Heridas por las «guerras del género» en la academia

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Por Laura Favaro

Publicado originalmente en el Times Higher Education el 15 de Septiembre de 2022, este artículo en gran medida desencadenó mi pérdida de trabajo, la suspensión de mi investigación y la retirada de mis datos empíricos sobre las «guerras del género», censura y condiciones laborales en el mundo académico Británico.

He lanzado una campaña de financiamiento colectivo para llevar a City, University of London a un Tribunal de Empleo por discriminación, acoso y victimización por mi feminismo, así como perjuicio por denunciar irregularidades («whistleblowing») a través de mi investigación.

«¿No estás aterrorizada? Todo el mundo te va a odiar». Este comentario era habitual durante mis entrevistas con aquellos atrapados en las llamadas guerras del género que han dividido tan profundamente el mundo académico occidental en los últimos años.

Advertencias de que el terreno era arriesgado para una investigadora en la fase temprana de su carrera provenían de académicos en todos los bandos – desde feministas «críticas de género» que describían haber sido vilipendiadas y condenadas al ostracismo por decir que el sexo es binario e inmutable, hasta quienes veían esa postura como un fanatismo cruel o, aún más, «un proyecto genocida» (incluso desde la dirección de revistas que respaldaban así la censura). Ciertas puertas profesionales se podrían cerrar silenciosamente si iba más lejos; las invitaciones a dar charlas desaparecerían y a continuación vendría el abuso online, me advirtieron.

«Hay un clima muy tóxico en torno a ese tema», me decían una y otra vez. Una socióloga a mitad de su carrera profesional agregó: «hay conflicto, y acoso, pero no hay debate».

Pero el tema parecía demasiado importante como para ignorarlo. En los últimos tiempos ha pasado de Twitter – donde es tendencia casi a diario – al primer plano de la escena política: ¿Hubieran elegido los diputados tories y los miembros del partido a Liz Truss como la líder del Partido Conservador sin su consistente oposición a la autodeterminación de sexo legal? Partidario de dicha política durante años, recientemente el Partido Laborista está dando un giro a su postura por preocupaciones acerca de las próximas elecciones. 

Sin embargo, en ningún lugar es el debate más febril que en el ámbito académico. Ha acabado con amistades, colaboraciones de investigación y hasta con carreras profesiones, también las de expertas de renombre. Incluso la secretaria general del principal sindicato de las universidades Británicas (University and College Union), Jo Grady, ha sido acusada de presidir una «caza de brujas por la identificación de género». El periódico The Times obtuvo las actas de una reunión a la que ella asistió que pretendía recabar información sobre presuntas «tránsfobas y destacadas activistas críticas de género» en los departamentos de diversidad de las universidades.

Hace tres años me propuse averiguar si las advertencias sobre adentrarme en este territorio estaban justificadas o si, como otros sugieren, eran afirmaciones espurias hechas por aquellos interesados en provocar una falsa «guerra cultural». Entre otras actividades de recolección de datos, esto me llevó a entrevistar a 50 personas con especialidad en los estudios de género, desde diversas disciplinas como la sociología, la psicología y la educación, para conocer sus opiniones y experiencias sobre el conflicto. En su mayoría trabajaban en universidades inglesas, estaban en etapas avanzadas de sus carreras, y, salvo una, todas eran mujeres.

Tras abordar el tema con una mente abierta, sin embargo, mis conversaciones no me dejaron ninguna duda de que una cultura de discriminación, silenciamiento y miedo se ha apoderado de las universidades de Inglaterra y de muchos otros países.

Todas las personas entrevistadas se autodefinían como feministas, con 14 de ellas manteniendo perspectivas que ahora se describen como «críticas de género». Para estas académicas existe una clara diferencia entre «sexo», que se refiere a categorías biológicas que son binarias e inmutables, y «género», que describe los roles, comportamientos y atributos que una cultura determinada considera apropiados para las personas en virtud de su sexo. Reconocer esta diferencia es importante porque, además de limitar a ambos sexos, el género sirve para justificar la subordinación de las mujeres. Este grupo de académicas también señaló que su perspectiva era, hasta hace poco, ampliamente compartida por todo el feminismo, además de en muchas disciplinas académicas.

Claro estaba que las académicas feministas «críticas de género» que entrevisté habían sufrido repercusiones negativas durante años por expresar su perspectiva (protegida como «creencia» desde el 2021 en el Reino Unido por la Ley de Igualdad del 2010, tras la batalla judicial de Maya Forstater, que fue despedida ilegalmente por tuitear, entre otras cosas, que el sexo biológico no se puede cambiar – representada por el que es ahora mi abogado, Peter Daly). Entre otras experiencias, mis entrevistadas describieron quejas tanto a como por la dirección, intentos de cancelar eventos, retiradas tanto de plataformas como de invitaciones, intimidación, difamaciones y pérdidas de oportunidades de progresión profesional, incluido el bloqueo a puestos de trabajo.

Otras me contaron cómo habían sido físicamente retiradas de eventos académicos, además de recibir torrentes de abuso online que hasta incluía incitaciones a su asesinato. Una criminóloga describió su experiencia como «un continuo infernal», mientras que una experta en derecho afirmó que «el impacto ha sido descomunal [y] va a durar mucho tiempo». Conscientes de estas posibles consecuencias, y aludiendo sentimientos de miedo, aislamiento y desesperación, otras habían decidido «esconderse en las sombras». 

Aquellas en las etapas más tempranas de sus carreras me dijeron que «simplemente sería demasiado aterrador» hacer públicas sus opiniones, debido a la amenaza de ser «condenadas al ostracismo… porque hay tanto en el mundo académico que depende de las conexiones personales»; mientras que colegas con más experiencia aludían a la «autopreservación». Temido por todas era la «horrible reacción violenta» en Internet. Preocupada por las amenazas de muerte y violación que había observado, una socióloga declaró: «tengo hijos – tengo miedo».

Desde la perspectiva de estas académicas, las personas partidarias de lo que a menudo se llama «feminismo trans-inclusivo» tenían control casi total en el mundo académico, por ejemplo decidiendo los temas a tratar en los departamentos y en las revistas.

Pero, ¿se veían éstas en dicha posición de poder? Hablé con 20 para comprender lo que es una constelación de ideas heterogénea, a menudo ambigua y contradictoria, así como para explorar si reconocían las acusaciones contra ellas de guardabarreras injustas.

Para algunas, el «sexo» es un constructo de sistemas opresivos, especialmente el colonialismo occidental. Otras argumentan que es un espectro biológico que puede – al menos en parte – cambiar. Y para otras, es tanto una ficción social como una realidad biológica. El «género» también se entiende de diferentes maneras: como un constructo social o discursivo (modelo performativo); como una combinación inseparable de elementos biológicos, psicológicos y sociales (modelo biopsicosocial); o, en mucha menor medida, como una subjetividad innata, evocando nociones de cerebros sexuados (modelo psicobiológico). A veces «género» también se usa como sinónimo de «identidad de género», generalmente entendido como un sentido interno de uno mismo como mujer, hombre, ambos, ninguno de los dos u otra cosa, como «no binario» – que, entre otras posibilidades, puede ser «plural» («como tener dos o más alter egos o personalidades») o «fluido» (que cambia «a lo largo de los años, de los meses o en el transcurso del día»), nos explica el libro del 2019 Gender: A Graphic Guide.

A pesar de su diversidad conceptual, el generismo se cohesiona en torno al intento de que el género (como identidad) reemplace a la categoría de sexo en la mayoría de – si no en todos – los contextos. A diferencia del feminismo, su sujeto político no son las mujeres, sino todo aquel que se siente sujeto a la «opresión de género» – otro concepto que se redefine (radicalmente), como falta de elección individual y afirmación externa respecto a la identidad de género.

La urgencia de reconocer tal injusticia social no se puede subestimar, consideran muchas voces en mis datos de investigación. Las «feministas radicales trans-excluyentes» (TERFs), como se las suele etiquetar, forman parte nada menos que de un «proyecto colonial [y] en última instancia eliminacionista» contra las personas que se identifican como transgénero o no binarias, declara la catedrática en sociología Alison Phipps en su libro del 2020 Me, not You: The Trouble with Mainstream Feminism. En cuanto a la cuestión del boicoteo, algunas entrevistadas ridiculizaron la idea de que las académicas feministas «críticas de género» fueran víctimas de ello, una vez más haciendo eco de escritoras influyentes como Sara Ahmed, que en 2015 desacreditó las denuncias feministas sobre el silenciamiento en las universidades, tachándolas de «mecanismo de poder», aún admitiendo estar «pretendiendo eliminar las posiciones que pretenden eliminar gente».

Otras, sin embargo, apoyaban abiertamente la posición de «no debate» sobre la base de que el feminismo «crítico de género» es «discurso de odio» o incluso «violencia retórica [que] tiene objetivos para el mundo real», equivalente a movimientos como el fascismo y la eugenesia. Una persona que se identificaba como mujer trans describió la situación actual en la academia como «una batalla política por un espacio institucional»; aclarando que «el punto político decisivo para mí es: no concedo ante la gente que está interesada en erradicarme a mí y a todos como yo del mundo porque considero que eso es un proyecto genocida».

Este punto de vista, junto con la opinión que «las mujeres cis tienen más poder que las personas trans», llevó a los académicos generistas a abstenerse de denunciar sin rodeos las tácticas agresivas hacia las feministas por parte de algunos activistas transgénero. Estas tácticas incluyen amenazas e ideaciones de violencia extrema, que además de impregnar las redes sociales parecen ser cada vez más consentidas en las universidades. Por ejemplo, un ensayo presentado en un congreso de la London School of Economics (LSE) en 2021 por un estudiante de posgrado describía una escena en la que feministas que critican el generismo «gritan pidiendo clemencia». El ensayo representa a continuación la potencial amenaza: «te pongo un cuchillo en la garganta y te escupo mi ser trans en la oreja». Y concluye: «¿tienes miedo? Espero jodidamente que sí».

Al hablar sobre este horroroso antifeminismo, no obstante, algunas entrevistadas generistas seguían mostrándose evasivas, incluidas aquellas que trabajan en el ámbito de violencia contra las mujeres. Como me explicó una socióloga: «mi prioridad son las personas que están siendo dañadas por este debate, que percibo que son las personas trans». «Estas feministas críticas de género están intelectualizando [el sexo y el género], y creo que [eso] es perjudicial», agregó.

Sin embargo, al pedirle una descripción de los argumentos, esta socióloga respondió: «no sé si lo que entiendo o lo que pienso son los asuntos, son de hecho los asuntos. Seré sincera contigo – me mantengo al margen». Este asombroso engranaje de censura e ignorancia con respecto al feminismo era bastante común entre los académicos generistas. Muchos admitieron sin reparos que limitaban sus actividades académicas, incluso sus lecturas, a sus propias «cámaras de eco y burbujas» donde, como se señaló desde la dirección de una revista: «todos compartimos básicamente las mismas perspectivas».

Muchas académicas generistas tuvieron dificultades, o se mostraron desconcertadas o incómodas, cuando les pregunté sobre sus propias definiciones de sexo, género y (sobre todo) identidad de género – a pesar de que su investigación y docencia gira precisamente en torno a estos temas. Algunas reconocieron no haber reflexionado lo suficiente, mientras que otras explicaron esta peculiar situación citando preocupación por «perpetuar daños» con sus palabras a las personas que se identifican como transgénero. Y para otras, tal preocupación tenía que ver con «sonar Terfa», o era una reacción al hecho de que «hay muy poca apertura a debatir ciertos temas difíciles a no ser que sea para tacharlos de transfóbicos».

Varias académicas generistas reconocieron que «conversaciones más matizadas, más honestas y autoconscientes [deberían] de tener lugar» – aunque estrictamente solo entre generistas y en espacios privados, ya que en público, me explicó una experta en educación: «tienes que estar ahí para tu equipo y seguir a pie juntillas la línea del partido».

Otra destacada académica lamentó cómo «la capacidad de debatir abiertamente asuntos espinosos, complejos y contendidos ha disminuido en los últimos años» – pero aún así admitió que no publicaría un artículo feminista «crítico de género» en la revista académica que dirige.

Este ejercicio de exclusión o control también se sugiere en las respuestas de las otras 11 personas que ocupaban puestos de dirección en revistas académicas de estudios  feministas, de género o de sexualidad. Todas confirmaron que las perspectivas generistas dominan dichas publicaciones, en el sentido de que «en el consejo editorial, ninguna de nosotras se describiría a sí misma como del bando crítico de género». Algunas también me dijeron que el generismo era la perspectiva preferida por los autores, lectores e incluso casas editoriales. Para muchas era una cuestión de valores académicos, y aquí el feminismo «crítico de género» se describía como equivocado u obstinado, obsoleto o «completamente deslegitimado». Otras, sin embargo, reconocieron que: «la objeción es política».

Los intentos de censura no se limitaban a las revistas. Las académicas generistas revelaron haber impuesto personalmente prohibiciones de acceso a circuitos y actos académicos, además de vigilar el lenguaje tanto de colegas como de estudiantes. «Si los estudiantes escriben ‘mujer’ [como sexo] en un ensayo, lo tacho», me dijo una socióloga, porque «lo que importa es el género [como identidad]».

¿Dónde deja esto a las que están «en el medio»? Hablé con otras 16 académicas cuyas opiniones me eran desconocidas, y más de la mitad se posicionaron como no partidarias de un «bando» de manera directa o única (al igual que algunas a las que inicialmente clasifiqué como generistas). Las entrevistadas con «posiciones intermedias» tendían a denunciar el hecho de que «las personas en el medio simplemente no tienen espacio para hablar». También hicieron hincapié en su deseo por interacciones menos hostiles y un «debate más matizado». Tras pedirles más detalles, sin embargo, criticaron principalmente el generismo. Sus partidarios académicos fueron acusados de «postureo ético», «performatividad woke», «subirse al carro», «tribalismo» o «política de virtud censora».

Estas académicas, que se identificaban como feministas de izquierda, denunciaron repetidamente lo que percibían como tendencias agresivas, dogmáticas e incluso autoritarias. Una psicóloga mencionó similitudes con «regímenes autoritarios a los que les gusta vigilar el pensamiento y el lenguaje de sus ciudadanos». Otra participante decidió dimitir de su cargo de codirectora en una revista alegando preocupaciones similares, y no querer tener asociación con «la Policía del Pensamiento».

«Esta es la única vez que he vivido algo así», dijo una académica «del medio»; reafirmando asimismo el consenso entre este grupo de entrevistadas: «no tenemos estas conversaciones porque todas tenemos mucho miedo». Para algunas era solo de manera «secreta» o «privada» que estas conversaciones se podían tener, pero, incluso así, me dijeron: «no sentimos que sea un espacio seguro para decir lo que pensamos. Y esto es expertas en estudios de género». En repetidas ocasiones, las entrevistadas declararon abstenerse de expresar públicamente sus opiniones por temor a ser acusadas de transfobia, o a ser «tachada de feminista crítica de género».

Muchas de estas «no-soy-crítica-de-género-pero…» enumeraron sus preocupaciones acerca del generismo, incluidos el enfoque médico «afirmativo» para los menores que se identifican como transgénero, la pérdida de espacios segregados por sexo, y el impacto de la eliminación del sexo como categoría en la recopilación de datos a favor del género. Reconocieron tener experticia relevante que ofrecer en estos ámbitos, pero estaban «demasiado asustadas» para hacerlo. «¿Hay cosas que podría escribir? Sí. ¿Creo que podrían marcar la diferencia, que podrían aportar algo? Sí. ¿Voy a escribir sobre ello? No. Lo cual te dice todo lo que necesitas saber sobre la situación actual», dijo una socióloga. «Si yo tengo miedo de escribir sobre esto… entonces no tengo ninguna duda de que las que podrían ser más fácilmente clasificadas como Terfs se sientan con miedo de hablar, censuradas», agregó.

Una experta en psicología con «posicionamiento intermedio» estaba a punto de dejar de investigar temas relacionados al género porque «ves lo que les pasa a otras personas», mientras que otra en el campo de los estudios culturales feministas me dijo: «estoy considerando seriamente decirle a la dirección de mi departamento que ya no quiero dar mi curso [sobre género]».

Ambas académicas me aseguraron que «simplemente no me siento segura», y la segunda agregó: «no tengo puntos de vista extremos en absoluto. Es un punto bastante intermedio decir que es un debate complejo y que tiene múltiples facetas, y en el ámbito académico tenemos que ser capaces de explorarlas». También me dijo que «se siente tan alienante porque la academia debería consistir en dialogar e intercambiar ideas, y no es así – no lo es en nuestro contexto». Obviamente afectada, continuó: «además me provoca una ansiedad increíble porque no quiero perder mi trabajo, y no quiero poner en riesgo a mis hijos – sé que podrían estar en riesgo».

Además de autocensurarse, las participantes «del medio» están contribuyendo al silenciamiento de las feministas («críticas de género»), por ejemplo disuadiendo a estudiantes de realizar proyectos o absteniéndose de invitar a ponentes, lo que una socióloga con experiencia justificó así: «porque causaría demasiados problemas, porque he sido acobardada por esa violencia».

Por supuesto que temo daños a mi carrera y más por instigar «conversaciones difíciles», como lo describieron repetidamente las entrevistadas – máxime como académica aún no consolidada, extranjera, precaria, y con una familia que mantener. Pero, al mismo tiempo, ¿por qué iba a querer trabajar en el mundo académico si no puedo hacer trabajo académico? Mucho más aterrador que ser odiada es ser amordazada.

Articulo original: Researchers are wounded in academia’s gender wars

Versión modificada por la autora, y traducida con el apoyo de Nuria Muíña García (@SalagreNuriaEnS)

Crowdfunding: Libertad académica para las feministas

@DrLauraFavaro

2 COMENTARIOS

  1. […] La Dra. Favaro documentó -siguiendo el método científico- el acoso recibido por las feministas llamadas “críticas con el género” (“gender critical” en inglés), publicando un resumen de sus hallazgos en Times Higher Education, con el título “Researchers are wounded in academia’s gender wars“ (cuya traducción al castellano se ha publicado en el digital El Común, “Heridas por las ‘guerras del género’ en la academia“). […]

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