Por Karina Castelao
Pues sigamos hablando de Barbie… Y Ken.
El otro día incidí en tres ideas que Greta Gerwig transmite en su película: la crítica consentida al tandem patriarcado-capital (y digo consentida porque cualquier asunto es viable para el capitalismo una vez medida la variable riesgo-beneficio, como puede ser la creación de una Barbie «normal» alejada de la estereotípica, o la realización de una película donde se cuestiona el sistema pero que no es más que una máquina de hacer dinero), el desmantelamiento del feminismo liberal como feminismo y la aproximación al feminismo radical con la más que evidente asociación de la existencia del patriarcado a un mundo donde hay el sexo y su inexistencia ante la ausencia de éste.
Porque otro de los conceptos que Barbie desmonta es el género entendido como lo que realmente es: conjunto de estereotipos, roles y normas que una sociedad asigna (aquí sí hay asignación) e impone a los individuos que la forman en base a su sexo. O si quereis una definición «oficial», como dice la OMS, » los roles, conductas, actividades y atributos construidos socialmente que una cultura determinada considera apropiados para hombres y mujeres».
Vaya por delante que las palabras sexo y género no se dicen ni una sola vez a lo largo de toda la película. Se habla de patriarcado, termino sorprendentemente bien utilizado cada vez que aparece, y de hombres y mujeres, o sus representaciones en Barbieland, muñecos y muñecas. Pero nada de sexos o géneros.
En Barbieland, las Barbies y los Ken representan los estereotipos físicos de género, pero no los psicológicos, ni los roles, ni los mandatos. Las Barbies no tienen «sindrome de la impostora», son conscientes de su valía, de sus méritos y de sus capacidades, como resaltan las Barbies premio Nobel, y son asertivas, inteligentes y resolutivas sin caer en la soberbia o rudeza como perfectamente define la Barbie abogada. Obviamente, en Barbieland no hay techo de cristal ni brecha de género porque no hay doble jornada que limite la promoción profesional, ni hay trabajos de cuidados porque no existe la vejez, ni la infancia ni la enfermedad (y porque los Ken solo son un adorno, no hombres reales para los que la paternidad no supone hándicap laborar alguno). Tampoco hay feminización de los trabajos precarios, ni prostitución, ni violencia sexual, ni violencia obstétrica, ni maternidad obligatoria… sencillamente porque no hay sobre qué ejercerla. Porque la única opción en un mundo construído por hombres según lo que ellos consideran el ideal de las mujeres, pasa a la fuerza por omitir lo que nos hace ser mujeres para construírnos iguales a ellos.
Pero, ¿por qué entonces permanece el estereotipo físico de género, la Barbie sexualizada con medidas imposibles y tacones de vértigo? Porque a pesar de que su creadora haya sido una mujer, el estándar fisico de Barbie es el ideal de masculino respecto a cómo han de ser las mujeres desde los años 50 hasta ahora (la referencia a Marilyn es más que evidente). Y porque son muñecas. Sus pies ya son en puntillas. Si no, de qué iban a llevar tacones si tuvieran por naturaleza los talones en el suelo (palabras de Barbie cuando va por primera vez a casa de la Barbie rara en busca de una solución a sus problemas). Cuando Barbara Handler se vuelve humana, abandona el rosa, el maquillaje y se baja de los tacones para calzar unas Birkenstocks, esas que antes no había querido elegir.
Y porque Barbie es Matrix (1999) pero con el filtro de los ojos de una mujer real, como Greta Gerwig. No solo en su referencia a la pastilla roja y azul con el zapato de tacón y la sandalia Birkenstocks, sino al mundo imaginario/mundo real donde cada Barbie es el avatar de una niña, como lo es el Sr. Anderson de Neo y Barbie de Gloria y Sasha. El «viaje de la heroína» pasa del mundo de plástico, sin dolor, sin vejez, sin conciencia de la muerte, a un mundo real de carne y hueso, mortal, con lágrimas, con tristeza y con sentimientos y empatía y donde está Gloria, quien, como sacado de la mejor interpretación de El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, pinta un cuadro exacto de lo que es «ser mujer» en la sociedad patriarcal: «Es literalmente imposible ser mujer (…). Es muy difícil y demasiado contradictorio, y nadie te da una medalla o te dice gracias.
Y resulta que no solo estás haciendo todo mal, sino que todo es tu culpa.» O donde está Sasha, que «parafraseando» a Andrea Dworkin, resume toda la misoginia en una sola frase: «En lo único en lo que mujeres y hombres están de acuerdo es en odiar a las mujeres».
Podríamos estar horas hablando de cómo Gerwig desmenbra el género, porque ni en un solo fotograma de la película deja de dar puntada sin hilo, pero también hay que hablar de «y Ken» y, como no, de Allan. O lo que es lo mismo, de la masculinidad frágil de toda la vida (y con la que al parecer, millones espectadores se han sentido desagradablemente identificados), y de las «nuevas masculinidades» (como si eso fuera posible).
Por si alguien aun no se ha dado cuenta, Barbieland es el mundo al revés. Ken es el arquetipo tantas veces visto en el cine (y volvemos a Marilyn) de mujer rubia, carente de inteligencia y sentido común pero muy preocupada por su aspecto físico y que solo busca la atención y aprobación masculina. Todo el mundo ha visto comedias en las que se cosifica a estos personajes hipersexualizados, pero siempre son mujeres. En Barbieland es todo lo contrario. Ken es un muñeco rubio, bronceado y musculoso que busca la aprobación constante de Barbie. El mundo está acostumbrado a humillar a las mujeres, a tacharlas de ridículas superficiales y tontas, un objeto que sirve como un accesorio de hombre (de ahí «y Ken»). Ken no tiene casa (¿dónde viven los Ken?), ni coche, no tiene nada, igual que les ocurría a las mujeres en 1959 cuando apareció Barbie y que siguió así casi 20 años después.
Pero todo esto cambia en el primer contacto con el mundo real, donde Barbie se siente inmediatamente violentada y Ken inmediatamente valorado. Lógico que Ken se quiera llevar el patriarcado a Barbieland porque es en el patriarcado en el que Ken es respetado y tenido en cuenta (hasta una mujer le pide la hora).
Todos los tópicos masculinos se agolpan en las hilarantes escenas en las que las Barbies los usan en contra de los Ken para recuperar el poder en Barbieland. Uno de los más desternillantes es la referencia universal a El Padrino como cúlmen de la masculinidad más básica. «El Padrino es ese universo donde el hombre en su estado más elemental reina y no rinde cuentas, salvo las de la lealtad al cómplice (la fratria), donde el poder es la fuerza física y el dinero.» Como le dice Joe (Tom Hanks) a Kathleen (Meg Ryan) en Tienes un Email (1998): «El Padrino es el I Ching, es la suma de toda la sabiduría» para un hombre. Gerwig siendo sublime.
No puedo acabar este artículo sin dedicarle unas lineas a Allan, el aliado. Allan, al que hay quien quiere ver en él, infructuosamente, una nimia representación del colectivo LGTBIQ+ en una película ostentosamente heteronormativa y binaria (cuando Gerwig crea un personaje gay no deja lugar a dudas), es lo que el propio patriarcado denomina un beta (no sé yo qué opinará de esto Justin Timberlake), uno de esos hombres que huyen de los estereotipos y roles masculinos aproximándose a las mujeres entre las cuales busca complicidad, bien como aliado feminista deconstruído, bien como pagafantas, pero siempre con un ligero tufillo a incel («no te la vas a follar»). En otras palabras, uno de esos ejemplos de nueva masculinidad a la que hacia el final de la película también se quiere aproximar Ken cuando rompe a llorar.
La película termina con una presidenta prometiendo a los Ken tanta representatividad en Barbieland como tienen las mujeres en el mundo real.
En resumen. Barbie ni es cine social, ni Nouvelle Vague. Es solo una comedia palomitera muy bien ejecutada acompañada de una de las mejores campañas de marketing promocional de la historia, pero que tiene la virtud de colar innumerables mensajes feministas más o menos evidentes.
La película ha irritado por igual a tres grupos principales de gente, a los hombres machistas junto con las mujeres alienadas, los cuales ven en ella un peligro que pone en cuestión la familia y la hegemonía social masculina, al colectivo LGTBIQ+ que la acusa de conservadora y biologicista y que anda como pollo sin cabeza buscándose representatividad en ella (de ahí la grotesca performance patria en su estreno) y a las élites intelectuales feministas que la ven tibia, descafeinada, hipócrita y de ínfimo nivel o que directamente la acusan de defectos de los que adolece, con lo que solo demuestran no haberla visto.
En cualquier caso, Barbie es una estupenda aproximación pedagógica al feminismo y una muy buena oportunidad de redención de los hombres que hayan querido entender su mensaje y que realmente sean capaces de ponerse en nuestros zapatos. A mí con esto ya me parece suficiente para decir que es una película feminista. Porque es un granito de arena que contribuye a la percepción de nuestra situación de opresión, de modo divertido y amable, y porque de los blockbuster yo no pido más.
Y si no, siempre queda ver Oppenheimer (que la he visto y es muy buena), más larga, más patriarcal, igual de Mainstream, pero eso sí, más profunda e infinitamente más pedante.