Violencia Estética: cuando con tetas es el infierno

0

Por Karina Castelao

¿Os acordáis de una telenovela colombiana que se titulaba “Sin tetas no hay paraíso”? Para quienes no la recordéis o nunca hayá is oído hablar de ella, la serie cuenta la historia de Catalina Santana, una adolescente de 14 años que vive en un barrio pobre de Pereira (Colombia) y cuya amiga Yésica «La Diabla» es «conseguidora» de niñas para sus amigos narcotraficantes. Catalina, al ver a varias chicas del barrio manejando mucho dinero y disfrutando de grandes lujos gracias a prostituirse para los narcos, decide pedirle a La Diabla que se los presente. Pero es rechazada varias veces por ellos por tener los pechos pequeños. Por eso se propone como objetivo en la vida ganar el dinero suficiente para poder colocarse un par de implantes de silicona.

La narconovela fue tan exitosa como controvertida, ya que los ciudadanos de Pereira protestaron formalmente ante la productora argumentando que “la serie atenta contra el buen nombre de las mujeres de la ciudad y sus instituciones, además de estigmatizar a sus ciudadanos como narcotraficantes, mujeres «prepago (prostitutas), sicarios y tranquetos». Pero aunque la controversia fuera justificada debido al blanqueamiento impune del negocio de la droga y a la romantización de la prostitución e incluso de la pederastia (de la romantización de prostitución y pederastia en la ficción también hay que hablar largo y tendido), hay sobre un asunto sobre el que no se polemizó. Y que no es otro que el de la normalización de la violencia estética y cuanto de aceptada está en la sociedad actual.

“La violencia estética se puede entender como la presión social para cumplir un determinado prototipo estético a toda costa, incluso cuando alcanzarlo supone algún riesgo para la salud mental y física de la persona.” Las víctimas principales de este tipo de violencia solemos ser las mujeres, quienes somos las que más nos vemos presionadas a someternos a modificaciones estéticas, invasivas en muchos casos, para alcanzar cánones de belleza casi siempre imposibles. Y esto es así por, principalmente, dos razones: el canon de belleza patriarcal y el capitalismo.

El canon de belleza patriarcal es el estandar de belleza para las mujeres establecido según como lo dictan los hombres (obviamente, el canon de belleza patriarcal para los hombres también lo imponen ellos, no las mujeres). Es decir, es el prototipo de mujer ideal según los gustos masculinos y que pasa indefectiblemente por dos condiciones, que sea sexualizado, es decir, generoso en atributos sexuales, y que esté infantilizado.

Según ese estándar, influenciado por el cine, el mundo del espectáculo y, principalmente la pornografía, las mujeres han de poseer figuras esbeltas de largas piernas y cinturas estrechas pero con voluptuosos senos que desafíen la ley de la gravedad y unas prominentes traseros. Al mismo tiempo, sus rostros han de parecer sacados del apartado de muñecas del catálogo de una juguetería, con labios carnosos y narices respingonas. Y sus cuerpos han de estar completamente rasurados para abundar en la infantilización, con un pubis y una vulva que se asemeje más al de una muñeca Barbie que al de una ser humana. Como es de suponer, ninguno de estas características son naturales en una mujer, sobre todo la relativa a la ausencia de vello corporal y a la prominencia de un busto contrario a las leyes de la física. Por ello, y sobre todo desde finales del siglo pasado, la operación de cirugía estética más practicada entre las mujeres es la de aumento de pecho con implantes de silicona y, la intervención médico-estética más común es la depilación Láser o las inyecciones de ácido en los labios.

Por otra parte, el negocio de la belleza femenina mueve miles de millones en todo el mundo. Compañías cosméticas, clínicas de medicina estética y sobre todo, clínicas de cirugía estética son tan importantes en la economía mundial que se pueden considerar un sector estratégico en algunos países como Brasil o Turquía.

Así que la presión para conseguir unos estándares determinados de belleza llega a tal punto que no existen límites deontológicos en medicina sobre lo que se puede o no hacer y lo que se debe o no hacer. Si algo se puede hacer y hay dinero que lo pague, se hace. Da igual que sean unos implantes mamarios de 3kg en cada seno que unas prótesis de silicona en los glúteos o la eliminación de costillas para afinar la cintura. De hecho, hace unas semanas ha salido a la luz la alarmante noticia de que en Brasil, del que, repito, la cirugía estética es un sector estratégico de la economía, y con el pretexto de «combatir» el bullyng escolar, el estado iba a financiar operaciones de cirugía estética a niños y niñas a partir de los 4 años.

Es decir, en los países donde existe el patriarcado de consentimiento, o sea, donde el patriarcado no es legal, las mujeres siguen presionadas para someterse a todo tipo de tratamientos e intervenciones para modificar su cuerpo según el patrón marcado por las apetencias y gustos de los hombres y por las necesidades del mercado. Y menciono el concepto del patriarcado de consentimiento porque, al igual que ocurre en todos los aspectos de la vida de las mujeres -laboral, personal, sexual…- creemos que elegimos nosotras sobre cómo ha de ser nuestro cuerpo y nuestro aspecto cuando nuestra elección es solo un mito (como bien nos recuerda Ana de Miguel).

Podría tratar infinidad más de aspectos relacionados con la violencia estética: los riesgos para la salud, el turismo estético, el intrusismo profesional, la falta de escrúpulos de los profesionales médicos, las mafias, los fraudes, la calidad deficiente de los productos… pero el artículo se haría interminable y sobre todo ello quizá hablemos en otro momento. Esto solo ha sido un primer acercamiento a un asunto que tiene múltiples aristas y que no se aborda con el suficiente detenimiento.

Para terminar querría contar una curiosidad. La actriz que interpretó a Yésica La Diabla, Sandra Beltrán, contó recientemente en una entrevista que fue diagnosticada con el síndrome de ASIA, una enfermedad autoinmune asociada a materiales que tienen silicona y que se sufre como efecto secundario de tener implantes mamarios. Al final, y tras varias consultas, decidió retirarse dichos implantes y, a pesar de que confesó lo duro que fue adaptarse de nuevo a sus senos naturales y a la cicatriz que le quedó, se mostró entusiasmada con la decisión y dijo que «Quería salir y gritarle al mundo que volvía a vivir”.

@karinacastelao

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.