Damas y caballeros

0

Por Mara Ricoy Olariaga

Recientemente, en una visita a España para dar una conferencia sobre mi especialidad, un taxista me llamó señora. Me hizo gracia por la falta de costumbre y me dio la risa. Se dio prisa a corregir y llamarme señorita, le dije que daba igual. A esa interacción prosiguió el mayor mansplaining que he vivido en relación a mi trabajo. Me explicó la situación del parto en España, lo que las mujeres estaban demandando y el por qué de varias cesáreas. Se apropió de los partos de su mujer como si hubiese parido él mismo y no me dejó decir ni media. Al llegar a mi destino y pagarle se repitió la interacción inicial de decirme señora y autocorregirse a señorita. Y mientras cambiaba, decidiendo torpemente cuál era el mas apropiado, yo con mi enfado por su actitud conversacional, le corregí y con cierto desdén y riéndome de la situación dije “mejor eminencia” y cerré de un portazo. 

Lo de “señora” y “señorita” es uno de tantos machismos arcaicos que aún pesan como losas sociales sobre las mujeres. “Señora” si se está casada o se es viuda y señorita si se duda de que esto haya ocurrido. 

Algo que no es equiparable a “señor o caballero” ya que lo de señorito quedó para la España de Gracita Morales. Y “damas” para eventos y espectáculos. 

Cuando visito España noto sus cambios y los míos. Sigo empeñada en utilizar el usted, aunque parece que ha caído casi en desuso y a mí ya se me llama señora. 

Lo curioso es que estos términos se refieren a la interpretación de la realidad de quien los utiliza e impone una realidad para quienes lo recibimos. 

“Señorita” se ha utilizado como vara para someternos toda la vida. “Esas no son formas para una señorita”, “siéntate como una señorita”,  “las señoritas no dicen esas cosas” y otras tantas perlas que nos recuerdan los apretados confines de nuestra jaula. 

Donde yo vivo, en Reino Unido, país avanzado en feminismo gracias a las sufragistas, esto es aún peor y se me asume siempre con el apellido de mi marido. Digamos por ejemplo que cuando llaman por teléfono me dicen: “Señora Smith” . Y esto es algo que ante mi horror incluso las mujeres más liberales abrazan sin miramientos. El cambio de apellido al casarse para pasar a tener el apellido del marido les suele parecer estupendo y a veces hasta una ventaja si no les gusta el propio. 

Similar a algo de lo que, por suerte, nos deshicimos tras la muerte de Franco allá por los años setenta, dejando de llamar a las mujeres “Señora de…” seguido por el apellido de el hombre con el que está casada. 

Lo de señorita también se utiliza para colocarnos en el sitio de presa accesible por no tener un dueño aún. Señorita, para el machismo depredador, es como la luz verde indicando “disponible”.

Y estos son términos aparentemente inofensivos y educados. No me da este artículo para todos los nombres ofensivos con lo que me han nombrado como mujer a lo largo de mi vida. El último fue “MILF” mientras caminaba con mi hijo en el carrito que, para quien no lo sepa, es una categoría porno cuyo acrónimo en inglés significa “Madres que me gustaría follarme”. Me enfrenté a los seis tíos que me lo gritaron en plena calle en Londres a plena luz del día, y con mi hijo pequeño conmigo, me insultaron sin parar por haber respondido. 

Los objetos son nombrados a capricho de sus dueños.

Mary Daily, teórica feminista, decía que a las mujeres se nos había robado el poder de nombrar. Nunca antes me pareció tan relevante esa frase.

Todos y todas sabemos que el lenguaje importa, sabemos que además tiene componentes emocionales.

Pero hay también una frase de Leonora Carrington, mi pintora favorita, que me encanta: “No hay que poner la realidad antes de la palabra, hay que poner primero la realidad”.

Hace unos días una señora o señorita que estaba trabajando en Lidl fue objeto de una caza de brujas, una mas de las que las mujeres vivimos últimamente. La mujer vio a un cliente que a su juicio era un hombre y cometió el error fatal de llamarle “caballero” cuando el dice sentirse “señora”.

Si buscamos lo que quiere decir “juicio” en este contexto podemos leer: “Facultad del entendimiento, por cuya virtud puede distinguirse el bien del mal y lo verdadero de lo falso.” 

Lo verdadero y lo falso en este posmodernismo neoliberal es más que cuestionable. Se nos dice que debemos contradecir a nuestros sentidos y llamar a las cosas y personas con una terminología que, no sólo contradice lo que vemos o lo que creemos, sino también lo que denominamos en cierta manera para describir situaciones. Por ejemplo, amamantar pasa a ser en muchos documentos “lactancia pectoral”. O se habla de personas y mujeres en protocolos de parto, como si las mujeres no perteneciéramos a la categoría personas. 

Y en estos complejos vericuetos lingüísticos que permiten llevar a la hoguera a toda aquella que se oponga, muchas andan perdidas y otras atrapadas. De lo que no se habla es de lo que implica para las mujeres tener que comulgar con la misoginia de negar nuestra identidad sexual y llamar mujer a alguien que claramente pertenece a la identidad sexual de quienes nos oprimen y someten, y en muchas ocasiones, a quienes nos han abusado o violado, a quienes nos hacen sentir desprotegidas y/o amenazadas. 

Que se nos denuncie y se demande que llamemos “mujer” o “señora” a alguien que a nuestro juicio no lo es, no es únicamente una cuestión de educación o un nuevo protocolo social en un país que promueve un avance inclusivo. 

¿Dónde están las mujeres en este proceso? ¿Dónde quedan nuestros sentimientos? ¿Por qué nuestra dignidad y derechos una vez más no importan? 

Este gesto que se nos exige es una muestra más de obediencia y una forma más de pedir que nosotras mismas nos recortemos los derechos, el espacio y la identidad.

Es un ataque político.

Y lo más posible es que la mujer que trabajaba en el conocido supermercado alemán ese día simplemente obedeció a sus sentidos ante quien tenía delante. Que es lo que más de una diríamos si tuviésemos que prestar declaración y lo que han gritado muchas en twitter: “es un hombre”. 

Pero lo que también ocurrió ese día es que un señor le dijo a una señora lo que tenía que hacer y la ha acosado con todo su poder hasta amedrentarla, provocarle un ataque de ansiedad e intentar destrozar su reputación y hacer que pierda el trabajo por no obedecerle, por no cumplir con sus deseos. Y eso más allá de las faldas, las pulseras, los títulos y las asociaciones multicolores viviendo su momento de fama, es tan arcaico como las cazas de brujas a las que se nos está sometiendo por decir que lo que vemos, pese a la ceguera colectiva, es la realidad y eso que vivimos y sufrimos va siempre antes que la palabra. 

Y la realidad es nuestro contexto para ubicarnos, para definirnos como cuerdas o locas, para mentir o decir la verdad, para entendernos y entender a otros y a otras.

Desvirtuar la realidad no ayuda a nadie. Sabemos perfectamente que a una persona con anorexia no se le dice que está gorda por mucho que esa sea su autopercepción y eso no es una ofensa. 

Sólo desde la realidad se pueden defender los derechos humanos. inventar lenguajes alternativos y defender mentiras insostenibles lo único que hace es devaluar la importancia de lo que vemos, percibimos y sentimos. 

El futuro de semejantes juegos políticos aún está por ver. El peligro de la promoción de estas ideas en los y las adolescentes ya se está viendo, con la disforia de contagio rápido, con las automutilaciones y con muchas denuncias de mujeres a las que siendo demasiado jóvenes no se les informó de las consecuencias de por vida que tendría el intentar la imposibilidad de cambiarse el sexo.

A nosotras ahora también se nos llama terfas, Charos… Se nos insulta eternamente, pero la queja no nos pertenece jamás. 

Las feministas sabemos por trayectoria histórica y experiencia vital, que las modas cambian y ahora las acepciones también.

Pero la realidad la sufrimos siempre, a nosotras se  nos humilla igual por mucho que se nos llame señoras nos guste o no mientras que los caballeros podrán elegir como ser llamados y sin perder ni un ápice de poder. 

@Matriactivista

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.