Hace quince años

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Hace quince años eran compañeras de trabajo, amigas. Precarias como tantas mujeres, madres solas por elección o por abandono. A fin de cuentas, no importa si hay un nombre a tu lado en el libro de familia si luego no se hace cargo de alimentar a sus hijos.

Hace quince años les daban folletos de esa clínica que les pillaba de camino a la oficina y les decían que tenían el superpoder de cumplir sueños.

Hace quince años les ofrecieron una ayuda económica para cumplir los suyos, más sencillos, que eran llegar a fin de mes y pagar facturas. Con el convencimiento de que iban a ayudar a otras mujeres, cruzaron esa puerta y enseguida las animaron a firmar y a empezar con todo. Las dos altas, las dos de piel clara, una rubia y con dos niñas, la otra morena y con una hija, tuvieron que responder a mil preguntas mientras las medían y examinaban.

Durante dos semanas, diariamente, les pincharon hormonas en los brazos, porque así se hacía. Ya empezaron entonces con las molestias, la pesadez y el dolor en la parte superior, les dijeron que era normal y confiaron. No supieron cuántos óvulos les extrajeron el día que dejaron de importar para aquella clínica.

Hace quince años se torció todo.

Una de ellas ya no supo lo que era ser como antes, con ciclos regulares, sin molestias ni durante el embarazo, con un cuerpo que funcionaba como un reloj y que de repente variaba su maquinaria y hasta su forma. Conoció el dolor menstrual. Le salieron bultos en los pechos que tenían que ser extirpados cada cierto tiempo.

Supo lo que era sentirse totalmente vulnerable mientras escuchaba al cirujano decir que había que tener cuidado al pinchar con la aguja para no perforar el pulmón “porque ésta es muy flaca”. Meses sangrando todos los días y otros nada. Había días que no podía levantarse de la cama, pero en su odisea de médicos y ginecólogos, no parecían tener en cuenta que lo que le ocurría tuviera que ver con el hecho de haber donado. Cuando le detectaron dos miomas, le pusieron un implante para regular sus hormonas y los miomas que, contra todo pronóstico, se multiplicaron. Casi en la menopausia antes de los cuarenta, no podía entender por qué su madre tardó bastante más que ella y jamás tuvo esos problemas.

Quince años son muchos para tener pocos días de tregua entre los dolores y el abatimiento. Quiso volver a donar porque la precariedad es lo que tiene, pero ya se había pasado de edad.

Y eso fue un golpe de suerte.

Su compañera donó dos veces. Ni a ella ni a su amiga les avisaron de los dolores agudos en el vientre, de la hinchazón de los brazos, ni tampoco de los dolores de cabeza constantes, de la somnolencia, y cuando lo comentó en la clínica, le dijeron que era normal y que se pasaría con el tiempo.

Después de un año, empezó a remitir. Volvió a pensar en los 900 euros que le permitieron alimentar a sus niñas porque el padre no pasaba la pensión. Pensando que todo era normal y porque necesitaba desesperadamente el dinero, volvió a la clínica.

Esta vez las secuelas no remitieron. Se encontraba tan mal que pidió la baja a su médico, pero le dijeron que, si había donado, esos días de descanso iban a cargo del dinero que le pagaron. Todo iba a peor, le hicieron pruebas y le diagnosticaron endometriosis. Le pusieron un tratamiento y le dijeron que no podían operar hasta ver la evolución. En la consulta de control después de un año, le cambiaron de ginecóloga. La doctora que le tocó ese día descubrió, tras hacerle la ecografía vaginal que hasta entonces nunca le habían hecho, el cáncer que había invadido sus ovarios y parte del útero. La operaron de urgencia, la sometieron a ciclos de quimioterapia y radioterapia, pero nueve meses después, ese cáncer, con metástasis casi hasta los pulmones, se la llevó, tan sólo cinco años después de vender por primera vez sus óvulos.

Se cansó de decir que había donado, y nadie pareció darle importancia.

En esta sociedad que siempre nos juzga, la libre elección de venderse para poder comer o darle de comer a tu familia nos hace responsables de lo que nos pasa. Como tantas mujeres, sintió que no le hacían caso y que no entendían la magnitud de sus dolores. Sólo al final, escuchó como una de las cirujanas que la iban a operar reconocía que este proceso ya lo había visto en otras donantes.

Hace quince años y hace treinta. Hoy mismo, hace un momento. Esto sigue pasando y todos callan. Porque estas mujeres fueron voluntarias a vender sus óvulos, libres de culpa porque se sentían generosas. Ellas iban a cumplir sueños. Estas mujeres no entendían por qué al relatar sus problemas les hacían tan poco caso, y ellas mismas tardaron en relacionar sus problemas con las inyecciones de hormonas. Confiaron en un negocio que dice hacer felices a otras personas y en ningún momento se plantearon que ellas no importaban en absoluto para esta industria.

Hace quince años cruzaron aquella puerta que les pillaba camino al trabajo y cinco años después una de ellas murió sin que nadie relacionara su muerte con la mierda de vida que tienen demasiadas madres.

Ellas dos merecieron otras opciones y no las que tuvieron: las de vivir con dolor o no contarlo. Son el ejemplo que no sale en los anuncios, son la verdad que la industria no te cuenta. Cada año miles de mujeres toman esa decisión y no sabemos cuántas lo pagan de esta forma. Tenemos que plantearnos muchas cosas y la primera es romper el silencio, denunciar que no se puede permitir poner a una sola mujer más en riesgo.

Somos menos que nada cuando ya nos han extraído lo que pueden vender de nosotras, y da igual que para convencernos nos llamen hadas y nos hablen de ese superpoder de donar vida si en el camino perdemos el derecho a la salud y a seguir vivas.

En memoria de A.

1 COMENTARIO

  1. Eso de ser Abolicionista de Todo.
    implica el Abolir el que una mujer se sienta aparentemente súper Woman y que por elección no quiera un hombre a su lado?

    Una de las consecuencias es esta que relatas..
    cuando cada vez hay más masculinos que no quieren dar solo esperma …menudo explotación no?…y que desean ser Padres Compartidos

    Las malas experiencias debe llevar a superarlas, NO a enquistarlas

    Salud Compartida

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