La cumbre de Washington

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Habitualmente la Casa Blanca tiene dos actitudes ante los gobiernos electos en los países de América Latina. Cuando se trata de “gobiernos amigos”, es decir, genuflexos al mandato del Imperio, les extiende la mano, les ofrece apoyo y les garantiza asistencia permanente.

Cuando, surgen, por el contrario, administraciones contestatarias, las rechaza y las descalifica, como sucede ahora mismo con Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia. En el caso peruano ocurrió un fenómeno especial.

Como se recuerda, en noviembre pasado, en los comicios celebrados en el país del Norte, el señor Donald Trump fue vencido por Joe Binden. A partir de allí, asomó una experiencia inédita: el Presidente en funciones arguyó fraude y desconoció el veredicto de las urnas.

En el extremo, en los primeros días de enero de este año, organizó un Golpe de Estado tomando por asalto el Capitolio. Su fracaso, no hizo sino confirmar la victoria del actual mandatario USA.

El señor Biden quedó entonces, curado en salud. Cuando en el Perú la señora Fujimori perdió las elecciones ante Pedro Castillo, denunció fraude e impugnó las decisiones del ente electoral; Washington no se prestó al juego. Incluso instruyó a la OEA, para que actuara en consonancia con esa voluntad, razón por la que una “delegación Keikista” recibió un portazo en las narices.

Estados Unidos decidió entonces “reconocer” la victoria de Castillo, embolsando la derrota de sus allegados en estos lares; pero se trazó una opción no convencional: envolver al régimen peruano hasta doblegarlo con el peso del Imperio. Y actuó en consonancia con tal propósito.

Para avanzar en ese terreno por cierto minado, lo primero que debió hacer fue desactivar a la Cancillería peruana puesta en manos de Héctor Béjar. Desplazarlo, fue su primera tarea, cubriendo su plaza con un “amigo”, el embajador Maurtua.

En paralelo logró avanzar en dos propósitos: arrancó al Congreso Peruano -con apenas 6 votos en contra- una Resolución Legislativa, autorizando el ingreso de efectivos militares de los Estados Unidos en suelo peruano; y llevo a cabo Prácticas Navales conjuntas en Huacho, con la participación de la Marina de Guerra Norteamericana.

Por si fuera poco, arrancó también una ampliación del “acuerdo de cooperación” con la agencia USAID, vinculada a los servicios secretos de Estados Unidos. Todo esto, con Guido Bellido como Premier.

Luego vendría una segunda etapa, con la presencia de Pedro Castillo en la OEA. Allí, Almagro “le cobró el favor” al Presidente peruano: como lo había “apoyado” para asegurar su elección; le pidió “ayuda” para enfrentar la carga que contra su gestión, venía de Bolivia por el triste desempeño en ese organismo ante el Golpe Fascista de noviembre del 2020. Eso explica la frase final -“Viva la OEA” que Castillo pronunció casi balbuceante.

El tercer momento ocurrió con motivo de los comicios de Nicaragua. Antes de ellos, en el Consejo General de la OEA, Almagro obtuvo una “condena” a las elecciones en la Patria de Sandino.- Votó contra de esa Resolución, Bolivia, se abstuvieron Argentina y México, pero lo hizo sorpresivamente a favor, Perú.

Al día siguiente de las elecciones Nicaraguenses, Almagro distribuyó una suerte de “cartilla de instrucciones”, dirigida a los “gobiernos amigos” de la región indicándoles cómo debían pronunciarse en la materia. Pues bien, esa cartilla fue convertida en “Declaración de la Cancillería Peruana” casi en forma inmediata.

¿A quién consultó Maurtua, para ese efecto? Nadie lo sabe. Pero ni la embajada peruana en Managua, ni los peruanos que vimos en directo esos comicios, podríamos haber aportado ningún elemento serio en la materia. Las elecciones en Nicaragua fueron, en efecto, meridianamente claras, transparentes, democráticas y participatorias. Un ejemplo de comicios en América Latina.

Y ahora asoma un cuarto momento: La Casa Blanca ha programado una “Cumbre Democrática”, que tendrá lugar en Washington los días 9 y 10 de diciembre próximo. El encuentro, contará con invitados selectos. No ha sido considerado López Obrador, de México; ni Fernández, de Argentina; ni Arce, de Bolivia. Pero si Piñera, Duque, La Calle, Lasso… y Castillo. ¿Irá a la cita el Maestro peruano? ¿Qué hará en medio de esa jauría?

Como la política norteamericana no da puntada sin nudo, el Consejo General de la OEA aceptó unánimemente la propuesta del embajador de nuestro país –Harold Forshait- para que la Cumbre de la OEA programada para el 2022, se lleve a cabo en el Perú.

¿Sucedió eso antes? Sí claro, en dos ocasiones. En 1997, en el esplendor del Fujimorato, y por primera vez; la Asamblea General de la OEA tuvo como escenario esta “capital de los virreyes” -como también se le conoce- Y el 2010, bajo la administración de Alan García, volvió a ocurrir.

En esta ocasión -sería la tercera- Pedro Castillo podría unir su nombre al de sus tan ilustres predecesores como anfitrión de los 34 Jefes de Estado y de gobierno de América, encabezados por Joe Biden. ¡Vaya honor!

Por lo pronto, la Cumbre de Washington asoma como el principal peligro para el Presidente Castillo.

Aun se recuerda que asumió el compromiso de liderar una Política Exterior Independiente, Autónoma, Soberana y Solidaria ¿Cómo hará, entonces? ¡Pago por ver! dicen los palomillas del barrio…

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