Qué bonito imaginar que fuimos buenos

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Por Mara Ricoy Olariaga

Hace ya bastante tiempo un querido amigo mío me decía que el gran hermano de Orwell éramos nosotros, ya lo teníamos dentro. 

Yo estos días pienso en lo mucho que nos auto censuramos, la forma más fácil de saberlo es observar  las veces que una baja la voz en sus conversaciones y sobre qué lo hace. Yo la bajo cuando estoy en un sitio público y digo “trans” o “queer” por ejemplo.

No nos engañemos. Son tiempos de cazas de brujas, son tiempos de no decir lo que se piensa y pensarse mucho lo que se dice, son tiempos que Orwell vio venir o al menos describió de manera visionaria. Pero imaginad si alguien hubiese re-escrito lo que escribió Orwell, como podríamos reflexionar sobre lo que vivimos ahora.

A la censura de estos días dados la vuelta se le llama “lectores sensibles”.  Se trata de un grupo de lectores (y quiero pensar que lectoras o no, ya no sé) qué contratados por las editoriales se dedican a leer y decidir qué cosas pueden ofender a las audiencias modernas. 

Y a mi lo que me produce un absoluto horror es leer sobre cómo recortan lo que en su momento escribió alguien como Agatha Christie, por ejemplo.

En Muerte en el Nilo, en la que el personaje de Mrs. Allerton, al quejarse de un grupo de niños que la están molestando, dice: “Vuelven y miran, y miran, y sus ojos son simplemente repugnantes, y también sus narices, y no creo que realmente me gusten los niños”. Ese pasaje ahora puede leerse: “Vuelven y me miran y me miran. No creo que me gusten los niños”.

Parece ser que los grandes temas a revisar son el racismo, el aspecto físico, sexismo… Qué bonito imaginar que fuimos buenos, hoy en día seriamos inevitablemente mejores. Pero eso sólo se puede construir de atrás hacia adelante. No fuimos buenos y no podemos ser mejores de lo que somos, andamos arrastrando ese pasado desde el que poder aprender y mejorar. Desde el que reconstruirnos. Porque por más que limpiemos los libros el pasado seguirá sucio, defectuoso, criminal, racista y sexista.

Ocultar semejante cosa es un despropósito.

Y el problema es que, en esta realidad reinventada, a quienes llamamos sensibles son unos insensibles. Recortan en detalles que son parte de esos personajes, yo quiero que al leer a Mrs. Allerton me repugne su repugnancia hacia los niños, y habrá quien al leerlo se sienta reflejado/a. 

Ustedes no sólo se están cargando las obras de autores de la talla de Dahl y Christie se están cargando la libertad de quienes leemos para reaccionar según nos plazca ante lo escrito. 

Es una desfachatez el inmiscuirse en una relación tan intima como la que existe entre quien escribe y quien lee. 

Es una ignominia que “corrijan moralmente” a grandes autores que ya no están aquí, que vivieron otra época con sus limitaciones culturales, su perspectiva y su mirada de otro siglo. 

Lo curioso de nuestros tiempos, estos en los que ahora somos mucho mas listos y mejores es que las editoriales alteran la ficción para que carezca de ella mientras la realidad tangible es reinventada en maneras que nos roban los derechos a muchas. 

Recuerdo a una niña ofendida leyendo La historia interminable, a la que no le gustaba que llamaran “gordo” al protagonista. Era yo. 

Porque yo he sido una lectora muy sensible y desde muy pequeña. Y es que yo soy quien soy no solo gracias a los libros que leí, la música que escuché y las películas que vi. Sino a las opiniones que pude formar en torno a ellas, las decisiones que tomé sobre la moralidad de los personajes, las letras o los guiones. 

La cultura de la humanidad es nuestro mapa, propio y colectivo. 

Leer libros tal y como fueron escritos en su contexto histórico nos permite entender cómo y por qué llegamos hasta aquí. Alterar los libros desde el presente es borrar el camino que seguimos y borrar ese camino significa perdernos en el futuro y olvidar quien somos. 

Como decía la enorme Leonora Carrington 

“No hay que poner la palabra antes que la realidad, hay que poner primero la realidad”.

@Matriactivista

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