Castillo afronta el reto de gobernar, Keiko a prisión preventiva

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Las posibilidad de que la derecha pudiese obstaculizar la victoria de Perú Libre con las acusaciones de fraude que se vertieron el pasado miércoles sobre votos ilegales parecen disiparse por completo. El tribunal electoral peruano ha condenado las declaraciones políticas «sin pruebas de por medio y que alimentan un clima de polarización social y debilitan los organismos electorales». De este modo el lento recuento de votos del organismo electoral nacional ha concluido con la exigua pero suficiente ventaja de Castillo.

La amenaza de guerra jurídica o lawfare que se cernía sobre el Perú, con el recuerdo cercano de la vecina Bolivia, ha sido derrotada por la inconsistencia de las pruebas aportadas y por las llamadas a la calma realizadas por el propio ejército y por los medios informativos. El pueblo peruano ha sido consciente y no ha caído en la provocación del último y desesperado intento de Keiko Fujimori por evitar la que es su tercera derrota electoral en unas presidenciales. Por si esto fuera poco, la fiscalía anticorrupción ha solicitado la prisión preventiva para Keiko Fujimori por incumplimientos de contactos con testigos implicados en el caso de lavado de dinero con la empresa Odebrecht (empresa constructora causante de coimas -sobornos- que afectan a varios ex presidentes del país, de hecho todos los que se mantienen con vida están involucrados) y cuyo juicio deberá continuar la candidata al no haber ganado las elecciones.

La jugada del maestro Castillo se antoja, asimismo, maestra, pues no sólo logra una victoria contra todo pronóstico y frente a una brutal campaña mediática difamatoria, sino que también parece dejar finiquitada cualquier esperanza de revivir el fujimorismo. La derecha peruana, con el dictador y su hija en prisión, habrá de buscarse otro referente para alzarlo como adalid frente al «comunismo» y la amenaza de «bolivarización». Son diversas las personalidades progresistas de Latinoamérica que a través de sus cuentas oficiales en redes han expresado su contento por la victoria de Castillo, tales como Lula da Silva o Rafael Correa.

Se enfrenta ahora Pedro Castillo a un gobierno que no parece nada sencillo. En España, desde voces de izquierda, comenzaron a surgir dudas ya en la primera vuelta electoral sobre la veracidad de las intenciones de Perú Libre, un partido que se declara marxista y mariateguista, suspicacias que se fundamentan en malas experiencias anteriores sobre similares apuestas que se anunciaban en semejantes modos. Desde otras opiniones se acusa al futuro presidente de no haber desarrollado en su programa aspectos sobre igualdad ni haber demostrado en sus declaraciones proximidad al feminismo. De estas sospechas saldremos de duda en cuanto progrese el mandato, que de todos modos serán uno entre los problemas a los que el nuevo gobierno habrá de enfrentarse.

Para comenzar, el nuevo presidente ha propuesto fundar una Asamblea Constituyente y cambiar la Constitución. A Perú hay que «refundarlo», ha asegurado, pero en su legislatura se las deberá ver con un parlamento dividido y una sociedad que acaba de vivir un intenso debate que ha polarizado las posiciones. El desmantelamiento de toda esta estructura corrupta pero muy asentada económicamente en todo el país será una tarea titánica.

¿Cuáles son entonces las esperanzas de Perú Libre? En principio, la épica de la victoria. El partido de Castillo ha sabido superar una enorme campaña de calumnias y profecías multiplicadas hasta la saciedad en medios y redes sociales, apoyada por personajes tan nefastos como Vargas Llosa, campaña que le obligó a simplificar su mensaje en escuetas frases como «no vamos a quitarte tu casa», frente a la propaganda maledicente que atemoriza con las desgracias que habitualmente se atribuyen desde la ignorancia al socialismo y a los augurios de crisis económica con manipuladas comparaciones a la Revolución Bolivariana.

Esta victoria sobre el inmenso poder de los medios debería ser estudiada por los llamados actores de la izquierda española, que a pesar de contar con personajes verdaderamente mimados por buena parte de los medios como nunca antes ningún líder de izquierda pudo disfrutar, no deja de excusar sus derrotas en la prensa que no es afín.

El partido del lápiz tiene la virtud de recoger el enorme descontento social del Perú. Basados sobre la imagen del colectivo de docentes rurales, del que procede el propio Castillo ya que se dio a conocer en las protestas de profesores de hace unos años en los que los profesionales de la educación reclamaron sus derechos y llegaron a sufrir cargas policiales. Representa el enfrentamiento del Perú profundo, el de la Sierra y la Selva, frente a los tradicionales políticos de la gran metrópoli limeña y los urbanitas. No en vano Perú es uno de los países donde de manera más evidente se observan las enormes desigualdades sociales que provoca el capitalismo cuando campa a sus anchas.

La campaña de Castillo fue simple y directa, se fundó en ideas muy sencillas, pero de enorme fuerza: lucha contra la corrupción, regulación del Estado a la actividad privada, inversión en la educación, atención a los desposeídos y una nueva Constitución. El discurso de Castillo fue claro y llano, evitó la prensa privada y las entrevistas personales, conscientes de que muchas de ellas tendrían la intención de ridiculizarlo. De hecho, una de las propagandas vertidas en su contra fue el descrédito por sus maneras «serranas», por su sombrero, por su acento y su vocabulario.

La estrategia parece haber resultado al revés. Castillo supo llamar la atención de los más humildes y de las poblaciones de interior, donde su voto ha triunfado ampliamente. El pueblo del Perú viene de una larga cadena de desengaños políticos, sin ir más lejos la penosa gestión de la pandemia, dentro de un sistema sin ningún control estatal, en el que el oxígeno llegó a venderse en mercado negro para los pacientes de covid que podían adquirirlo y mientras veían cómo sus mandatarios se inyectaban en secreto las vacunas que China había enviado para colaborar en la detención de la pandemia.

Le espera por tanto una difícil tesitura al nuevo presidente, al que deseamos sea capaz de mantenerse firme y continúe con el afecto de su pueblo antes de que comiencen a socavarle las exigencias de la derecha peruana.

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