La lucha feminista continúa

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Lo personal es político. Ya lo dijeron las feministas radicales de finales de siglo pasado. Y no está de más recordarlo de vez en cuando, especialmente en los (complicados) tiempos que corren. Para las mujeres, y para el feminismo. Que no siempre son la misma cosa, todo hay que decirlo.

Y de ahí que haya nombrado esta columna de esa manera. Porque hay ideas que no envejecen, que no pierden fuerza por más que las nombres veinte mil millones de veces. Hay ideas que conviene recordar. De tanto en tanto. Para que no se olviden. Para que no se instalen en nuestra memoria como recuerdos de un pasado. Lejano. Y arrugado.

No, hay ideas que no hemos de dejar a la nostalgia. Que hemos de llevar por bandera. Y sacarlas a menudo a pasear. Porque, por más que nos pese, la humanidad es así de desagradecida. Y olvida. Olvida lo que nos ha costado llegar hasta aquí. Olvida que no hace mucho las mujeres éramos una mera propiedad. De nuestros padres. De nuestros hermanos. De nuestros maridos. Y que todavía lo somos en demasiados lugares. Culturas y países ni tan lejanos ni tan ajenos. Olvida que los derechos que muchas disfrutamos hoy, no están garantizados. Que nuestras abuelas no supieron lo que es votar. Decidir. Participar. Tener voz y ser escuchadas. Que nuestras madres tuvieron que abortar a escondidas. Abandonar la escuela. Y pedir permiso a sus maridos para trabajar. Se nos olvida que nosotras, mujeres nacidas y criadas en sociedades formalmente igualitarias, seguimos respirando aliviadas cada noche cuando cerramos la puerta del portal detrás de nosotras. Cuando superamos una entrevista de trabajo sin que nos pregunten si pensamos quedarnos embarazadas. Y, lamentablemente, también cuando alcanzamos a decir un «no», un «para» o un «esto no me gusta» y se nos respeta. A la primera. Sin más. Sin tener que insistir. Porque nada de esto está garantizado. Nada. Y nada nos ha sido regalado. Todo lo hemos peleado. Todo. Con nuestro esfuerzo. Con nuestro sudor. Y, en ocasiones, hasta con nuestra propia sangre.

Manifestación feminista 23O (Madrid)

Supongo que por eso duele tanto cuando te encuentras con personas (especialmente, mujeres) negacionistas del patriarcado y de las violencias machistas. Duele y da rabia, y a veces hasta te entran ganas de zarandearlas y gritarles: «pero, ¿no te das cuenta?», «¿no ves que estás aquí gracias a las mujeres feministas que lucharon por tus(nuestros) derechos?», «que gracias a ellas puedes viajar, estudiar, ¡y hasta follar libremente!».

Pero no, no lo ven. Muchas no lo ven. Tantas. Que da miedo. Porque, como se suele decir, el pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Y yo tengo la impresión de que esto tiene mucho que ver con lo que está sucediendo actualmente. Con el desmantelamiento del feminismo, a través de la despolitización y la imposición de una agenda que pone en el centro a todo el mundo menos a las mujeres. Que nos borra. Del mapa y de la historia. Del presente y del futuro. Que pretende convencernos de que lo nuestro ha sido una elección. Que tan solo bastaba con haber elegido pertenecer al sexo contrario. Perdonad si sueno algo dura para ser esta mi primera columna, pero es que se me ponen los pelos de punta cuando escucho a algunos padres (y madres) decir aquello de: «cuando crezca que elija lo que quiere ser» refiriéndose al sexo y/o al género del bebé. Y digo «al sexo y/o al género» porque la mayoría de estas personas se empeñan en utilizar ambos conceptos de forma intercambiable, como si fueran meros sinónimos. Y no lo son. No pueden serlo. Porque si lo fueran, la lucha feminista dejaría de tener sentido. Porque si lo fueran, las mujeres no seguiríamos sometidas a un sistema (el patriarcal) que nos asfixia.

Y es que afirmar, como sugiere Butler, que sexo y género no son sino categorías fluidas, constructos sociales sujetos al devenir del tiempo, resulta profundamente insultante para todas aquellas mujeres que hemos sufrido algún tipo de violencia machista. ¿Significa, entonces, que la culpa es nuestra? ¿Que nos lo hemos buscado nosotras mismas? ¿Qué eso nos pasa por no haber sabido elegir bien nuestro sexo y/o género? ¿Que bastaba con haber dicho que no éramos niñas, sino niños? ¿De verdad alguien en su sano juicio es capaz de afirmar algo tan perverso? ¿Acaso se han parado a pensar lo culpabilizadora que es esta idea?

La verdad es que no sé a dónde nos va a llevar todo esto. No sé cuál es el futuro que nos espera. A las mujeres y a las feministas. Tampoco sé qué va a ser de las sociedades democráticas. De la izquierda. Del socialismo. No tengo la menor idea. Vivimos tiempos convulsos. Inciertos y volátiles. Tiempos líquidos, que diría Bauman.

Pero lo que sí que sé es que las mujeres feministas no vamos a claudicar. No vamos a parar. No lo hemos hecho nunca y no lo vamos a hacer ahora. Por lo menos, hasta que logremos garantizar nuestros derechos. Para nosotras mismas y para todas las mujeres que vendrán después. Cueste lo que cueste. Caiga quien caiga. Y este es justo el espíritu sororo y esperanzador que se respiró este pasado fin de semana en la manifestación feminista que inundó el centro de Madrid. Con autobuses llegados de toda España, esta concentración reunió en las calles de la capital a algunas de las grandes voces del feminismo actual, sin duda, mujeres referentes para muchas de nosotras. Pero también hubo mujeres anónimas, madres e hijas, mayores y jóvenes, lesbianas y heterosexuales, amigas y desconocidas, mujeres activistas que se desvirtualizaron por primera vez, que salieron de detrás de sus pantallas para caminar de la mano y exigir lo que nos corresponde. Exactamente la mitad de todo, como dice la gran Amelia Valcárcel.

Así que, no os quepa duda: la lucha feminista continúa.

3 COMENTARIOS

  1. Mujeres que compiten contra mujeres por el dinero y el poder. Jóvenes peleándose para casarse con el más adinerado aunque éste sea un putero y haya violado a menores. Pero lo importante es tener una pareja fuerte, un Salvador, una casa y una fortuna a costa del sufrimiento del daño hecho. Y a callarse, porque estas aprovechonas ocupan puestos de trabajo burgueses en la educación y la sanidad y que lejos de ser feministas humillan, dañan, indignan, oprimen, someten y explotan a las mujeres y a las hijas de éstas que se alejaron del putero. Está claro que lo personal es político, pero no todas somos hijas del ladrón explotador aprovechon putero y por tanto nos enseñaron no tener derecho a la participación política o nos humillan por ello

  2. Porque la misoginia no es considerada un delito de odio? Porque las cárceles estarían llenas, hasta las mujeres pecamos de misoginas cuando defendemos que puedes ser lo que quieras (específicamente los transfemeninos), pero la cosa está cambiando..
    La prueba es esta columna. Gracias, gracias por devolverme la esperanza

    • Muchísimas gracias por tu comentario, Rocío. Estoy taaaan de acuerdo contigo. Llevo mucho tiempo dándole vueltas al tema que planteas: ¿por qué la misoginia NUNCA se considera delito de odio? Es más, está TAN normalizada que muchas veces pasa hasta desapercibida… Desde luego, está claro que sigue habiendo una doble vara de medir para unas y para otros. Pero bueno, que nosotras seguiremos dando guerra para cambiar las cosas. 🙂

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