¿Qué nos vendieron realmente en el Mundial de Catar?

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En el mundial que acaba de terminar se ha hablado mucho de la capacidad del espectáculo lúdico del fútbol para tapar problemas o abusos. Sobre todo se ha hecho mucho hincapié en el trato a homosexuales y trabajadores inmigrantes en el país anfitrión, sobre los cuales, sin duda, la dictadura catarí ha cometido muchas tropelías, pero casi no se ha hablado de las mujeres, por ejemplo, y además, muchos de los gestos que hemos visto destilaban un cierto aire de impostura, del activismo que quedaría bien en una gala de la MTV, pongamos por caso. Cada tertulia o acto de boicot rezumaba un regusto a propaganda interesada más que a preocupación por los derechos de nadie. A destacar el espontaneo que interrumpió el Portugal-Uruguay portando un batiburrillo de causas, proclamas y banderas que mucha gente ni entendió a la primera.

Sin embargo, yo quiero referirles una anécdota personal. Hace algunos días una persona, cuyo nombre y relación conmigo prefiero ocultar, me mandó un mensaje de wassap referido al partido del tercer y cuarto puesto. Croacia y, sobre todo, Marruecos, recuerden, habían sorprendido a la afición futbolística de casi todo el mundo llegando mucho más lejos de lo que nadie hubiera creído al principio. Mi interlocutor y yo comentábamos nuestras preferencias para dicho partido. Yo referí que siendo Marruecos un equipo africano que pisaba un terreno inédito para las selecciones de dicho continente, creía, simplemente como aficionado, que sería bueno para el fútbol que redondeara la hazaña obteniendo al menos un podium. La respuesta de mi interlocutor era que tal cosa podía ser, pero que dado el comportamiento ejemplar de la afición croata en contraste con los altercados que habían ocurrido en las celebraciones marroquíes, sus simpatías estaban con el combinado balcánico, donde además actuaba el angelical y modélico Luka Modric.

Claro, si ustedes siguen el fútbol más allá de los titulares, calificar de ejemplar el comportamiento de la hinchada croata, una de las más problemáticas en Europa durante los últimos años, les resultará, como mínimo, chocante. En alguna ocasión, en los últimos años, el propio Davor Suker, antaño delantero del Sevilla y del Real Madrid y hogaño presidente de la federación de fútbol de Croacia ha manifestado su absoluta incapacidad para controlar a sus ultras. Y sin ir más lejos, en febrero de este mismo año que ahora concluye, los seguidores radicales del Dinamo de Zagreb provocaron varios enfrentamientos con la policía española en Sevilla cuando el conjunto croata acudió a jugar un encuentro de UEFA Europa League contra el club hispalense. Pero todo esto parece haberse diluido.

En cuanto a la imagen de Luka Modric, ese niño de la guerra que nos venden los medios, que sólo gracias a su esfuerzo e ilusión logró convertirse en uno de los mejores centrocampistas del fútbol mundial, hay mucho que decir. El jugador madridista aceptó una condena de ocho meses de cárcel por evasión fiscal y ha recibido varias otras sanciones. Además tiene contactos con la mafia croata y dirige una inmobiliaria cuyas cuentas y situación legal no están claras.

En asunto de derechos humanos tanto los ultras croatas como Modric no le van a la zaga al gobierno del país anfitrión de este mundial: estos ultras dibujaron una esvástica en el césped del campo del Hadjuk Split, sorna que se incrementa si tenemos en cuenta que este club fue el equipo oficial de la resistencia anti nazi en tiempos de Tito, o bien, hace ya más tiempo, formaron ellos mismos una esvástica humana en un amistoso frente a la selección de Italia. Creo que la ideología de estos ultras admite pocas dudas. Por otro lado, poco después del partido de cuartos de final contra Brasil, el admirable y ejemplar equipo croata colgó un video en redes sociales donde se veía a jugadores y cuerpo técnico cantando a voz en grito canciones propagandísticas del estado fantasma Herceg-Bosna. Modric era el que dirigía estos cánticos. Lo malo es que el estado Herceg-Bosna era un estado artificial que proclamó durante las guerras yugoslavas un grupo fascista de croatas residentes en Bosnia. No fueron reconocidos ni por Bosnia ni por ningún otro país, pero aun así ellos reclamaban el mando del territorio que controlaron donde cometieron los más espantosos crímenes contra la humanidad. Personalmente, para mí un fascista es por definición un criminal, pero como hay gente que separa ambos conceptos y que se empeña en diluir la definición de fascismo, les aclararé que la condición de criminales de lesa humanidad de los héroes de Modric y compañía fue juzgada y sentenciada en el tribunal de La Haya. Un párrafo de la sentencia les atribuyó la intención de «Crear una Gran Croacia que precisaría una modificación de su composición étnica, a través de desplazamientos forzosos de la población, asesinatos, saqueo de propiedades, trabajos forzados para los detenidos y expulsión de sus tierras». Sí, cierto, Modric creció en medio de aquella guerra y al parecer tuvo la desgracia de ver en primera línea el asesinato de su abuelo, pero eso no le exime de que a día de hoy manifiesta simpatía por criminales de guerra ultranacionalistas. Nada raro, por otra parte, en un estado, Croacia, donde como en otros países del este de Europa se intenta reescribir la historia, incluso rehabilitando a los ustacha, aquellas malas bestias aliadas de los nazis.

Claro, cuando alguien del entorno personal de uno repite que la afición marroquí es muy mala pero no sabe nada de todo esto, uno se pregunta quién y por qué controla realmente la imagen que nos da el fútbol. Porque a los periodistas y futbolistas con brazaletes LGTBI o al espontáneo aquel del que hablábamos más arriba todos los vieron. Como los incidentes provocados en algunas ciudades por ultras marroquíes. Pero para muchos Modric sigue siendo el pobrecito niño de la guerra, Croacia una afición ejemplar y la selección unos sanos y entregados deportistas. Recuerden, una consigna cuñada dice muy a menudo que no hay que mezclar política y deporte. Tampoco olvidaron los medios mayoritarios informarnos debidamente en su día de que Modric hizo varias declaraciones a favor del gobierno ucraniano diciendo que él creció en medio de una guerra y no se lo deseaba a nadie. Para no ocultar nada diré que los marroquíes también cantaron en sus celebraciones el Sahara es mío, pero eso tampoco nos lo muestran. Así que incluso cuando ustedes sean conscientes del poder propagandístico del fútbol, pregúntense si saben de verdad lo que quieren venderles, porque si no lo tienen claro será mucho más fácil que se lo cuelen. A lo mejor no es precisamente, o no solo, propaganda del gobierno catarí lo que les están suministrando.

¿Cuántos de ustedes vieron hablar en la tele de los hinchas marroquíes? ¿Cuántos han visto y oído toda la polémica sobre derechos humanos en Catar? Comparen estos porcentajes con el de cuánta gente sabe que Ante Pavelic, líder de los ustacha mencionados más arriba, está enterrado aquí, en España, en el cementerio madrileño de San Isidro, y que aún hoy, con mucha frecuencia, vienen a visitarlo extremistas croatas.

Felicidades, por cierto, a Argentina por su título y a Marruecos por su logro histórico que, insisto, no debe hacernos olvidar que sus jugadores alentaron la ocupación del Sahara.

Tumba en el cementerio madrileño de San Isidro del criminal de guerra ustacha Ante Pavelic, al cuál se atribuye la afirmación de que «un buen ustacha debe ser capaz de rajar con su cuchillo el vientre de una serbia embarazada y degollar el feto delante de ella».

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