“Feminismo (trans)inclusivo”, o cómo acabar con el Feminismo desde dentro.

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Por Karina Castelao

¿Habeis oído o leído alguna ver eso de: “El feminismo será inclusivo o no será»? Pues,“spoiler”, no es.

Estamos en la recta final de la campaña electoral para las Elecciones Autonómicas y Municipales del 28M y los distintos partidos políticos sacan su artillería pesada para intentar rebañar todos los votos posibles.

PSOE, dando como en la antigua Roma “pan y circo” pero sin “pan”. PP, agitando la bandera del terrorismo de ETA. VOX, como pollo sin cabeza, agitándolo todo en todas partes al mismo tiempo, y Podemos y ad láteres, ondeando la bandera de la diversidad, como si todas las personas no fueramos diversas, pero reduciéndola al colectivo LGTBIQ+. Y para ello, estos últimos no han dudado durante estos días en disparar toda esa artillería formada de insultos y descalificaciones contra esas malvadas feministas clásicas y excluyentes, mientras Mar Cambrollé y Carla Antonelli reivindican a grito pelado y en medio de arengas cargadas de tópicos franquistas, un feminismo moderno e inclusivo.

Decir que el feminismo ha de ser inclusivo no hace referencia a incluir a mujeres que, por razones históricas, han estado apartadas de la reivindicación de los derechos humanos básicos desarrollados en Occidente. Es decir, mujeres que veían vulnerados sus derechos fundamentales en función de su raza, religión, clase social, dicapacidad, orientación sexual, etc, y que generalmente compartían vulneración con los hombres en la misma situación.

Tampoco hace referencia al hecho de que en la actualidad sigan existiendo algunas de esas circunstancias, como es la intra-religiosa, que sigan vulnerando los derechos humanos fundamentales de las mujeres en algunas zonas del mundo, mientras que los hombres disfrutan plenamente de ellos. No. El «feminismo inclusivo» hace referencia exclusivamente a introducir a “mujeres trans”, hayan transicionado mucho, poco o nada, en el feminismo.

Es decir: llamamos feminismo inclusivo, o más bien, “feminismo (trans)inclusivo” al feminismo que amplía su sujeto político a todo bicho viviente: mujeres, «mujeres» trans, disidencias sexuales, personas «no binarias”, gays, travestis, drag queen, identidades de género diversas, hombres racializados, animales no humanos, y absolutamente cualquier ser vivo que no sea hombre blanco heterosexual salvo que se considere, aunque solo sea algún día de la semana o a ratos, «mujer trans lesbiana» (género fluído).

No existe el feminismo inclusivo ni el feminismo interseccional. El feminismo ya es inclusivo intrínsecamente. El feminismo ya incluye a todas las mujeres que comparten una opresión común. Y la interseccionalidad es una herramienta de análisis feminista que permite identificar cómo se manifiesta en particular la opresión por sexo en mujeres que ya están atravesadas por otros ejes de opresión, como la raza o la clase.

El feminismo tiene definido desde hace tres siglos quién es su sujeto, no es que se ha ido ampliando hasta incluir a todas las mujeres. Lo que ha progresado es la idea de ser humano, de persona. El feminismo ha considerado a las mujeres racializadas, pobres, discapacitadas, lesbianas… sujeto político del feminismo al mismo tiempo que la historia y las diferentes luchas históricas consideraba personas a los hombres racializados, pobres, discapacitados u homosexuales.

No se puede ser, por tanto, “feminista (trans)inclusiva”. El feminismo “(trans)inclusivo” no existe. Es un oxímoron. No se puede ser feminista y al mismo tiempo querer blindar legalmente el género para que quien lo sienta se pueda adaptar a él y sea protegido por ello. Por poner un símil que todo el mundo pudiera entender, sería como hablar de la existencia del «laicismo católico».

Si existiera el “laicismo católico” sería igual que luchar porque no se tuviera en cuenta la religión católica de cara al desarrollo de los seres humanos, pero al mismo tiempo, se protegiera la fe legalmente para que la gente la asumiera como propia.

Por un lado pedir que la religión saliera de la vida pública: escuelas, leyes… Que no condicionara los planes educativos, la legislación, la política… y al mismo tiempo, legislar para que las personas católicas tuvieran protegidas sus creencias legalmente y que vieran extendidas sus prácticas religiosas por parte del Estado, incluso, a toda la sociedad.

Que no hubiera crucifijos en los colegios, ni se hablara de religión en el currículum, pero al mismo tiempo, se dieran charlas sobre catolicismo en horario lectivo porque al que le da la fe, le da y punto, y no fuera a ser que hubiera niños católicos que no supieran que lo son.

Que se legislara sobre el aborto pero al mismo tiempo se garantizara la objeción de conciencia médica y se dificultara que las mujer pudiera abortar legalmente (¿se entiende mejor así?). Es más, que en las farmacias tampoco se vendieran preservativos ni cualquier otro anticonceptivo, incluída la píldora del día después, si el farmacéutico fuese católico.

Que para no ofender a los católicos, se cuestionara el Big Bang o el Evolucionismo porque ni la astrofísica ni la genética son ciencias exactas, o que se tuviera que enseñar en los colegios el creacionismo para que nadie se sintiera discriminado. O que se diera por cierto que Teresa de Calcuta y Karol Wojtyla curaron sendos cánceres terminales.

Que los protocolos educativos sostuvieran que la fe es un don innato que se tiene o no se tiene, y que si un niño dice que cree en la Inmaculada Concepción ya no se le pudiera enseñar la reproducción humana. Pues todo esto que parece un despropósito, ocurre en muchas partes del mundo. Si se protege el sagrado derecho a vivir según la fe innata que se tiene, no se puede al mismo tiempo promover una sociedad laica. Porque sí, la fe es un don divino con el que se nace (y lo sé porque soy educada católica).

Pues con el “feminismo (trans)inclusivo” ocurre igual: no se puede luchar por el derecho a hacer del género, es decir, de los estereotipos, roles y comportamientos asignados para cada sexo, una identidad a proteger y, al mismo tiempo, querer una sociedad feminista. El “feminismo (trans)inclusivo” no existe porque no se puede luchar por un mundo donde hombres y mujeres sean iguales defendiendo al mismo tiempo y blindando por ley lo que la sociedad dice que nos hace distintos.

Además, el feminismo no puede compartir lucha con el transactivismo porque su agenda es opuesta. En lineas generales, diremos que el feminismo es abolicionista de todas las formas de explotación sexual y reproductiva de las mujeres, mientras que el transactivismo es regulacionista de las mismas. El feminismo pide la abolición de la prostitución, pornografía, prohibición de los vientres de alquiler y abolición del género mientras el transactivismo pide la regulación de la prostitución, de los vientres de alquiler y el blidaje del género como un derecho. No pueden perseguir fines más antagónicos -sobre esto habrá que hablar largo y tendido en otra ocasión porque esta dicotomía feminista no es casual, tiene su razón de ser y su momento histórico, pero da para un artículo completo-. Solo decir que el feminismo no puede reducir las opresiones de la mujeres a una mera cuestión moral. Por eso ni existe el “feminismo (trans)inclusivo” ni existe un feminismo “(tran)sexcluyente”, porque ni se puede incluír a las personas trans en el feminismo ni las mujeres pintamos nada en el transactivismo. 

Lo del “(trans)feminismo” es uno de esos oxímoron como lo de «nuevas masculinidades» o «prostitución empoderante». Concenptualmente son imposibles de juntar (si reivindica lo trans, no puede ser feminista, si es nueva no puede seguir siendo masculinidad y si comercia con nuestra sexualidad no nos puede empoderar), pero el ultraliberalismo queer  los junta para hacer creer que son un cambio, cuando en realidad son el patriarcado de toda la vida pero con disfraz.

Es lo que tiene el lenguaje y sobre todo, la falta de dominio del mismo. Que se juntan dos conceptos incompatibles entre sí, y el vulgo cree que se está dando un gran cambio, cuando lo único que se hace es dar un giro de 360°. 

@karinacastelao

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