Mi Orgullo sin mí

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Por Natalia Giménez

En 1969 ser homosexual en Estados Unidos era ilegal. Ser pillado con las manos en la masa podía llevarte a la cárcel, acusado de ser un psicópata sexual, o podía ser aún peor. Podía suponer acabar en una institución mental con el cerebro frito por los electroshocks, esterilizado, castrado y, en algunos casos, incluso lobotomizado.


Todo por cometer el abyecto crimen de amar a otra persona de tu mismo sexo.

Una noche de junio de ese año 1969, las cosas comenzaron a cambiar. La clientela del Stonewall Inn, uno de los bares “de ambiente” más populares de Nueva York, harta del continuo acoso policial finalmente estalló. Tendría que haber sido una redada como otra cualquiera. Todos tranquilitos y sin montar barullo, id subiendo a las furgonetas y enseñad vuestra identificación. 

Muchos de los que estaban allí coinciden en que fue Stormé DeLarverie, lesbiana, mestiza y de carácter volcánico, la primera en revolverse y tratar de zafarse del policía que intentaba llevársela detenida. “¿Es que no vais a hacer nada?”, gritó. Así se inició una tangana que duró dos días y que terminó con las calles de Greenwich Village convertidas en zona de guerra y la policía batiéndose en retirada, incapaz de controlar a toda aquella gente furiosa y cansada de ser tratada como basura.

El 28 de Junio de 1970, durante el primer aniversario de los disturbios, unas 100 personas, asustadas pero decididas, salían de la Sexta Avenida con rumbo a Central Park. Nacía así el “Gay Pride”. Más de 40 años después, y con una igualdad de derechos sólidamente establecida en gran parte del mundo, parecía que los fantasmas de los días de oscuridad, miedo y clandestinidad nos estaban abandonando poco a poco. 

Y no lo vimos venir. 

¡Mirad todo lo que habéis conseguido! La gente ahora os acepta, os respeta, os apoya. Habéis logrado grandes avances. Ahora os toca ser solidarios con otros colectivos menos afortunados. Y, gilipollas de nosotros, abrimos la puerta. 

Casi sin darnos cuenta, una nueva ideología —un culto sectario sería más acertado en realidad—, se ha apoderado del movimiento y lo ha convertido en nuestro mayor enemigo y en la principal arma para devolvernos al lugar de donde muchos piensan que no debimos salir.

¿Pero qué dices, loca? ¡Nunca habíais estado mejor ni habíais sido más visibles! Las marcas se pegan por patrocinar vuestros eventos, protagonizáis series y películas de éxito, las ONG están a vuestro favor y apoyan vuestra lucha y vuestras reivindicaciones en países donde ser homosexual aún es un problema, no como en Occidente, donde está todo logrado ya.

No es que tengamos un día del Orgullo Gay. Es que tenemos un mes. ¡UN MES ENTERO! Chupaos esa, infancia, madres, planeta Tierra, enfermedades raras y enanitos de jardín, que os tenéis que conformar con un mísero día al año.

Nuestro símbolo lo inunda todo durante estos 30 días. Fachadas de ayuntamientos, colegios, sedes de grandes compañías y hasta la OTAN y la CIA lucen orgullosas nuestros colores. Coches de policía engalanados, buzones de correos e incluso pasos de cebra se pintan ex profeso, aunque con ello vuelvas locos a los pobres perros guía. ¿Qué más da? 

Nuestro símbolo. Nuestra bandera. Bueno, no exactamente. La vieja y sencilla bandera arco iris ahora tiene barras azules, rosas, marrones, blancas, negras, circulitos, el logo de los malos de Resident Evil y un anuncio de un señor de Alpedrete que vende un Opel Corsa. Hay que ir haciendo hueco a todos los nuevos miembros del colectivo.

Nosotros. El colectivo LGB. Bueno, ya no. Ahora somos la comunidad 2SLGBTQIA+ (y puede que haya olvidado alguna letra); un batiburrillo loco que poco a poco está usurpando nuestro lugar, convirtiendo la lucha y la reivindicación en una parodia esperpéntica y sórdida, haciéndose con todo el espacio e imponiendo su discurso y su visión por encima del nuestro. Y no es un discurso inocuo.

La secta rinde culto a la identidad, a la creencia de que el género está por encima de todo y es más importante que el sexo. De hecho, el sexo ni siquiera importa. Si se consulta el material didáctico de muchas de las grandes asociaciones, se puede comprobar que hace tiempo que definen la homosexualidad como la atracción hacia personas del mismo género y atacan, de manera muy violenta por cierto, a quien no comulga con ruedas de molino. 

Las personas que rechazamos relacionarnos sexoafectivamente con personas del sexo contrario, de repente nos hemos convertido en “racistas” sexuales, odiadores, tránsfobos, vulvafílicas, penefílicos o fetichistas de los coños o pollas. La preferencia genital es transfobia. Si una lesbiana no está interesada en los “penes femeninos” es porque tiene un trauma sin resolver,.

Por alguna razón que se me escapa, esta patologización no parece afectar a los hombres heterosexuales a los que nadie acusa de parafilia alguna. Es curioso. 

El culto rechaza la base de lo que somos y nos persigue, nos avergüenza, nos amenaza, e incluso nos agrede por nuestra horriblemente fóbica orientación.

El género como base de todo.

Hay decenas, cientos, posiblemente miles de estudios que confirman la correlación que existe entre la disconformidad/incongruencia/llámalocomoquieras de género en la adolescencia-primera juventud y la homosexualidad en la edad adulta. Desde el culto se empuja a los chavales que sienten esta disconformidad a medicarse, mutilarse y destrozarse la vida para abrazar esa “identidad de género” que dicen sentir. Ya no eres una muchacha de ademanes un poco masculinos a la que le atraen otras muchachas. Eres un hombre heterosexual con un alma de género masculina. Ya encajas de nuevo. 

Ya eres normal.

Millones de jóvenes homosexuales están siendo empujados desde su propio colectivo al abismo de las mutilaciones y a una vida corta, pero llena de dolor y enfermedad.

Hemos dado un giro de 360º y vivimos en una distopía.

Las lesbianas, los gays y los bisexuales críticos con el género, que no creemos en almas rosas y azules, que sabemos qué y quién nos remueve por dentro, hemos vuelto a la clandestinidad, a tener que reunirnos en lugares secretos para no ser agredidos y poder respirar un poco en paz. 

Han vuelto a medicarnos, a mutilarnos y a esterilizarnos, pero esta vez bajo la bandera de la modernidad y la progresía.

Y lo han hecho desde nuestra casa, en nuestro nombre y con el aplauso, la comprensión y el apoyo a muerte de todo el mundo, porque “cómo no vamos a apoyar a un colectivo que ha sufrido tanto”.

Desde luego, la jugada ha sido maestra. Nos hemos convertido en una farsa. En el enemigo. 

Tal vez va siendo hora de que arranquemos ese trapo de colorines de las ventanas y cojamos unas piedras. Stormé ya nos enseñó el camino una vez.

@Vate_Reloaded

7 COMENTARIOS

  1. Joder, me parecía perfecto, pero no podemos ir contra el género y decir «muchacha de ademanes un poco masculinos». Eso es género también.

    • A veces, para que se entienda lo que quieres decir, debes contradecirte un poco.
      Estoy en contra del género? Si. Voy a obviar que existe? No puedo. Y menos cuando justo ahí está la clave de todo

  2. Enhorabuena. La lucha no ha hecho más que empezar. La vuestra y la nuestra. La misma. La que siempre ha sido. la lucha de clases. Los de arriba contra los de abajo. Y la filosofía wok es un arma de destrucción masiva diseñado en los laboratorios sociales de la élite

  3. como escribió Marx en el 18 Brumario: la historia se repite 2 veces: primero como tragedia y luego como farsa…

  4. Comparto el análisis. Está entrando en los centros de ESO, con el disfraz dd libertad. Y y no se habla de coeducacion, sino de acompañamiento y facilitación en el «tránsito».
    Una barbaridad.

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