Gato por liebre con la Ley Trans: la autodeterminación del sexo NO es un derecho civil a conquistar por el movimiento LGTBI

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Yesenia Pumarada Cruz, doctora en historia latinoamericana, activista feminista.

Mucha gente piensa que la “transexualidad” es como la homosexualidad – otra forma más de vivir la sexualidad humana que se “desvía” de la mayoritaria y normativa heterosexualidad. Una “identidad” (o “diversidad”) sexual que se tiene o se es, sin más. Esto las lleva a pensar que es lógico que ningún criterio (médico, legal o de cualquier tipo) debe limitar la libertad de una persona “transexual” de tener acceso a documentos que reflejen el sexo que desea ser en lugar del sexo que es. Después de todo, reclama la gente aliada y bienpensante, esto le hace la vida más fácil a esa persona y no hace daño a nadie. El individuo en cuestión no pasa la vergüenza de tener que dar explicaciones una y otra vez sobre su condición y recibir miraditas suspicaces. ¡Es injusto que para poder hacer ese cambio registral una persona se vea obligada a hormonarse u operarse! ¡En un país democrático y tolerante como España no se debería siquiera debatir una cuestión de libertad individual tan fundamental! ¡Esto es igual a lo del matrimonio gay, que la Iglesia Católica y la derecha insistían iba a socavar la institución de la familia! ¡Cambiar tu sexo en el registro porque eres “trans” no le incumbe a nadie más que a ti! ¡Y en la adolescencia más aún, porque es una etapa dura y “ser trans” ya es lo bastante difícil como para, encima, tener que aguantar un documento que te recuerda todo el rato el sexo que no quieres ser! ¡Eso es como negarles su identidad y hasta su existencia! ¡¿Por qué las feministas no entienden algo tan sencillo?!

La respuesta a esa última pregunta es muy fácil: porque las feministas sabemos que no es algo tan sencillo. El párrafo anterior en su totalidad está planteado desde dos errores de interpretación fundamentales. Primero, que la llamada “autodeterminación” del sexo es un derecho que hay que extender a las “personas trans”. Segundo, que la Ley Trans plasma reclamos que son una extensión lógica y legítima de los derechos reclamados (y conseguidos) por el movimiento por los derechos de gais y lesbianas. Estos errores han sido fomentados por el activismo queer, que encima nos quiere colar unas ideas compuestas de elementos contradictorios que nada tienen que ver con derecho alguno, y cuyas consecuencias son nefastas.

La primera idea es que todas las personas, siempre y en todo lugar, nacemos con algo que se llama “identidad de género”, aunque no lo sepamos, y aunque la Ley Trans española la llame “identidad sexual” para que las feministas no se quejen de que el género es una construcción social. Cuando esa “identidad de género” es igual al sexo con el que naciste, eres “cisgénero”, pero no te das cuenta porque es como ser heterosexual, algo tan normalizado que no te lo sueles plantear como cuestión identitaria. Cuando esa “identidad de género” no se alinea con tu sexo, eres “trans”. Las personas cuya “identidad de género” (o sexual, según el texto de la ley) es “trans”, sufren discriminación, y por lo tanto, un estado democrático como el nuestro debe protegerlas.

La segunda idea es un poco donde dijeron digo, dicen Diego: no se nace con un sexo, porque el sexo no es un hecho biológico. Cuando nace un bebé, el equipo médico le “asigna” un sexo fijándose en los genitales, pero el sexo real de ese bebé no lo conocerá nadie hasta que exprese su “identidad de género” (o, en el lenguaje de la Ley Trans española, su “identidad sexual”). Al hacerlo, se sabrá si la persona es cis o trans, esto es, si el sexo que le asignaron es incorrecto. O sea, el sexo con el que se nos registra al nacer, basado en la observación de nuestros genitales, no es el real. El “sexo real” es el “sexo sentido”, el cual no tiene nada que ver con el cuerpo tal cual es, sino con la idea y los sentimientos que cada persona tiene al respecto. Alguien con pene y barba que se identifica como mujer, es tan mujer como alguien que está ahora mismo de parto en algún lugar del mundo; y alguien que está pariendo en otro lugar pero que se identifica como varón, es tan hombre como un barbudo con pene. O ninguna de las dos cosas, o un poco de ambas, porque ahora también se ha descubierto (no porque se hayan hecho estudios científicos, sino porque… se ha descubierto, así, sin más) que el sexo no es binario, o sea, mujer/varón. ¡No!El sexo, o bueno, el género, que es lo mismo que decir la identidad sexual, que al fin y al cabo es el verdadero determinante del sexo, por tanto, el sexo, es un “espectro”, como un color que va de más intenso a menos intenso, esto es, de “ultra mujer/ultra femenina” a “ultra hombre/ultra masculino”, con varias posibilidades intermedias.

Quizás no parezca posible que semejante ideario —que el sexo no es un hecho biológico, sino un sentimiento que determina/está determinado por algo llamado identidad de género— sea lo que de verdad fundamenta el proyecto de Ley Trans que está ahora mismo siendo considerado para su aprobación por el Senado español. Y quizás para algunas personas no parezca siquiera importante: si se consigue que las “personas trans” tengan vidas mejores que las que tienen ahora, y no se le hace daño a nadie, ¿qué importa si hay ideas locas en las mentes de quienes redactaron la ley?

Importa, porque gracias a este ideario la Ley Trans vende como un derecho la autodeterminación del sexo registral, y pretende que esto no tiene consecuencias. Pero nadie “autodetermina” su sexo, ni heterosexuales ni homosexuales, ni personas ricas o pobres, ni hombres, ni mujeres, ni adolescentes, ni adultos. Ni siquiera personas “intersexuales”, o sea, aquellas con una Anomalía o Diferencia en el Desarrollo Sexual de origen cromosómico —y que constituyen menos del 0,02% de la población humana—, “autodeterminan” su sexo. Porque el sexo, al igual que nuestra carga genética, nos viene dado desde el momento de la concepción, y lo que deseemos al respecto no constituye ni un derecho ni una realidad

Importa, además, porque no es cierto que el cambio registral que haga una persona no le hará daño a nadie y no le incumbe a nadie más que al propio individuo. La autodeterminación del sexo conlleva la eliminación de los espacios segregados por sexo, muchos de los cuales han sido establecidos para proteger a niñas y mujeres —cárceles, baños, vestuarios, habitaciones, casas de acogida o residencias, etc.— pues los varones son capaces de cometer actos violentos contra las mujeres mucho más fácilmente que de sufrirlos en nuestras manos. Además, dan la sensación de privacidad e intimidad, que sí son derechos que tenemos todos. Así, la “autodeterminación” del sexo registral, que es un deseo queer que se nos vende como un derecho humano, tiene consecuencias nefastas para todas las mujeres y niñas que, alguna vez en su vida, quieran o necesiten o se vean obligadas a acceder a un espacio segregado por sexo (como un baño público o un vestuario o una actividad solo para chicas, o solo para lesbianas, o una cárcel, o una habitación compartida en un hospital psiquiátrico, por nombrar unas pocas). 

Además, hay espacios segregados —organizaciones o asociaciones estudiantiles y culturales, clubes…— que nos dan la oportunidad, tanto a varones como a mujeres, de estar y compartir lo que queramos, sin la mirada del sexo opuesto, sin la presión de agradar o atraer, de evitar ciertos temas de conversación. Y ese tipo de espacios también han sido establecidos y buscados por gais y lesbianas, incluso con más asiduidad. Semejantes espacios exclusivos para lesbianas o para gais no podrán existir tras la aprobación de la Ley Trans, so pena de ser acusados –por increíble que parezca— de LGTBIfobia.

Quizás la ciudadanía ignora que la Ley Trans no limita el derecho de ninguna persona a la autodeterminación registral del sexoun hombre sentenciado por violar, torturar, golpear o asesinar a una mujer (o a varias, o a niñas…) que, tras el delito, decide cambiar su sexo registral por “femenino”, puede cumplir su sentencia en una cárcel de mujeres si así lo desea. En el caso del deporte femenino, hay muy pocas ramas en las cuales las mujeres podrían siquiera acercarse a los resultados de los varones, incluso de aquellos que estén en tratamientos hormonales “feminizantes”. El ser humano es un mamífero con dimorfismo sexual evidente: hombres y mujeres tenemos cuerpos que difieren más allá de los órganos y procesos de nuestro sistema reproductor, y solo en la infancia y la niñez esas diferencias son menores. 

Por otro lado, si el sexo no es algo material, entonces la heterosexualidad y la homosexualidad no existen como tales. Dado que según el ideario que sostiene la Ley Trans, las mujeres pueden tener pene o vagina y los varones pueden tener vagina o pene, toda persona homosexual o heterosexual que se niegue a considerar como parejas sexoafectivas a alguien cuyo sexo real (o sea, el sentido) no es “cis”, es una persona tránsfoba.  Según la Ley Trans española, gais y lesbianas que insistan que no sienten atracción por personas con los genitales del sexo opuesto, y que un “varón trans” no puede ser un hombre gay y una “mujer trans” no puede ser lesbiana, podrían ser multados por esas expresiones, pues denotan transfobia o LGTBIfobia.

Una ley que busca la “igualdad real y efectiva” de las “personas trans” no puede partir de la noción de que es vergonzoso que se sepa su verdadero sexo (y por tanto, que son “trans”). En España, la legislación antidiscriminatoria exige que una persona homosexual o bisexual sea tratada de la misma manera que una persona heterosexual. Eso, y no facilitar la ocultación de la orientación sexual, es “igualdad real y efectiva”. Las personas que desean vivir como si fuesen del sexo opuesto pueden exigir, y deben recibir, el respeto absoluto del resto de la sociedad. Pero la Ley Trans lo que hace es facilitar la ocultación de su sexo, como si fuese algo positivo para ellas mantener siempre viva la necesidad de ocultamiento. Lograr una “igualdad real y efectiva” implica luchar contra el machismo, que lleva a tantos hombres que son leídos como afeminados a temer usar espacios para varones. Una ley escrita para terminar con la llamada “LGTBIfobia” favorecería que la sociedad asuma que ser varón y ser mujer solo significa que se tiene uno u otro sexo, y que, por lo tanto, las posibilidades de personalidad —y de apariencia, expresión, comportamiento, atracción, etc.— son tan variadas como el número de individuos que existen. Se puede ser hombre y llevar vestido y se puede ser mujer y llevar el pelo rapado. Lo que no se puede es cambiar de sexo, y ese hombre y esa mujer deben tener el mismo derecho que tienen los demás varones y las demás mujeres de usar los espacios que les corresponden, y ejercer los derechos que la legislación española les reconoce a sus respectivos sexos, sin ser discriminados por no ajustarse a los estereotipos sexistas, o sea, al género.

En conclusión, esta ley tiene consecuencias nefastas para toda persona que quiera o necesite estar en un espacio segregado por sexo, y no protege el derecho de toda persona a ser ella mismaal contrario, naturaliza la ocultación y se lleva por delante el conocimiento científico que se tiene acerca del sexo. Lo que atenta contra la dignidad humana de una persona es que se vea obligada, por la fuerza brutal de los estereotipos sexistas, a ocultar su sexo porque su apariencia o su comportamiento están culturalmente asociados al sexo opuesto. La humillación es esa, y eso es lo que una ley verdaderamente preocupada por la igualdad real y efectiva de todas las personas que formamos parte de la sociedad española debería intentar procurar. Hay que abolir el género, esa camisa de fuerza cuya opresión lleva a algunas personas a rechazar su sexo para escapar de sus mandatos, y que la Ley Trans blinda como un nuevo armario disfrazado de postmodernidad brilli-brilli. No somos las feministas las que no entendemos algo tan sencillo como que nadie debería tener que ocultar su sexo por vergüenza a no encajar con los estereotipos de género. Son quienes redactaron la Ley Trans, y quienes la apoyan, quienes no entienden nada.

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