Cómo el populismo ha desmontado a la izquierda

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Lidia Falcón, Presidenta del Partido Feminista de España.

Las elecciones de Madrid ponen de relieve muy notablemente que el populismo se ha hecho dominante tanto en los objetivos como en las estrategias de la izquierda. La izquierda está herida, en todo el mundo, pero especialmente en España. Porque nuestro país arrastra una historia única que la diferencia del resto de Europa que vivió un destino común después de la II Guerra Mundial. El desgarro de la Guerra Civil, la interminable dictadura con su genocida represión de todas las fuerzas políticas y sociales republicanas y la tenaz resistencia antifranquista, una Transición política pilotada por las fuerzas franquistas que chantajearon a la izquierda y al Movimiento Obrero, y que permitió que se construyera el sistema democrático con las mismas personas que habían detentado el poder durante la dictadura, nos ha conducido a la situación actual en que se encuentran el Partido Comunista e Izquierda Unida.

La rendición del PCE con la dejación de la reclamación de la República, la aceptación de los privilegios de la Iglesia y la rendición del Movimiento Obrero a las exigencias del Capital, fue el comienzo de su decadencia que arrastró a la de las demás organizaciones de izquierda. Otros partidos comunistas como el italiano se rindieron también a la fuerza y el encanto de las oligarquías mundiales.

De esa rendición estamos viviendo nuestra peor derrota: la ideológica. Convencida la izquierda de que el fracaso de la URSS ha marcado para siempre el futuro de la utopía comunista, se ha extendido entre las masas la convicción de que  el sistema socialista de las naciones soviéticas había sido un estruendoso fracaso.

El capital ha triunfado en su guerra frontal contra el comunismo.

La propaganda difundida incansablemente a los ciudadanos del mundo entero, durante esos tres cuartos de siglo, por los grandes consorcios que fabrican la opinión mundial, sobre los terribles crímenes cometidos por la URSS, ha convencido no solo a una parte importante de los trabajadores del mundo de que el socialismo es un proyecto detestable, sino también, y esa es la mayor derrota, a los dirigentes de la izquierda. Como dice el filósofo Carlos París, “la izquierda está presa del síndrome de Estocolmo”. La disolvente doctrina del capitalismo de que no existe alternativa a su sistema ha llevado al PCE a aceptar los postulados de la burguesía: la autodeterminación de las “nacionalidades” que ya no se limitan a Cataluña y el País Vasco, sino que pretenden organizar referéndums en las 17 autonomías en que dividieron España los padres de la Constitución, cumpliendo los planes de la derecha. La aceptación del PCE de los Pactos de Moncloa desmovilizó el Movimiento Obrero y con él al resto de las demás organizaciones sociales.

En esta situación el populismo apareció hace unos años como la esperanza de que las aspiraciones y reclamaciones de las clases trabajadoras serían al fin escuchadas por el poder. Incluso de que podrían alcanzar ese poder para revertir las relaciones económicas entre el capital y el trabajo. Ese fue el principio de Podemos, e inmediatamente consiguió deslumbrar a Izquierda Unida que creyó en la resucitación del proyecto comunista, tan decaído ya. Deslumbramiento ciertamente infantil ya que ni los dirigentes de Podemos se declaraban de izquierda ni sus proclamas, manifiestos y declaraciones tenían ninguna base marxista, que rechazaban con evidente desprecio.

La situación actual, cuando nos enfrentamos a la elección del gobierno madrileño, es que el populismo se ha adueñado de las opciones a la izquierda del PSOE, que es defensor a ultranza de la teoría queer y a la vez de los propósitos del lobby prostituidor, con su secuela de difusión de la pornografía, especialmente entre los menores.

El dilema que conturba es que la alternativa que nos ofrece la derecha ya la conocemos. No en balde hace 26 años que gobierna la Comunidad de Madrid. Falta, sin duda, un análisis y una autocrítica para dilucidar qué ha sucedido en la sociedad madrileña para que el PSOE que la gobernó varios años, después de ser perversamente saboteado por el “tamayazo” -y no olvidemos que la diferencia con el PP era únicamente de un escaño- no haya vuelto a ganar las elecciones. 

Si la combinación de PP y VOX se instala en el gobierno de Madrid será una fatal realidad la involución en derechos y avances económicos de los trabajadores y el imperio del Capital, con el hundimiento de los servicios públicos, la persecución de los emigrantes y el predominio de la misoginia. VOX es el partido del odio: a los emigrantes, a los extranjeros, a las personas de color, a los homosexuales y especialmente a las mujeres.  Y si Podemos, con su aliada de Más Madrid, logra formar gobierno, ya podemos tener la seguridad de que “la Ley Trans y la LGTB dejarán de ser papel mojado, le pese a quien le pese”, como acaba de prometer Pablo Iglesias, y en consecuencia las mujeres dejarán de existir.

El dilema es tan grave que resulta una temeridad aconsejar el voto. Lo cierto es que es preciso votar feminismo, porque el peligro de que las nuevas versiones de la derecha y del populismo acaben con las conquistas que los trabajadores y las mujeres habían logrado, con tantos sacrificios, es real y estremecedor.

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