El experimento 11 m

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«España es tierra de precursores, que se anticipan para luego quedar olvidados cuando su innovación surge después en otro país más robustamente preparada, mejor recibida y continuada».
Ramón Menéndez Pidal.

Los miré con incredulidad. Casi 20 años habían pasado del mayor atentado terrorista cometido en España. Pero aún había ante la puerta de Atocha en el aniversario del crimen entre cinco y cdiez hombres de mediana edad enarbolando banderas nacionales y preguntas tipo «¿Quién ha sido?» y similares. Sobre su adscripción ideológica me era fácil hacer conjeturas: la puesta en escena era análoga a las de las manifestaciones en Colón y similares, siempre rodeados por banderas monárquicas que lo mismo valen para un roto que para un descosido, y prendas tipo gorras bajas, fachalecos y ese atrezzo que caracteriza al votante medio de —extrema— derecha.

Al menos estos retales de la teorías conspiranoicas en torno al atentado islamista no eran demasiado numerosos, pero me recordaron aquellos años en que ocupaban las noticias, que no dejaban de enredar en la investigación con la complicidad de ciertos medios, que convirtieron en estrella mediática a cierto agitador de extrema derecha varias veces condenado por mentiras e injurias, aunque en apelaciones posteriores se libró de parte de esas sentencias y lograron el colmo de la perversidad: resulta que desde entonces hay víctimas del terrorismo «buenas» y «malas». Y no es por polarización ni extremismos de uno y otro color. Los que dijeron a la madre de uno de los asesinados que «se metiera sus muertos por el culo» fueron sólo los de un lado.

Es legítimo considerar que el 11 M convirtió a España en campo de pruebas de las nuevas estrategias de las derechas que hoy todos tienen en mente desde la aparición de Trump, Bannon y las ahora conocidas como fake news. Como en Brasil y Estados Unidos, la manipulación mediática del atentado de Atocha sirvió para que el sector más irracional de la derecha española considerara ilegítimo al gobierno de Zapatero, al que acusaba de haber organizado o instigado los atentados para ganar las elecciones de tres días más tarde. Nunca explicaron estos pensadores tan concienzudos cómo encajaban en sus delirios innumerables servicios secretos que colaboraron en las investigaciones. Así al pronto me vienen a la cabeza el FBI, la CIA, Scotland Yard, el Mossad, los sevicios secretos marroquíes y saudíes y creo recordar —aunque no lo puedo afirmar con rotundidad, ya que no he podido volver a visionar aquella comparecencia— que en su rueda de prensa nocturna del día 13 de marzo el entonces ministro del Interior Ángel Acebes aseguraba haber consultado a los servicios secretos franceses, belgas y portugueses sobre la identidad del terrorista que reivindicaba los atentados en una grabacíon en video.

Por suerte aquí no hubo en aquel momento asaltos de energúmenos con pieles y gorros con cuernos a los edificios de gobierno, pero como en Brasil y Estados Unidos la impunidad en el esparcimiento de mentiras tuvo dramáticas consecuencias, empezando por el asesinato del panadero navarro Ángel Berrueta, asesinado por un policía nacional y su hijo tras negarse a poner un cartel en su establecimiento culpando a ETA de la masacre, y de Kontxi Sánchez, una mujer que murió de un infarto en una carga de la Ertzaintza mientras protestaba por la muerte del anterior. Y aún otra muerte más, si cabe aún más espeluznante: la de Magdalena G.P., esposa del comisario de Vallecas, la cual se suicidó al no poder seguir soportando las insinuaciones de El Mundo y La Cope de que su marido había manipulado pruebas para encubrir la pista de los asesinos. Pensando todo esto uno da gracias de que, al menos de momento, los tarados conspiranoicos españoles no tengan tan fácil acceder a armas como en los Estados Unidos. ¿Que ustedes no tenían constancia de estas muertes? Pues como siempre, piensen por qué puede ser.

L os medios donde se vertieron aquellas intoxicaciones no han tenido consecuencias por ello y fiscales como Javier Muñoz, que calificó el asesinato del panadero Ángel Berrueta como riña vecinal, impidiendo con ello que su familia pudiera cobrar ningún seguro, de hecho, han ascendido: Muñoz fue nombrado para el Tribunal Supremo en 2015.

Con esta sensación de impunidad no es extraño que la práctica de la intoxicación con bulos disparatados se haya extendido en el manual de la extrema derecha mundial. No puedo probarlo, pero tengo para mí que todo el entramado reaccionario internacional estaba en aquellos años muy pendiente de lo que ocurría en España. Nuestro país, una vez más en la historia, fue precursor. Ahora los bulos son nombrados internacionalmente con el término anglosajón Fake News y ya en varios países han aparecido desequilibrados dispuestos a instigar o directamente intentar ellos golpes de estado en cuanto un gobierno que no les gusta sale de las urnas.

Por lo menos los del 11 de marzo, me dije cuando vi aquel grupúsculo que les comentaba al principio, ya sólo salen ahora un día al año, no continuamente como pasaba antes. Pero sólo unos metros más adelante me acuerdo de varios montajes intentando ligar el 8 m —definitivamente marzo es el mes de los tarados de derechas— con la pandemia de COVID 19 y de varios políticos de derechas llamando ilegítimo al ejecutivo de Pedro Sánchez y pidiendo «gobiernos de concentración». Me doy cuenta de que el experimento sigue muy presente entre nosotros.

Una de las afirmaciones en portada de El Mundo sobre la comisaría de Vallecas y la mochila bomba de uno de los atentados.

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