El humanismo en tiempos de capitalismo absoluto

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¿Cómo han conseguido las grandes corporaciones que nos gobiernan hacernos creer que vivimos en democracia? ¿Es la impresión general la que nos dicta que vivimos en el mejor de los mundos posibles? ¿Hasta dónde ha caído la voluntad humana, el espíritu de lucha, la capacidad de imaginar mundos mejores? 

La falta de un humanismo que nos salve de los prestidigitadores del pensamiento nos ha hecho estar cada día más cerca de nuestra extinción. Y es que, en el largo camino de nuestra especie, jamás hemos estado tan cerca del fin como ahora. Pero no me estoy refiriendo al final literal de la especie, sino al fin del avance social y al fin de imaginar, siquiera, que otro mundo sea posible. Es decir, estamos ante el fin del humanismo. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Qué grado de esperanza alberga nuestro ánimo? ¿Seremos capaces de remontar el receloso río de la historia y cambiar el cauce que nos lleva al mar, que es el morir?

Si pensábamos hace unos años que la comunicación había revolucionado el mundo gracias a internet, no intuíamos hasta qué punto. Ahora, lejos de estar más interconectados, estamos, tal vez, más distanciados. Lejos de estar juntos estamos más solos y al entrar en los modos de esta vorágine nos hemos perdido por el camino. Hemos dejado de ser humanos al ser regidos por las órdenes de amos digitales. La transformación de la organización social nos ha paralizado. Al ser ya nuestra sociedad una pluralidad de seres dependientes de redes llevadas intencionadamente hacia el flujo que desean quienes las han creado estamos dando los primeros pasos para integrar en nuestra forma de actuar las reglas que desean imponernos. Poco falta ya para que el transhumanismo acabe integrando en nuestro sistema nervioso sus reglas y sus incompatibilidades con lo que se supone que debe de ser un ciudadano del siglo XXI. Nuestra comunidad no existe, la multitud se ha transformado en un enjambre que sigue las modas impuestas por la gran abeja reina de los ocultos poderes de los dueños de la información. Somos tentáculos en manos de un mono pulsando teclas. Puede que alguna vez escribamos el Quijote pero jamás volveremos a las calles. 

Estamos regidos por un capitalismo absoluto. La desregulación financiera no tiene límites y su justificación ideológica, el neoliberalismo, campa a sus anchas sin nadie que matar en el campo de batalla. La democracia se ha transformado en reglas de gobernanza y quien nos gobierna ha logrado lo imposible: la automatización de la voluntad humana. La creación de un redil inmenso donde las ovejas se pastorean a sí mismas y aceptan su suerte porque no se saben humanas sino meros números. Salvajes lobos devoran corderos a diario y adiestrados perros del capital aniquilan la poca disposición a la lucha que encuentran porque pocos son los despiertos y muchos los dormidos bajo mil capas de neón y juegos varios. La riqueza se crea gracias al empobrecimiento de la mayoría y nadie desea mover un dedo porque se lo cercenarían. Todo está informatizado, desde los resultados de las próximas elecciones hasta el resultado de los tabloides deportivos. El mundo es un mercado soez lleno de vampiros que secan los cuerpos inermes de los ciudadanos. Estamos muriendo, aunque estemos ya muertos. Miramos el tiempo como si no estuviera en nuestra mano el detenerlo y no somos conscientes del verdadero poder de nuestro número porque han hackeado nuestro centro mismo: la solidaridad obrera. 

El poder, el verdadero, el poder económico desplegado en USA, que maneja la industria armamentística, las dependencias de todo lo que actúa en el individuo, es decir, las drogas, la propaganda, la alimentación (basura), la promesa de una vida mejor (léase el sueño americano), la depravación y el consumo de carne humana (que, al fin y al cabo representa la prostitución y la pornografía), el consumo de ocio sin pensar (mil deportes diferentes para que guste al menos uno, mercado cultural para consumo rápido y que fomente la sensación de vacua felicidad sin la recompensa de un pensamiento profundo, la venta de alcohol y otras drogas de consumo rápido (pensad por qué razón en todas las serie norteamericanas aparece el protagonista bebiendo en casa). Ocio controlado para borrar la sensación de vacío inmenso que produce una sociedad que no te proporciona lo necesario para convertirte en un individuo. Todo para evitar la emancipación del individuo). El poder todo lo determina, oprime y somete.

Esos poderes han conseguido conocernos más profundamente que nosotros mismos. Han usado la psicología y la sociología para evitar la revolución. Y lo han llevado a cabo de tal manera que lo hagamos nosotros mismos. Sin tener que sacar los tanques a la calle. La sociedad del optimismo superficial, del consumo de masas y de la industria del entretenimiento ha conseguido la disolución de la conciencia de clase. Y lo ha hecho sembrando el conformismo. Usando la educación para recortar las mentes del pueblo. Consiguiendo que sea mal vista la disidencia y que sea tomada como terrorismo la esencia del obrerismo: la huelga, la manifestación, la contestación social. El sistema crea ganado fácil de manejar. Extirpa de raíz la esencia de la utopía y el individuo sujeto a este sistema se deja conducir hacia el abismo antes, siquiera, de saber que va directo al matadero. El proyecto de esta modernidad posmoderna liquida al individuo. La liberación y la emancipación que proponía la ilustración ha resultado ser todo lo contrario, nos han hecho más susceptibles a la dominación del sistema. Ese afán de dominio de la naturaleza que antaño movió montañas y dibujó nuevos canales en los mapas ha acabado de considerar al individuo, no como una persona, sino como un objeto y como tal susceptible de venderse como mercancía, transformarse como materia prima y considerar sus propios sentimientos y vicisitudes como modelos de mercado, piensen en las redes sociales y en tratamiento que se hace de todos esos datos que ponemos a disposición de esos poderes de forma totalmente gratuita y con los que se comercia sin pedirnos permiso. El individuo posmoderno es, pues, materia de análisis y se le pone a la altura de las cosas en lugar de ser el individuo la medida de las mismas. El ideal humanista ha fallecido porque hemos pasado de ser el centro del universo a no ser más que una cosa con la que se trafica y se vende.

La soberanía de nuestros gobiernos es autoritaria con respecto a sus propios ciudadanos y tibia y frágil en lo que se refiere a los mercados. No nos dejan protestar porque nos consideran molestos como gritos vacuos y nos consideran pocos y desorganizados como cerdos vagos. Solo nos queda un último as en la manga, la capacidad humana de ver lo invisible, de detectar lo indetectable, de transfigurar aquello que pareciera que fuera a durar toda la vida y hacer tambalear la cúspide de la pirámide una vez más. Ya lo hemos hecho antes. Ningún sistema perdura. Acabemos con él. Asestemos un golpe a su centro nervioso e imaginemos ya un sistema diferente para seguir avanzando en esta gran tragedia que es nuestra especie o engrosaremos las estanterías de lo utópico mientras nos convertimos en esclavos virtuales y mendigos sin sueños dispuestos a luchar tan solo por un mendrugo de pan mientras las pantallas sonríen y las luces parpadean en un gemido de glorificación patética a nuestro sistema: el capitalismo absoluto.

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