Enséñenme a odiar bien

0

Por favor, señoras y señores del Sistema, enséñenme a odiar bien. Se lo pido desde este ámbito del mundo en el que la confusión reina y la tolerancia despega como un cohete hacia los anillos de Saturno. Desde hace varios años uno no sabe si odiar es bueno o malo. Porque a lo largo del tiempo tiene uno la constancia de que odiar y odiar a los odiadores se confunden en un sinfín de subjetividades, unas punibles y otras respetables. 

Pero, como decía el gran odiador, Jack el Destripador, vayamos por partes. La RAE dice en su diccionario que odio es: “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea.” El diccionario Panhispánico redunda en ese significado aplicando a la definición más intensidad: “Sentimiento profundo e intenso de repulsa hacia alguien que provoca el deseo de producirle un daño o de que le ocurra alguna desgracia.” La cuestión aquí no es tanto el sentimiento en sí, que es algo que todos tenemos porque todos somos seres humanos y los seres humanos aman y odian a partes iguales. La cuestión es si debemos hacer punible ese odio. Si las instituciones políticas y judiciales deben inmiscuirse en el ámbito del sentimiento humano. Es evidente que sí lo hacen, pero no siempre de igual manera. 

Hay diversos odios que no se ven igual a los ojos del público general. En los años de la invasión francesa, allá por 1808, se decía que matar a un francés no era pecado y se animaba a todos los feligreses a hacerlo, quien lo hacía era considerado un patriota, quien se negaba era, pues, un afrancesado y por lo tanto un traidor. No vamos a llegar hasta esas consecuencias tan graves, pero a veces nuestra historia se repite, como siempre, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa. Y en esas estamos, en la mayor farsa de nuestra historia.

   ¿Son igualmente medidas por la ciudadanía las incitaciones al odio por parte de los ciudadanos que en 2017 despedían a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado que iban a Cataluña a impedir el uso de la Democracia al grito de “a por ellos”, que el odio de muchos catalanes hacia esa misma España que le impide el ejercicio de sus libertades? ¿Es igualmente percibido odiar a Putin que odiar a Zelensky? ¿Constituye alguna diferencia odiar al nazismo en todas sus vertientes históricas, que odiar a aquellos que luchan contra los nazis? ¿Son igualmente punibles los odios hacia las mujeres por parte del colectivo Queer, que el odio de esas mujeres hacia aquellos que propician el borrado de la historia de la mujer? ¿Son lo mismo los odios propiciados por los obreros hacia sus empleadores, culpables de mantenerles en una situación de pobreza, que los odios de los empresarios hacia aquellos que se muestran más activos en el ejercicio de sus derechos sindicales? ¿Es lo mismo odiar la corrupción que odiar a quien se manifiesta en contra de esa corrupción? ¿Si a alguien se le respeta por elegir un sexo “diferente al que le asignaron al nacer”, por qué razón alguien no le puede decir a la cara que el Rey está desnudo? ¿Cómo se puede legislar contra el odio si constituye, nos guste o no, un sentimiento humano? ¿Sería perceptible e incluso necesario legislar sobre el amor? ¿La amistad es un contrato? ¿La inteligencia asusta a aquellos que la discuten sin argumentos? ¿Seremos capaces de entendernos en esta maraña de autocensura que nos viene encima? ¿Qué papel debemos jugar los medios alternativos ante semejante ataque a la Libertad de Expresión? ¿Toda idea contraria a un dogma de fe ha de ser asumida e integrada en el mundo de los valores humanos? ¿Dónde queda el valor del encuentro de ideas diferentes, la dialéctica de tesis y antítesis para lograr una síntesis efectiva? Pareciera que existen odios buenos que se premian en sociedad y odios malos que son perseguidos. Estamos tutelados por una visión demasiado simplista de la realidad y no somos realmente conscientes de lo que implica tolerar unos odios y otros no. En cualquier caso se trata de algo subjetivo, relativo y también hegemónico porque los odios tolerados los fabrican quienes imponen sus normas a la sociedad. El grupo hegemónico impone sus ideas con el fin de destruir a los otros grupos que pugnan por construir una sociedad diferente. No voy a hablar aquí del artículo 510 del Código Penal, sino de la percepción que se tiene en la sociedad de cuanto se pueda expresar y cuanto se deba callar. Esa autocensura nos va a costar muy cara a todos los españoles como costó en su momento en los tiempos franquistas. Quienes no podemos hablar hoy tenemos el derecho y la convicción de hacer todo lo posible para que podamos hablar mañana.

En cierto modo vivimos tiempos extraños, vamos a tener bases en la Luna, pero no tenemos la capacidad de debatir sin la posibilidad de que los dogmáticos nos cierren los medios a la menor muestra de disidencia. Veremos ordenadores cuánticos capaces de llevarnos al siguiente nivel en las ciencias, pero estamos dejando que sensaciones personales e íntimas y percepciones subjetivas se inscriban dentro de las leyes para hacer imposible cualquier debate público sobre las mismas. Estamos perdiendo nuestra autonomía y disentir es visto como odio, estamos perdiendo la dignidad de enfrentar posturas de una manera verbal y pacífica porque ese punitivismo nos calla la boca sin posibilidad de entendimiento. 

Por eso señoras y señores del Sistema quisiera pedirles encarecidamente que me enseñen ustedes cómo debo o puedo odiar para así ser parte del rebaño y dejar así de ser señalado por la calle como un odiador o un delincuente. Gracias.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.