Sobre Feminismo y “feminismos”

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Por Karina Castelao

Hoy voy a hablaros desde lo personal.

Hace algún tiempo Nuria Alabao, escritora e columnista, anunciaba en Twitter su participación en un libro, según ella, «para un feminismo de clase pero también “disfrutón” y rebelde, menos victimista y triste que el feminismo que inunda los medios y las instituciones.» A las voces críticas a Alabao por calificar al feminismo como » disfrutón», Clara Serra, coordinadora del libro, tiró de ironía con otro tweet que decía que «si no sufres, amiga, no es una buena feminista (…) La que seais felices siendo feministas olvidaos del carné.» El domingo, doce menores, algunos inimputables, agredieron sexualmente a dos niñas de 14 años; en Sevilla otra niña de 12 años, a la que habían casado, ha sido rescatada con evidentes signos de maltrato, y en Irán, otras 60 niñas han sido envenenadas en su escuela, ¿en serio se puede ser feliz siendo feminista y disfrutarlo?

Resulta curioso descubrir que millones de mujeres que se autodenominan feministas, desconocen totalmente en que consiste el Feminismo. Estoy segura de que si se preguntara actualmente la cualquier mujer o mismo hombre de la calle si es feminista diría que sí sin dudarlo. Porque actualmente el feminismo es un valor, y nadie renuncia la arrogarse algo valorable. Sin embargo, descubrir que es en realidad el feminismo y que supone no es un proceso sencillo ni mucho menos placentero. Muchas de nosotros llegamos al feminismo creyendo que ya éramos feministas, pero solo tras entrar en él lo descubrimos como lo crudo y descarnado que es.

Como toda mujer que llega al feminismo tarde y sin tener idea de que es, yo entré por la puerta del Feminismo Liberal. El Feminismo Liberal se podría llamar también -y de hecho se llama- igualitarismo. El Libfem, para abreviar, es ese feminismo que dice que las mujeres lo que buscan es la igualdad a los hombres. Que han poder disfrutar de los mismos derechos que los hombres y que para eso al que aspira es a ser iguales a ellos.

Ser libfem consiste en intentar figurar en lugares históricamente reservados al hombre: el ejército, la policía, las finanzas, la política, la industria… o sea, por ocupar el 50% de espacio público y, al mismo tiempo, despreciar el espacio privado cómo propio de mujeres alienadas, pero en ningún momento cuestionándose el origen de esta división sexual de espacios. El libfem pasa por considerar un logro feminista los permisos maternales y paternales iguales e intransferibles, o la custodia compartida de la prole como opción preferente. Para una libfem no hay nada más feminista y que más contribuya al desarrollo integral de una mujer que ser una pieza más del engranaje del mercado capitalista aunque para eso se encadene a un escritorio o una cadena de montaje por uno mísero salario en vez de a una cocina y unos hijos por nada. Luego existe el “techo de cristal”, la “brecha salarial” o la “ feminización del trabajo precario” y no sabemos por qué es. De hecho hay mismo quien duda de su existencia. Porque claro, para quien lleva de apellido “liberal” solo es valorable lo remunerado. En cabeza de una feminista liberal no entra por tanto la idea de analizar el porqué de esta división sexual del trabajo y el porqué de las situaciones de discriminación laboral. En cabeza de una libfem no entra nunca analizar las situaciones de opresión o discriminación sino de vadearlas. Recuerdo que una de las máximas que yo sostenía era que el machismo acabaría el día en que una mujer inepta ocupara un alto cargo. Luego vinieron Irene Montero o Isabel Díaz Ayuso a quitarme la razón.

Pero el libfem no solo se limita a reivindicar una parcela para las mujeres en el mundo de los hombres, sino que también aspira a que nuestra sexualidad sea similar a la de ellos. Eso sí, sin olvidar en ningún momento que la sexualidad ha de ser siempre heterosexual o, como mínimo, falocéntrica. La libertad sexual, como se suele llamar, pasa por aumentar la frecuencia de los encuentros sexuales con hombres o con hombres y mujeres, pero siempre dentro del marco del deseo masculino. Así que para el libfem es un logro feminista los métodos anticonceptivos o las medidas de contracepción permanentes, siempre tomadas por nosotras que para eso somos las que corremos el riesgo de quedarnos embarazadas. O realizar prácticas sexuales que no nos proporcionan ningún placer o incluso nos incomodan, pero que son signo de desinhibición. Porque, como ya se ha dicho en alguna ocasión, el control de la natalidad sigue siendo una responsabilidad femenina a pesar de que haga falta necesariamente un hombre y una mujer para que exista un embarazo. Y porque no dejarse lastimar, inmovilizar o degradar practicando sexo, es signo de mojigatería.

Aquí hay que hacer un inciso. Así era el feminismo liberal hasta finales del siglo XX cuando de pronto el liberalismo da una vuelta de tuerca y se convierte en ultraliberalismo, con el que el libfem también tiene su propia metamorfosis o, mas bien, un spin off: las teorías queer. Recordemos aquellas sabias palabras de Margaret Thatcher: “no existe eso de la sociedad. Hay solo individuos”. Por tanto ya no hay libertades colectivas, solo individuales. Y derechos. Son necesarios, nos dice Elva Tenorio, unos nuevos paradigmas ideológicos que conduzcan a la transformación socioeconómica ultraliberal y que actúen en la sociedad sin necesidad del usar la violencia. Y ese nuevo paradigma ideológico es la posmodernidad. La búsqueda filosófica de la verdad a través del uso de la razón queda relegada de nuevo como ocurría en la Edad Media. Para la posmodernidad, la realidad es un constructo y la verdad no existe.

El posmodernismo niega la realidad material y la existencia de un ser humano estándar. Niega por tanto, en palabras de Elva Tenorio, “la existencia real de los “cuerpos sexuados”, y abre la puerta al mundo imaginario, donde el sexo de las mujeres no existe y/o es una cuestión de «elección personal”. Aparece entonces la idea de «género» entendido como una elección personal empoderante. Es decir, el género es eso que nos permite elegir depilarnos, cosificarnos o prostituirnos como parte del ejercicio de nuestras libertades individuales y que no es necesario eliminar, sino más bien, sacarle provecho. Hasta tal punto defiende el Libfem el valor del género que cree que la existencia de una identidad de género basada en el sagrado respeto a los derechos individuales. Así que eso de que cada persona sea del género que performe -es decir, que «represente» como de si una obra teatral se tratase la vida- es de lo más libre y respetable. Lo de que el mundo esté creado sobre la base de las desigualdades es una nimiedad cuando de afirmar identidades individuales se trata.

A todo esto hay que añadir que el libfem es el gran aliado del colectivo LGTBIQ+. ¡Cómo no! Mujeres luchando por los derechos y libertades de los gays y trans. Mujeres luchando por la libertad de amar a quien se desee, pero también libertad de ser lo que se desee. Porque, como dijo una vez un transactivista gallego muy conocido, “¿porqué no han de ser los deseos derechos?” Y no olvidemos nunca que cuando los derechos individuales son vulnerados, ahí está siempre el liberalismo para rescatarlos. 

 “Las claves para introducir teorías que niegan la realidad material” dice Elva Tenorio, “consisten en apelarnos a sus relatos de la defensa de los derechos humanos de los “cuerpos no normativos” y a la aparente transgresión y subversión que representa negar la realidad biológica, obviando y ocultando que es precisamente esa realidad material que niegan, la causa y origen de la opresión de las mujeres”. Es decir, apelar a la culpabilidad mediante el relato emocional del sufrimiento y la discriminación por ser diferente: ¿quien le va a negar los derechos humanos a quién sufre más que nosotros?.

Y en éstas estaba yo en el mundo feminista reformista y no molesto cuando encontré el Feminismo Radical.

Corría el año 2016 o 2017, no recuerdo bien, cuando vi un tuit que no comprendí. El tuit decía que las personas transexuales no apoyaban a las mujeres en su lucha contra los abusos sexuales en el mundo del cine, el famoso «me too». En concreto, Rose MacGowan, actriz que denunció haber sido violada por el productor Harvey Weinstein, había sido acusada de tránsfoba por haber contestado algo así como que «sí, ya os hemos oído» al colectivo transexual cuando la habían acusado de ningunearles en sus denuncias de las agresiones sexuales del productor. Pregunté entonces yo que cómo era que las personas transexuales (en aquella época se les llamaba así y no era trásfobo hacerlo) no apoyaban a las mujeres en esa denuncia cuando el colectivo LGTBIQ+ había sido siempre el aliado natural del feminismo. Y me respondieron. Bueno, en realidad hicieron eso tan poco sororo que es mandarme a leer. Y leí.

Descubrí entonces que el modelo de sociedad en el que estamos inmersos se llama Patriarcado, y que, salvo algunas pequeñas sociedades tribales, es el modelo social dominante en el planeta desde hace más de 10.000 años. Que es un modelo de sociedad androcéntrico, es decir, hecho a la medida del hombre y tomando al mismo tiempo, al «hombre como medida de todas las cosas» que diría Protágoras. Pero no al «hombre» entendido como «ser humano» así en genérico, no. Al hombre entendido como macho de la especie. Por tanto, la mujer, es decir, la hembra de la especie humana, es la alteridad subordinada en ese modelo social que se sostiene en una ideología que considera que la mujer es menos ser humano que el hombre, el Machismo.

Descubrí también que ese modelo de sociedad, el Patriarcado, tenían una serie de mecanismos para garantizar esa organización jerárquica entre los hombres y las mujeres, que iban desde establecer una serie de normas y comportamientos diferenciados para cada sexo, el «género», a una estructura cultural completa configurada en torno a una sola forma de entender las relaciones sexuales, la llamada «heterosexualidad obligatoria», concepto muy controvertido por lo que supone de cuestionamiento de nuestro espacio íntimo, pero que, en el caso de las mujeres, nos condiciona a someternos a la única forma de concebir el sexo bajo el prisma del deseo masculino.

Y por último, y quizá lo más importante, descubrí que todo ese modelo social requiere que la mitad de la sociedad dominante, los hombres oprima a la mitad de la sociedad dominada, las mujeres, solo por el mero hecho de tener unas características orgánicas diferenciadas. Porque toda sociedad desigual necesita oprimidos para funcionar. Y el Patriarcado solo funciona si la mujer no sale de los roles privados (el famoso doble rol madre – puta) donde la colocó el hombre o accede a los roles públicos en la medida en que el propio Patriarcado se lo permite, usando para eso el engaño de que es ella la que elige (el mito de la libre elección tan bien descrito po Ana de Miguel).

En resumen, que tras todos esos descubrimientos entendí que el objetivo del feminismo no era la igualdad entre hombres y mujeres, sino la liberación de la mujer de la opresión a la que es sometida por el Patriarcado, y el fin de éste para la creación de un nuevo modelo social equitativo y justo. Y que la igualdad entre hombres y mujeres, es la consecuencia natural de ello.

El feminismo liberal existe, pero es un feminismo «ligero» complaciente y mismo servil al Patriarcado. El libfem queda en la forma, pero nunca va al fondo.

Las teorías queer existen, pero no son feminismo, solo una deformidad del feminismo liberal. En realidad son una versión infantiloide y más hedonista del Patriarcado si cabe.

Es exactamente igual de patriarcal creer que es feminista que Margaret Thatcher, aquella que decía que las mujeres no eran adecuadas para el poder porque eran demasiado sensibles, fuera primera ministra, que creer que una persona nacida hombre y que desarrolló toda su carrera política como tal, ocupe un alto cargo tras autodeterminarse mujer.

El feminismo radical es el único que es real. Es difícil y molesto porque ve a la raíz de la opresión femenina y su finalidad es acabar con la sociedad patriarcal no adaptar a la mujer a ella. Cuando se conoce, es cruelmente sincero y esclarecedor.

Así que, cuando llegué al RadFem, ya no pude salir.

@Karinacastelao

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