Será la macumba

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«Sé que Castelo Branco ha iniciado una represión brutal y me importa un comino. En mi opinión (…) hay personas (…) a las que es necesario encerrar aquí y allí».

— Baines Johnson, presidente de los Estados Unidos durante la campaña de la CIA en Brasil y seguramente el carnicero con más muertos a sus espaldas después de la Segunda Guerra Mundial.

«Es increíble la campaña de terrorismo económico sistemática del oligopolio de los medios de comunicación buscando desestabilizar el gobierno de Dilma. Es muy parecido a lo que hicieron con mi abuelo».

Joao Alexandre Goulart, nieto del presidente brasileño Joao Goulart depuesto por el golpe militar de 1964 sobre la cobertura mediática a la campaña de Dilma Rousseff.

Posiblemente les sorprenda saber que el artículo que se disponen a leer estuvo a punto de no ser escrito, pero así es. El motivo es que este Villano de Madrid lleva una semana en un estado de confusión que casi le ha sumido en la locura. He padecido un desvarío sorprendente sobre lo ocurrido en las recientes elecciones brasileñas, tan desconcertante que por momentos me ha sumido en la angustia al no ser capaz de reconocer los hechos que me mostraban los seguidores de Bolsonaro y buena parte de la extrema derecha mundial. Teniendo que ver con el Brasil, inmediatamente pensé que he debido caer bajo el influjo de algún hechicero practicante de la macumba, la célebre magia negra de origen bantú que se cultiva en ciertas regiones del gigante sudamericano, porque resulta que la visión del Brasil y el mundo de los últimos 60 años que yo concebía no tiene absolutamente nada que ver con de lo que había ocurrido en realidad.

Verán, como muchos de ustedes, yo creía que el país sudamericano había llegado a los años 60 del siglo XX con un sistema democrático bastante aceptable, hasta que llegó a la presidencia un dirigente izquierdista, Joao Goulart. Juraría tener documentado que el angelical, melifluo y seráfico John Fitzgerald Kennedy había empezado ya la maniobra de desestabilizar al gobierno de Goulart, cortando todo flujo de dinero al gobierno brasileño, pero financiando en cambio al sector más ultra del ejército y a los políticos locales opuestos a los planes del presidente. En mi confusión, ignorante de mí, tenía por muy cierto y valedero que cuando Kennedy ya no estaba, Lyndon Baines Johnson, seguramente el criminal con más muertos a sus espaldas después de la Segunda Guerra Mundial, había continuado estos planes hasta desembocar en el golpe de 1964 por el general Humberto Castelo Branco que sumió al Brasil en una terrible dictadura militar extremoderechista, donde la tortura, el asesinato y la desaparición forzada de cualquier persona opuesta al régimen era cosa corriente.

El delirio me había llevado a creer que esta gentuza precipitó al país en la miseria aumentando la diferencia entre ricos y pobres y que con la excusa de contener al comunismo machacaban toda voz disidente. Incluso destacadas figuras de la iglesia católica lo comentaban, como Helder Camara, el recordado arzobispo de Recife, quien sentenciara: «Si doy comida a los pobres, me llaman santo. Si pregunto por qué no tienen qué comer, me llaman comunista».

Pero todo esto solo era el principio de mi confusión. Estaba plenamente convencido de que un líder sindicalista llamado Luiz Ignacio Da Silva y conocido popularmente como Lula había tenido mucha presencia entre la contestación popular a la dictadura, habiendo llegado a ir a la cárcel en 1980 tras una huelga muy duramente reprimida por los dictadores.

Claro, lógicamente, perdido en esta confusión, creía que el hecho de que, tras décadas de lucha, la dictadura hubiera acabado, la democracia hubiera sido reinstaurada y Lula hubiera llegado a la presidencia del país, era algo que alegraría a cualquiera, salvo quizás un oligarca brasileño o la CIA.

Tanto era así que tras haberse marchado dejando el país mucho mejor que como lo encontró, Lula y su partido sufrieron un nuevo golpe, esta vez judicial, con creación de causas manifiestamente artificiales y deformadas. Todo ello a la larga con el fin de poner en el gobierno a un bufón ultraderechista histriónico, como ahora gusta al fascismo mundial. Un ex militar llamado Jair Bolsonaro, arrestado en su día acusado de organizar atentados de falsa bandera contra el propio ejército. Un payaso gritón que durante varios años había sido un dinosaurio de la dictadura militar y que no se cortaba en afirmar que la añoraba. No se anduvo con rodeos para demostrarlo, con su desprecio a los indígenas, a los miembros de cualquier minoría y, por supuesto, a los izquierdistas. Hablaba abiertamente de dar armas a los terratenientes, de destruir la Amazonia, y exterminar a los comunistas. El hambre y la pobreza volvieron a extenderse. Además, cosa poco comentada en este lado del Atlántico, llegó a ser acusado en el senado brasileño de crímenes contra la humanidad por su gestión de la pandemia que sufrimos hace dos años. Los que conspiraron para intentar reimplantar la dictadura, por supuesto, no se olvidaron de volver a encarcelar a Lula.

Acabando la macumba o lo que fuera de hacer su obra, estaba convencido de que Lula había logrado demostrar la falsedad de la trama judicial contra él —no así la implicación de los USA en este nuevo golpe, aunque, dados los antecedentes, este Villano de Madrid está convencido para sí de que los yanquis también han metido mano por ahí—, así que estaba muy contento, como cualquier persona que pensara todo lo que he referido, de que reproduciendo el ciclo, saliera de la cárcel y volviera a la presidencia. Ahora las cosas estaban en su sitio, y Bolsonaro volvía a ser un payaso gritón y malencarado.

Pero, ay de mí, resulta que no fue así. Resulta que, según los secuaces del bufón nazi, lo que pasó era exactamente al revés: que por lo visto Brasil había sufrido durante décadas una dictadura comunista terrible que había dejado a todos en la miseria, y que Bolsonaro era un enviado de algún poder superior—no en vano su nombre completo es Jair Messias Bolsonaro—, destinado a poner las cosas en su sitio. Según algunos de ellos, de hecho, Lula es el líder del comunismo satánico que va a imponer el terror en el país sudamericano.

Claro, en tal caso, la democracia lo que dicta es que los perdedores de las elecciones deben ir a pedir al ejército un nuevo golpe militar. Yo creía que esto era inadmisible en democracia, pero según Bolsonaro, su tropa y buena parte de la ultraderecha mundial no es así. Resulta que dictadura es si gana la izquierda. ¡Incluso ha llegado a correr la especie de que un artículo de la constitución brasileña permite una intervención del ejército en este caso! Yo pensaría que eso es absurdo en cualquier país democrático, pero se ha dicho tanto y con tanta insistencia que debe ser mi hechizo lo que me confunde.

Por último, podría, en mi confusión y víctima, como parece que soy, del hechizo de la macumba, pensar que esto es una pantomima absurda e intolerable de un montón chalados fascistas. Pero según muchos medios no es así, parece que es una postura muy legítima y tan válida como otra cualquiera en la «polarización» de la sociedad brasileña. Todos los medios del mundo no se inventarían algo tan repugnante. Aunque a fin de cuentas mis delirios también me dicen que esos medios fueron en su día imprescindibles para el golpe contra Goulart y para crear el falso escándalo judicial. No soy el único que los sufre, por lo visto. Arriba tienen declaraciones al respecto del nieto del depuesto presidente. De modo que esperemos que esos señores armados que afirman ser tan cristianos y sus amigos militares deshagan el hechizo de la macumba, una práctica maligna y satánica que esos cristianos verdaderos, no como el obispo Camara, borrarán del mapa. Entonces, sin duda, veremos todo esto con claridad.

Expediente policial de Lula durante su detención por la dictadura y reportajes de tortura en esos años en el Brasil, algo que ahora ya sé que se debía al hechizo de la macumba.

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