¿Cómo ver la guerra en Ucrania?

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José Carlos Mariátegui nos advirtió sabiamente algo que suele pasar desapercibido: que la realidad nacional, está mucho menos desconectada de la realidad mundial.

El Amauta invitaba a ver lo que ocurría en Europa de entonces: “Los obreros que luchan hoy en las barricadas de Hamburgo -decía- luchan también por vuestra causa, obreros del Perú”. Era un modo de confirmar la interrelación de los fenómenos que suelen ser ignorados incluso por segmentos avanzados del pensamiento revolucionario de nuestro tiempo.

Cabe revisar esto, leyendo la declaración de la Izquierda del 27 de marzo, y en la que se alude al conflicto de hoy en suelo ucraniano. Casi ignorándolo se habla de él por “sus consecuencias”; por lo podría suceder aquí, a partir del encarecimiento de carburantes y otros insumos.

Pareciera que, ante el fenómeno en sí, y la inmensa amenaza que se deriva de él; lo que importa es que no perjudique nuestra magra economía. Como si dijéramos que esperamos que la guerra, no nos prive de ir al cine los domingos.

Quizá alguien podría sustentar la idea de que este conflicto ocurre lejos. O quizá asegurar que es tan complejo, que no sirve para unir, sino para dividir al movimiento popular, porque unos apoyan la estrategia rusa y otros le toman distancia. Tal vez no les falte razón a unos, o a otros.

Estamos, en efecto geográficamente lejos del escenario de guerra: y puede confundir el hecho que de por medio asome una disputa hegemónica entre grandes potencias. Ambas razones podrían aconsejarnos tomar distancia, no asumir compromiso alguno. Pero eso sería eludir una definición referida al fondo del problema.

Lo esencial no es la soberanía de Ucrania, ni la “invasión rusa” del 24 de febrero pasado. Es el renacimiento del nazismo, que se percibe en diversos países de Europa alentado abiertamente por los complejos guerristas y el gobierno de los Estados Unidos.

No otro sentido tiene el surgimiento de VOX, en España; la votación de Le Pen, en Francia; el crecimiento de los nazis en Alemania y Austria; la desaparición de Yugoslavia; el encumbramiento de Kosovo como base militar de la OTAN; la aparición del Team Party en la patria de Jorge Washington; y la furibunda “rusofobia”, de entraña anticomunista, que se expresa en diversos países.

En este marco brilla con luz propia la política de la OTAN, surgida al inicio de la “guerra fría” para defender las fronteras de occidente ante el “peligro de la URSS”. Hoy, la URSS no existe, pero la OTAN no sólo pervive, sino extiende su influencia para garantizar una hegemonía Unipolar; no obstante que, en 1991, el secretario de Estado yanqui aseguró que la OTAN no extendería su influencia en el Este de Europa, ni crecería en los territorios de la ex URSS.

Pero la voracidad de los comerciantes de la guerra, marchó en otro sentido. Hoy Estados Unidos tiene más de un millón de soldados diseminados en 193 países y más de 850 bases militares en 93 de ellos. Y busca instalar misiles en la frontera de Rusia, colocando proyectiles nucleares a 5 minutos de Moscú.

Por eso, incluso el presidente de los Estados Unidos, ha convertido al Tratado del Atlántico Norte en un país; y habla de “las fronteras de la OTAN”, como si tuviera territorio. Si la OTAN fuera elevada a la categoría de Estado, cabría preguntarse quién gobierna ese Estado y cómo y mediante qué procedimientos, ha sido elegido a ese gobierno, cuáles son sus leyes, y cuáles sus organismos de control.

Nada de eso existe; pero la OTAN es un Poder real y está, incluso, por encima de las Naciones Unidas. En 1999, por ejemplo, bombardeó Belgrado y destruyó un país entero: Yugoeslavia, que hoy no existe. Y lo hizo al margen y contra las decisiones del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Lo recuerdan?

Pero para el caso, la OTAN no es suficiente. Hay que tomar en cuenta que detrás de esas siglas de sangre y guerra, está el gobierno de los Estados Unidos –Republicanos y Demócratas- socios en el reparto del mundo y en los altos negocios. Y que usan los instrumentos armados para proteger sus propias inversiones.

No olvidemos que el señor Hunter Biden -hijo del actual presidente USA- es el principal empresario del gas en Kiev y tiene bajo su control diversos laboratorios de experimentación biológica en Ucrania. Sus andanzas, han sido puestas en evidencia en Nueva York. Y hay que recordar Irak y Libia.

Tras la OTAN y el Gobierno de los Estados Unidos están también los laboratorios de experimentación que se están impulsando en diversos países. Incluso se han denunciado que eso ocurre en Colombia. Las plagas contra Cuba; el “agente naranja”, en Vietnam, el surgimiento del VIH en África; y hasta el COVID podrían haber tenido como origen estos laboratorios experimentales hechos a la usanza de Joseph Mengele, el médico loco del entorno de Hitler. Y es que tras todo ese cuadro de oprobio y de muerte, está una concepción que renace, y que se alimenta de la desigualdad, el racismo, la homofobia, el odio nacional y la esclavitud humana.

Ese es el Nazismo, que se patentiza en las acciones del Batallón AZOV y otros, alentados y organizados a la sombra de Kiev. Y actúa hace más de 8 años en el sur de Ucrania. Hoy muestra los bombardeos ucranianos al Donbass y los muestra como “prueba” de los ataques rusos. Y oculta los horrores la tortura y la muerte que infiere a su propia población a la que usa como “escudos humanos”, o como rehenes.

Se puede no querer “comprometer” una opinión a favor de Rusia en este conflicto; pero no se puede dejar de condenar la voracidad de los Estados Unidos, la injerencia de la OTAN, el resurgimiento del Nazismo y las prácticas de los mercaderes de la guerra en el mundo de hoy.

La Izquierda, no puede perder de vista ese escenario sin renunciar a principios inalienables.

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