Relato: Algunos pasos en falso

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Autor: Braulio Moreno Muñiz.

No se oía absolutamente nada. El silencio era tan denso que pesaba sobre los hombros. Me toqué varias veces los oídos, como intentando cerciorarme de que aún los tenía, y al verificar que sí, intenté hacer ruido con mis pies, sobre todo por saber si ese absoluto silencio era por la ausencia de sonido o porque mis oídos no estaban funcionando bien. Daba pasos grandes pero lentos porque el suelo parecía resbaladizo. Andaba con cuidado pero con mucha prisa, como si estuviera huyendo de algo. Cada tranco dejaba un espacio entre los pies que parecía imposible para un hombre de mi envergadura. Cada vez que clavaba los talones en el suelo, esperaba oír el ruido de éstos, pero nada, no se escuchaba nada. Yo veía mis pies, mis manos; todo aquello que uno puede verse sin la ayuda de un espejo, pero no me oía, era como si no existiera, o, peor aún, como si existiera lo justo para ser consciente de mi inexistencia, y esto me provocaba una angustia terrible, a la vez que el entorno silencioso, o, quién sabe si mi incapacidad para oír, me inducía  la sensación de que el pánico se estaba adueñando de mí, sobre todo derivado de la impresión de que algo o alguien llegaría por mi espalda para hacerme un daño inimaginable, que como tal podía ser peor que cualquier otro para el que estuviera advertido; y la única manera de percibir que alguien se acerca por la espalda de otro es mediante el ruido que aquel o aquello que se acerca por detrás puede provocar. Pero el pánico duró poco tiempo, pues bien pensado, si yo mismo dudaba de mi existencia, o ésta no era claramente cierta, difícilmente algo podría causarme daño. Sin embargo, el miedo se afianzaba en mi interior otra vez, de forma que mis manos temblaban, porque, como todos sabemos, cuando el miedo aparece, es inútil intentar atajarlo con la razón, sobre todo si esta nos proporciona una justificación que provoca más pánico que aquel que sentíamos antes, pues no hay nada que incite mayor pavor que el dudar de la propia existencia. Así que eché mano de la razón otra vez, e intenté que esta se solapara sobre el miedo que sentía, lo desarmara, y me liberara de ese sentimiento que domina, a veces, y sobre lo desconocido, al otro que tan positivo es para el ser humano: la curiosidad. Pero me fue imposible deshacerme de él, de nada me sirvió intentar cargarme de serenidad, porque ésta se perdía en lo oscuro que iba dejando detrás de mí. Empezaba a cansarme; los pasos desmedidos, acelerados y forzados, provocaban que el aire me faltara, que me ahogara pensando que mi corazón, que no lo oía, estaba acelerado de forma peligrosa, debido al esfuerzo que desarrollaba huyendo de algo desconocido, y debido, sobre todo, al pánico que me había invadido.

El pasadizo era muy oscuro, la única zona iluminada era justo un metro por delante de donde yo pisaba, pero el reflejo llegaba hasta mí mismo, llenando los haces de esa luz, que no sabía de donde salía, de un brillo amenazador, las partes de mi cuerpo que podía observar con mis ojos; sin embargo, cuando, sin dejar de dar zancadas, volvía la cabeza para poder ver el camino por donde había pasado, el más oscuro de los negros intensos y mates, se extendía por todo aquello que podría ver, pero que no llegaba a ver debido a esa increíble y profunda oscuridad. Esto me causaba más temor, de manera que decidí no volver más la cabeza, pues ese gesto se había convertido en superfluo porque no ganaba nada con él, al contrario, cada vez que hacía esto, el pánico me atenazaba las piernas y provocaba la impresión de que perdía velocidad, corriendo de esta manera el riesgo de que aquello de lo que huía me diera alcance.

Todo lo que podía ver, que era más bien poco, parecía muy limpio, de una pulcritud exagerada, como nos la imaginamos en los quirófanos de los hospitales. Las luces eran también como las de las instituciones de salud: daban de forma directa sobre mí, pero no sabía de donde venían. Así que al sentimiento de pánico que sentía, se solapaba ese otro miedo que siento por todo aquello que tiene relación con los hospitales y las enfermedades. Desconfío de todo lo que es excesivamente pulcro, excesivamente blanco.

A medida que avanzaba, el pasillo por donde huía se hacía cada vez más angosto, llegué a temer que de seguir así tendría que agacharme e intentar seguir el resto del camino doblado por la cintura, lo que supondría tener que hacer un esfuerzo añadido a ese de huir a zancadas pero con cuidado de no resbalar, y atento siempre a lo que pudiera acercarse por mi espalda, porque ya desde ese momento empecé a ser consciente de que huía; pero todavía no sabía de qué. De resultas de este esfuerzo, empecé a sentirme cansado, como si llevara una carga sobre los hombros, como si algo se hubiera aferrado a mi espalda, y se desplazara sobre mí, tan cerca, que lo llevaba yo pegado al dorso de mi cuerpo; así que mis manos iban, de forma instintiva, de las paredes de los laterales de aquel largo pasillo, a mi espalda, en un intento de deshacerme de aquello que tanto peso me echaba encima y que provocaba que mi avance fuera más lento; sin embargo, mis manos no encontraban nada sobre mí. Pero de todas formas yo seguía sacudiéndome, intentando llegar con mis extremidades a esa zona a la que por constitución natural de nuestro cuerpo jamás conseguiremos llegar, porque pudiera ser que aquello que pesaba tanto y de lo que yo no conseguía desprenderme, fuera lo que me inducía a pensar que huía de un peligro, o sea que aquello de lo que intentaba librarme fuera ese riesgo del que intentaba escapar sin conseguirlo; pero también pensaba que si aquello desconocido y que tanto temor me infundía me hubiera dado alcance, seguramente mi cuerpo hubiera sentido el dolor del daño que me ocasionaría esa cosa cruel y poderosa que me amenazaba, sin yo saber siquiera qué era lo que le había infundido la animadversión contra mi persona. Pero esto no importaba ahora, lo que deseaba era saber si la cosa me había dado alcance, y que si lo había hecho, qué sería de mí atrapado en aquel corredor por el que llevaba ya demasiado tiempo desplazándome de forma tan fatigosa y siendo presa de algo poderoso y temible, cuyo poder estaba, sobre todo, en saber qué hacía allí y dominar todo lo que rodeaba, todo lo que discurría y todo lo que se perdía en ese lugar de pesadilla. Pero ya hacía rato que la cosa se había instalado sobre mi espalda, sin embargo, no sentía dolor debido a arañazo, punción o mordedura; sólo sentía el peso, sólo sentía su presencia, sólo sentía que era una amenaza, pero aquella amenaza no se hacía real, tangible, no acabando de ser aquello que tanto temía que fuese. De pronto me di cuenta de que no pasaba nada, de que todo el miedo y todas las amenazas venían de mi interior, porque aún no había visto, ni tocado, ni oído –sobre todo esto último- nada que me rebelara la presencia de algo o alguien más que yo en aquel pasillo infernal. No pasaba nada y esto, que debería hacer que me tranquilizara, me provocaba más temor, un temor tan insoportable que me hacía desear el desenlace de aquella pesadilla, por muy terrible que fuera para mí. Pero seguía caminando a zancadas por el corredor aséptico, iluminado por esa luz blanca que no sabía de dónde venía, y que inmediatamente después de mi paso se iba convirtiendo en nada. Deseaba a cada instante llegar a alguna parte. Entonces pensé que tal vez el final de todo sería que aquello que me perseguía me diera alcance, que el desenlace, como ocurre siempre en las situaciones reales, no estaba delante, sino detrás, y que la terrorífica pesadilla terminaría cuando aquella nada negra y terrible que me perseguía me engullera. Por un instante pensé en detenerme, pero al pánico que sentía, se le sumó más, si es que eso era posible; y sólo de pensar que la terrible nada me engullera, se me atenazaban las piernas de manera tal que se me hacía casi imposible seguir caminando.

Volvió a tentarme la idea de detenerme, pero observé que a la distancia de unos cinco metros por delante de mí, había algo que iba a entorpecer mi huida, era una puerta; por lo que pude apreciar, parecía metálica, tal vez de acero. Cuando llegué a ella paré en seco. Entonces temí que la nada me atrapara, que me absorbiera, haciéndome lo que tanto había temido: desaparecer, convertirme en un no-ser. Pero la nada se detuvo detrás de mí, a escasos centímetros de donde yo me encontraba; y, sin pensarlo, tomé el pomo de la puerta, lo giré, y ésta cedió hacia donde yo me encontraba, detrás de ella apareció una escalera, los peldaños parecían de barro húmedo, y siguiendo con la vista la ascensión de éstos comprobé que se dirigían hacia un lugar luminoso, pero no iluminado con la luz blanca que alumbraba el anterior pasillo, sino una luz del color de la del sol al amanecer. Esto me infundió una gran esperanza, porque me hacía suponer que al final de aquella escalera se encontraba también el final de mi pesadilla, que seguramente, allí arriba estaba la vuelta a la normalidad. Alcé el pie izquierdo, e intenté ascender por la escalera, lo hice de manera mecánica, como tantas otras veces lo había hecho, pero una vez plantado éste en el primer escalón, y tomado el impulso para alzar el siguiente, noté que los escalones de barro cedían bajo mi peso, de manera que aceleré la acción de mis piernas para ver si conseguía subir la escalera en vez de hundirme debido a que la materia de que estaban hechos los escalones era demasiado blanda, así que intentando subir, lo que hacía era bajar hacia una zona que yo no acababa de ver porque me la tapaban aquellos peldaños por los que intentaba ascender. Lo que me ocurría era de pesadilla, pues mis movimientos eran de ascenso mientras que sentía que estaba descendiendo, así que lo que parecía que era el fin de aquel mal sueño, se alejaba cada vez mas de mí, y mis posibilidades de acabar bien lo que parecía una loca carrera contra la nada, iban reduciéndose a medida que ascendía, o descendía, pues yo mismo no estaba seguro de qué era lo que estaba haciendo. Intentaba ascender hasta mi libertad, imprimiendo más velocidad a mis piernas, haciendo lo que me parecía un esfuerzo titánico, por alcanzar el fin de aquella escalera que parecía acercarse y alejarse a medida que me movía; a la vez, pensaba que el no conseguir llegar arriba podía deberse a mi impaciencia, provocada por el miedo a que me alcanzara la nada, pues debido a haber empezado la ascensión demasiado pronto, seguramente no había dado tiempo a que se endurecieran los escalones de barro. Mis pensamientos quedaron interrumpidos cuando noté que una fuerza enorme tiraba de mí en cada peldaño que posaba un pie, de manera que me era ya casi imposible despegar éstos de cada uno de los escalones, y al mirar advertí que la causa de este nuevo contratiempo era que mis zapatos se incrustaban en el lodo sobre el que pisaban cada vez que dejaba caer el peso de mi cuerpo para subir. Pasé de creer que el final de la angustiosa pesadilla estaba cerca, a saber que esta no había hecho más que empezar con una nueva corporeidad. Pero no había tiempo para creer, no había tiempo para pensar, todo él había de dedicarlo a huir, a intentar escapar de la nada que hacía sentir el frío de su contra-aliento sobre mi nuca, dejándome esa sensación de que algo tiraba de mí desde una posición detrás de mi espalda. Y de pronto, todo se hundió bajo mi peso. Noté cómo caía rodeado de la más absoluta oscuridad, del más absoluto de los silencios. Caía y caía sin notar ninguna fricción sobre mi rostro, como si no hubiera atmósfera, como si en aquello que me rodeaba no hubiera aire. Por no notar, ni notaba mi propia respiración, ni los latidos de mi pecho. Y he dicho que caía porque era la sensación más parecida a aquella que sentía en ese momento, sin embargo, no caía porque no era atraído hacia abajo, tampoco me desplazaba lateralmente; sino que estaba como en un limbo, como suspendido en un infinito a donde no llegara ninguna fuerza de atracción o repulsión. Sentí entonces que lo peor de mi pesadilla se había hecho realidad: la nada me había atrapado. Sin embargo, y aunque mis sentidos estaban como en un estado de relajación absoluta –pues no había nada que los hiciera funcionar- mi cerebro todavía emitía señales hacia mí mismo y me hacía consciente de que yo era, pues pensaba; así que todavía no había dejado de ser. Y siendo yo dentro de la nada absoluta, ésta había dejado de ser nada para ser Humanidad. Así que lo que intentara tragarme para aumentar su influencia, no había hecho más que introducir dentro de sí el virus que provocara su propia destrucción.

                           

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