El pasado martes 21 de marzo se celebró el día mundial de la poesía.
Por eso se me ocurre que, como homenaje a tan bella y necesaria arte, mi artículo de opinión debe convertirse en un poema.
Y en este día no creo que haya algo más adecuado para hacer un poema que el hecho de que hace unos meses se celebró también, que por fin en el mundo hayamos alcanzado los 8.000 millones de habitantes.
Ocho mil millones
El buitre espera con paciencia,
a pocos metros, un niño muere.
El hambre hace estragos,
por no digerir ni la memoria,
si sus padres vivieran…
Pero no hay ojos que lo vean.
Nunca pudimos imaginar esa escena.
Perdonadme que os agüe la fiesta.
Guardad las viandas,
sacad las conciencias.
Perdonadme que no vaya a la fiesta, y llore,
aunque sea solo porque:
Uno de los ocho mil millones ha muerto de hambre.
Hay caínes con una conciencia
que los enfrían por dentro.
Dicen que habremos muchos
y que el hambre tiene que hacer su trabajo:
Forzar la reducción de la humanidad
hasta someterla,
hasta estrangularla,
hasta manejarla en los estrechos márgenes
que ellos mismos han dictado.
Son poderosos, influyentes,
y el ejercicio de su poder
les provoca apetito
y rellenan sus estómagos
con menús sofisticados,
e indecentemente caros,
mientras, en otra parte de este bello planeta
hay seres que mueren
digiriendo sus propios estómagos.
