Todos los hombres que nos consideramos progresistas les debemos a las mujeres de ahora el ejercicio, nada baladí, de desmitificar nuestros referentes y contribuir a dar luz a aquellas personas que hemos puesto, por el simple hecho de representar nuestras ideas y de ser hombres como nosotros, en un lugar que, tal vez, no les correspondía. Me estoy refiriendo a Pablo Neruda. Para mí, que soy poeta y que, en cierto modo, lo soy gracias a él, descubrir que fue un violador, un maltratador de mujeres y que abandonó y se avergonzó de su hija enferma, darme cuenta de esto supuso un despertar doloroso y la constatación de un hecho lamentable: los poetas hemos tratado a las mujeres como basura y debemos, al menos intentar disculparnos y, si eso no fuera suficiente, que no lo es, al menos señalar comportamientos y actitudes que no casan con la ideología que sustentó a tan insigne figura. He de decir que Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, más conocido como Pablo Neruda es, quizá, el máximo exponente de la poesía en castellano del pasado siglo, sólo a la altura de Cesar Vallejo y Federico García Lorca. Esto, que es una opinión como cualquier otra, no quita para describir qué pasó dado que muchos historiadores lo han obviado de sus biografías.
En un par de párrafos en Confieso que he vivido (1974) su autobiografía póstuma, el autor recuerda un «encuentro» en su pasado como joven diplomático en Colombo, Ceylán (actualmente Sri Lanka) con una mujer pobre y paria cuyo trabajo era recoger la lata donde él dejaba sus heces. Y lo describe así: «Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama”. Era 1928 y tenía 24 años, no se sabe cuántos tenía la víctima. La cuestión es que sabía perfectamente del estatus de esa mujer y que no iba a ser capaz de defenderse. Era una paria, el último escalafón de la escala social del lugar. Muchos han tratado de justificarlo, que si era joven y estaba sólo en un lugar lejano, que si eran otros tiempos, pero la cuestión principal es que lo hizo y se nos antoja increíble que sea el mismo sujeto que escribiera apenas unos años antes Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Aunque recordemos que el famoso verso de “me gustas cuando callas porque estás como ausente…” reside en ese poemario. El hecho no es anecdótico porque despeja las dudas del machismo exacerbado del poeta que prefiere una mujer callada, pasiva, a una hablando, activa, siendo partícipe de su propia historia. Sigue en el siguiente párrafo describiendo esa violación y dejando un poso de culpabilidad en el aire. ”El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia», concluye.
Mark Eisner, autor de Neruda. El llamado del poeta (2018) cuenta que uno de los hechos más llamativos sobre ese relato es que estuvo allí desde 1974 y nadie se cuestionó, hasta hace unos años, qué era, en realidad, lo que se contaba allí. Realmente no hay expresión más clara que el encubrimiento cuando demuestra estar a simple vista. Resulta difícil de explicar que no surgiera jamás, hasta hace poco, un comentario, una consideración, un grito de alarma ante un hecho tan grave. Lo peor de todo es que a muchos les pareciera una simple anécdota. ¿Qué pensaría la mujer violada de todo esto? Nunca lo sabremos porque a nadie le importó.
Pero es que aún hay más, en las más de 500 páginas de su autobiografía, no existe ni una sola mención del autor a su única hija, Malva Marina, una niña que nació con hidrocefalia y que murió al cuidado de unos amigos de la madre el 2 de marzo de 1943 a la edad de 8 años. Sólo la menciona en una carta a unos amigos en Argentina: «Mi hija, o lo que yo denomino así, es un ser perfectamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos», le cuenta a su amiga Sara Tornú. Según Eisner, Neruda se «avergonzó» de su hija porque nació con una enfermedad congénita que le generó una deformidad y que le impedía caminar o hablar, por eso, cuando tenía dos años, la abandonó junto a la madre, la holandesa nacida en Yakarta, María Antonieta Hagenaar. La madre le pide dinero desesperadamente, le dice que cumpla con sus tareas de padre, porque Neruda se desentendió de ellas, muchas veces no les pasaba el dinero y ellas estaban atravesando una situación muy dura por la II Guerra Mundial. Aquí también hay autores que tratan de referirse al contexto de la época, a las relaciones entre madres y padres que no pueden compararse a las de ahora, pero un abandono es siempre un abandono, una obligación sigue siendo una obligación y lo que está claro es que Pablo Neruda no fue un buen padre, no fue un buen hombre, no fue sino un buen poeta y una gran figura política para el Partido Comunista en el que militaba.
En 2018, con la polémica de llamar al aeropuerto de Santiago de Chile, aeropuerto Pablo Neruda, salieron a relucir estas cuestiones. Una mujer chilena y poeta, Paula Ilabaca, lo explicaba muy bien: “La revelación de estos hechos hace unos años fueron un golpe para los chilenos, porque en este país Neruda es como un padre. A mí me provocó mucho dolor conocer también el episodio de la violación. Pero eso ya pasó. Me preocupa más ahora cómo estas actitudes se siguen repitiendo actualmente con los escritores hacia las mujeres jóvenes y es algo que todavía muchas experimentamos en los festivales de literatura”.
Darnos cuenta de que vivimos en una sociedad machista, revelar estas sombras de los personajes que admiramos, mirarnos en el espejo de nuestra masculinidad y rechazarlas absolutamente son ahora a tal punto necesarias que deben estar reflejadas a cada momento aunque nos incomode y pensemos que puedan y deban salvarse muchas de las cosas que hizo, todo lo que escribió o sus hechos y premios poéticos y políticos, porque si no lo hacemos y no reconocemos sus errores, sus violaciones, sus aberraciones, entonces estaremos como hombres condenados a repetirlas y justificarlas, haciendo permanecer al patriarcado por más tiempo, perpetuando conductas tóxicas y vilipendiando siempre a las mujeres. Digámoslo bien alto, una persona admirable puede también ser un monstruo.
Tenemos el deber de hacernos y respondernos varias preguntas: ¿Cómo es posible que los poetas podamos escribir versos tan bellos a las mujeres si no las reconocemos como iguales? ¿Cómo podemos los poetas de ahora desmitificar el amor romántico y construir una nueva lírica de la igualdad? ¿Seremos capaces de elevarnos de la mano de una igual como lo hemos hecho desde nuestra odiosa superioridad? El odio y la misoginia a menudo suelen esconderse con un envoltorio hermoso y así parecen, no ya odio, sino devoción y amor eterno. Pero no nos confundamos, en realidad no son más que posesión y conquista. A menudo los poetas hemos descrito a las mujeres como si fueran un absurdo y hermoso adorno, cosificándolas e infantilizándolas. Ser poeta hoy significa, sin lugar a dudas, escribir bajo la lupa de la igualdad total, ser consciente de que debemos seguir cantando a la belleza desde la consideración y el respeto, la admiración y la inteligencia, como seres que comprenden el sufrimiento ajeno, el dolor y la desesperación de las mujeres del mundo y su lucha eterna por encontrar el lugar que les corresponde en la historia, el lugar de quien representa a la mayoría de la población. Y acabo parafraseando al poeta al que pretendo arrojar luz, “aunque este sea el último dolor que él me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo.”
Me ha encantado la lectura, JoseAn, creo que es necesario que los hombres no solo os nombréis, y posicionéis, sino que combatáis desde vuestra trinchera al patriarcado y encontréis el coraje para desafiar e interrumpir el sexismo de otros hombres. Da igual que sean «de otro tiempo», grandes mitos, o poetas loados. Gracias por tu valentía.
Totalmente de acuerdo. Esa es nuestra tarea. Gracias.