Yuri Gagarin era un pionero, Elon Musk es un idiota

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Lo vi la pasada semana en un cruce de semáforos. A un diminuto coche utilitario de empresa le pilló un semáforo rojo justo cuando estaba atravesando un cruce. Se quedó parado metiendo la rueda delantera sobre el paso. Avergonzado, el conductor pidió perdón a los peatones y trató de echarse tan atrás como pudo. Al no haber tenido ninguna consecuencia grave, la gente tendía a disculpar a aquel conductor por aquel fallo humano, más aún cuando parecía un trabajador haciendo sus tareas cotidianas. Inmediatamente ocurrió algo totalmente distinto. El cruce era de esos que están divididos por una isla intermedia, y en el segundo paso de peatones, con todo el disco verde, un automóvil se metió en medio, pasando casi con recochineo cuando era el turno de los peatones. Varias personas increparon al conductor y este alzó tímidamente la mano en gesto de leve disculpa, pero siguió su paso y abandonó el lugar. Este no era un pequeño coche utilitario, ni mucho menos su trabajador parecía un asalariado: era un Porsche reluciente, de esos que cuestan lo que un piso pequeño en Madrid, y el conductor parecía la caricatura que suele hacer el dibujante Manel Fontdevila de los poderosos, es decir, encorbatado, gafas de sol de aire siniestro y con el poco pelo que le quedaba en la cabeza engominado. 

No fue casual. Si viven en Madrid, que está dando en convertirse en una especie de campo de juegos de los usureros, rentistas y explotadores de todo el mundo, habrán visto en los últimos años cómo se multiplican este tipo de vehículos y cómo sus propietarios pasan olímpicamente de toda norma de circulación o convivencia. Muchas veces, al encontrarme Ferraris, Hummers u otros automóviles similares aparcados a plena luz del día en medio de la acera me ha asaltado la tentación de sacar mis llaves del bolsillo y escribirle rayado en el capó al pijo propietario del automóvil en cuestión las normas de circulación y lo que pienso de él. No digo que los conductores de coches Seat no cometan ninguna imprudencia o falta, pero sí que de acuerdo a mis observaciones los propietarios de ese tipo de vehículos que son en sí mismos una declaración de pertenencia a la clase propietaria se creen que están por encima de las normas. El caso que les puse arriba del utilitario y el Porsche es bastante ilustrativo. Y cada vez más frecuente en esta especie de Miami -aunque sin mar, ni las grandes veladas de boxeo, lo único que a mí me gustaría tener de la ciudad yanqui- en que están convirtiendo Madrid.

Después de aquel suceso, durante mi vuelta a casa, iba reflexionando sobre el particular, y sobre la sensación de impunidad de los dueños de cochazos. Al menos en el caso que les he contado, como les dije, la gente reaccionó y afeó la conducta a ese señorito que se creía más allá de semáforos y peatones, pero la raiz de todo esto habría que buscarla, en mi opinión, en un sistema mediático y social que ha extendido ampliamente la idea de que ciertas personas pueden hacer lo que les venga en gana sin responder ante nadie. Un ejemplo lo vemos estos días durante la segunda visita a España del rey emérito Juan Carlos I, donde no se dejan de glosar sus supuestos esfuerzos a favor de la democracia, y se nos recuerda que no tiene causas pendientes, ignorando que ningún juez le exoneró, sino que sus causas fueron anuladas por prescripciones de los hechos o sencillamente por ser él. Pero también vimos tenistas famosos a los que se pretendió vender como héroes por no someterse a las normas sanitarias durante la última pandemia o con diversos artistas o empresarios que compran niños de encargo. 

Aún pensaba en esto, cuando crucé las puertas de mi casa y oí sobre las últimas ocurrencias de Elon Musk, el que según mis últimas noticias sigue siendo el hombre más rico del mundo, y modelo que han vendido a esa generación de jóvenes y adolescentes que por algún motivo creen tener con dos consejos de un video de You Tube la clave para medrar en el capitalismo. Resulta que los caprichitos de Musk en los últimos días habían consistido en arrojar una enorme cantidad de gases a la atmósfera en un lanzamiento fallido de un cohete de su empresa Space X y en montar un berenjenal nada despreciable con las marcas de verificación de Twitter. No eran asuntos pequeños. Aunque algunos han vendido las pruebas aeroespaciales de Elon Musk como un triunfo de la libre empresa y la industria privada, lo cierto es que en esos cohetes era con los que la NASA, una agencia pública, había pensado volver a la luna. En cuanto al check azul de Twitter, la marca que la red ponía en las cuentas de personajes u organismos relevantes para que nadie pudiera confundir la autenticidad de comunicaciones importantes, ahora resulta que se otorga a quien pague por ella. Dicho de otro modo, cualquier idiota con el suficiente dinero ―curioso, el propio Musk encaja muy bien en esa definición― puede ahora pagar por tener una marca de autoridad. Las consecuencias han sido episodios tan surrealistas como la pelea que tuvieron dos cuentas que afirmaban ambas ser del ayuntamiento de la ciudad de Nueva York, y a las cuales no había posibilidad de distinguir si no era por la marca. Imaginen lo que hubiera podido ocurrir si esa disputa se da en mitad de una catástrofe o calamidad pública. Por otro lado, casi todos los proyectos de Elon Musk están dejando bastante que desear. Pero este sujeto, solo por tener mucho dinero es el modelo de muchos niños pijos o simplemente de infelices que siguen creyéndose el cuento de la cultura del esfuerzo, y desde sus pisos de 40 metros cuadrados que no todos los meses pueden pagar se ven ya miembros de la clase dominante. Y no faltó, siguiendo con lo que antes decíamos, quien lo defendía por ser él. 

No sé ustedes, pero a mí me parece que no podemos seguir quien consintiendo que cualquier tarado con dos pesetas se adueñe de nuestras calles, nuestras comunicaciones o nuestra investigación científica. De momento, con tecnología de los años 50, 60 y 70, la URSS llevó al primer hombre y la primera mujer al espacio y una de las pocas agencias públicas norteamericanas es quien hasta ahora ha llevado a seres humanos a la luna. Ahora ha prometido hacerlo un millonario que se comporta como un niño de 10 años, y su primer intento ha sido un monumental fracaso. Fracaso, por cierto, que pese a toda la chulería típicamente capitalista y empresarial, es muy posible que acabe pagando la NASA, organismo público. Creo que la conclusión es clara. Yuri Gagarin fue un pionero. Elon Musk hasta ahora no es sino un idiota criado con dinero del apartheid. Ustedes verán quién quiere que les lleve al espacio. 


Las dos cuentas que afirmaban al mismo tiempo ser la oficial de la ciudad de Nueva York por culpa de las locuras de Elon Musk y su Twitter.

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