Las buenas mujeres

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Desde que somos pequeñitas, el género, esa opresión que algunos ven como una performance a convertir en identidad por ley, nos enseña a ir por el camino de las buenas mujeres. Nos bombardean con exigencias de belleza, con maletines de maquillaje para niñas y muñecas de estética imposible, con bebés de plástico a los que cuidar y educar, con sus ropitas rosas y azules, con sus pañales, porque no hay nada más dulce que atender las necesidades fisiológicas de un pequeño ser humano (nótese la ironía), sus complementos, la sillita, la cuna, todo un kit de entrenamiento para ser una madre estupenda y dedicada.

Se da por supuesto que somos nosotras las que tenemos que hacer sacrificios en cuanto a la maternidad, retrasarla, posponerla o, llegado el momento, asumir en nuestra carrera las reducciones de jornada, la renuncia a ascensos, traslados, viajes.

La presión para que este mandato de género se cumpla es brutal y no falta reunión familiar donde no se te pregunte que para cuándo, que si te vas a quedar sola, que si te vas a convertir en la vieja de los gatos… Y eso pasa aquí y en todos los países, no nos engañemos, porque las buenas mujeres son las que aportan hijos al sistema.

Las buenas mujeres son las que son madres cuando toca. Las que cuidan. Hasta nos venden que las que paren con dolor son mejores, pero que no se quejen, que no es para tanto, no haber abierto las piernas… ¿Pero no lleváis desde que podemos ponernos en pie entrenándonos para esto?

Porque no hay familia completa sin hijos. En realidad, parece que no hay familia completa hasta que se tiene la foto con su recién nacido.

Nos pasamos la vida escuchando historias de amor infinito por los hijos, padres y madres que se sacrifican por sus vástagos en todas las culturas y religiones del mundo, “princesas del pueblo” que salen en televisión diciendo que por su hija mata, noticias donde el abandono de bebés por parte de madres que no tienen ni para comer se ve como el más atroz de los crímenes.

Hasta que un día, una pareja o una persona cualquiera a la que no has visto en tu vida te dice que te sometas a meses de hormonas, a una inseminación de gametos de gente que tampoco conoces, que pierdas cualquier tipo de poder de decisión sobre tu cuerpo y que lleves dentro de ti durante 38 semanas a un bebé al que no vas a volver a ver jamás. Que, si eso, te hacen una cesárea programada para que sea cuando a los clientes les venga bien. Y eso en el mejor de los casos, que el lado oscuro de esto es muy muy oscuro y no te lo ponen en la tele cuando el reportaje pasteloso de turno cuenta cómo se paga por un proyecto de familia.

Que estás harta de ver anuncios de mascotas, de perritos y gatitos abandonados, de famosos diciendo “no compres, adopta”, que no hay que destetar pronto a los cachorros, que sufren, pero eso con los humanos no aplica.

Toda tu vida con la sociedad bombardeando y programando para ser madre y cuando te quedas embarazada, se supone que tienes que regalar o vender a la criatura y tomártelo como una indigestión de nueve meses, como un regalo que tienes que hacer a la sociedad para hacer feliz a otra pareja y permitirte hacer esa reforma en la cocina que tanta falta te hacía, por ejemplo. Pues como cuando habías escrito la carta a los reyes magos y quitabas el papel de regalo la mañana del día 6 y luego llega tu vecina la pija y te dice que en realidad es un regalo subrogado y que el nenuco es para ella.

Y puede que la presión social consiga que esto no pase en España y que las mujeres jóvenes de este país solo tengan que vender sus óvulos o su cuerpo, como hasta ahora, que para algo estamos en la élite mundial de los mercados de “ovodonación” y prostitución, pero el ministerio de Asuntos Exteriores español ha mandado a una representante a la Conferencia Internacional de la Haya.

Conferencia donde también está presente la asesora senior de UNICEF de protección infantil, Kirsten Di Martino, compartiendo mesa con representantes de la industria de la explotación reproductiva. ¿Para defender los derechos humanos de infancia y madres? Pues no lo tenemos muy claro, ya que se trata de un grupo de expertos que lleva cinco años buscando la fórmula para legalizar la filiación de los contratos de compraventa de recién nacidos y que sea irrelevante que en tu país ya esté regulado, como en España, que está prohibido.

Te podrás comprar un bebé como el que se compra un coche, traerlo de otro país, inscribirlo legalmente, cogerte tu baja maternal o paternal y decirle a tus amistades que se trata de una historia de amor y entrega de esa madre, bueno, que no es madre, es un cuerpo gestante, un “hornito”, y es una inmensa suerte que haya venido al mundo en buen estado. Porque esos compradores que se hacen llamar padres y madres no son como cualquier padre o madre, no: si el bebé viene defectuoso, al orfanato y pedimos otro, que para eso se paga y nos lo incluye la garantía.

¿Y gracias a quién? A una organización internacional de derecho internacional privado que se va a pasar por el arco del triunfo los convenios de la CEDAW, la Carta Internacional de Derechos Humanos, la convención Internacional de los Derechos del Niño, la legislación sobre adopción que ellos mismos impulsaron y todos los años de lucha feminista reclamando que el cuerpo de la mujer no es mercancía y que este negocio es explotación reproductiva y trata de seres humanos.

Y es que si de algo no se han enterado tampoco estos años -o no se han querido enterar- es que todas, absolutamente todas las mujeres importan. Nos da igual que explotes a una ucraniana que a una mexicana, nos da igual que sea asiática o blanca, no importa de qué país de África sea la mujer que ha tenido que renunciar al fruto de su vientre, si tocan a una, nos tocan a todas.

El género nos programa para ser cuidadoras, pero hay algo que no hace falta que se nos enseñe, porque funciona así, y es que es casi imposible no amar incondicionalmente a la persona que hemos tenido dentro de nosotras durante nueve meses. Por muy imperfectos que sean, por muy duro que resulte sacarlos adelante, los hijos y las hijas son, la mayoría de las veces, nuestro impulso para seguir respirando. Y cuanto más sacrificamos, más buenas mujeres somos, sin una queja mientras renunciamos más y más.

Y luego están las buenas mujeres que nos enseñan en las fotos, sonriendo mientras entregan a sus bebés, porque tienen otros a los que dar de comer. Ellas son el papel de regalo bonito que le han puesto a una crueldad que no tiene justificación ninguna.

Ellas, las madres expoliadas, son la mitad del sufrimiento que conlleva que alguien, por egoísmo, por dinero, o por ambos motivos, haya cumplido un deseo. Y no, no hay manera de regular esto, porque es de una violencia extrema que un bebé no se críe y no crezca con su madre.

Las buenas mujeres que se borran de los certificados de nacimiento y de la vida de las personas, ellas, las que pudieron, también fueron niñas, jugaron a ser mamás y también amaron a sus muñecas.

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