primeros 90 donde se nos asegura que ETA pretende «ataúdes blancos», como si hiciera falta demonizarla aún más.
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Yago Pérez Varela
Yago Pérez Varela (Madrid). Aunque en cierta época se fijó en las ciencias, acabó notando que la historia era su pasión y lo que le gustaba. La historia le ha permitido ejercer labores gratificantes en documentación e investigación, pero al ser un villano también ha conocido empleos precarios. Quiere a su villa natal de Madrid, aunque le preocupa ver que a veces paga el precio de ser capital de un país, y como tal, refugio de oligarcas.

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