Productividad, neoludismo y lucha de clases

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A. Garcia, www.Izargorri.info

Hay dos cuestiones que han quedado bastante claras tras el confinamiento vivido en el 2020. La primera es que la base de la producción es el trabajo y sin él no existe nada, y la segunda es que con una clase trabajadora que orbita entre el paro, la escasez y la incertidumbre hacia el futuro, el consumo se resiente a unos niveles en los que en cuestión de semanas la viabilidad de miles de empresas pasa de ser discutible a imposible.

Ya planteamos anteriormente que esto en parte es consecuencia de una política de reparto de dividendos y ausencia de capitalización de las empresas, de bajos salarios y de competencia brutal en el comercio que lleva a la pequeña burguesía a trabajar decenas de horas a la semana para sobrevivir malamente (ver “sobre la pandemia, la economía y la cuestión nacional”), pero hoy nos interesa analizar otros elementos de esta crisis como son los despidos en las grandes empresas, lo que se hace llamar la “cuarta revolución industrial”, y a consecuencia de ellos un auge de una especie de neoludismo y el debate sobre la renta básica universal.

Por centrar un poco el tema, el ludismo fue un movimiento que surgió a principios del siglo XIX en el contexto de la revolución industrial y que esencialmente se caracterizada por oponerse a la utilización de máquinas en el ámbito productivo ya que esto provocaba la destrucción de puestos de trabajo de artesanos que eran reemplazados por personal
asalariado que precisaba de menos cualificación y que tenía en general salarios más bajos. Su actuación se caracterizaba por el sabotaje y la destrucción de la maquinaria y no supuso un pensamiento que provocara un cambio real en la sociedad precisamente porque hizo un mal análisis de la misma.

La base del problema no eran las máquinas, estas eran simplemente la representación de un progreso científico que permitía producir mucho más con menos trabajo. Inversiones crecientes en capital incrementaron la productividad hasta niveles inimaginables tan sólo unas décadas antes tanto en el campo como en la ciudad. Si antes eran necesarias horas de trabajo artesano para producir una silla, con la nueva tecnología y con menos especialización se podían producir decenas en tan sólo en una hora.

El planteamiento desde el punto de vista capitalista es bien simple, una nueva industria es más competitiva y sustituye a una forma de producción que copaba todo el mercado y que no puede competir en precio. El resultado para los artesanos es o bien lograr atender una parte del mercado de quien valora el producto artesano sobre el precio (que obviamente no da para que todos puedan comer) o pasar a vender su fuerza de trabajo a la nueva industria.

Hoy en día la situación es relativamente parecida, en el sector servicios se cuenta con herramientas que permiten reducir los tiempos de gran parte de los procesos y en el productivo -ya sea en el campo o la industria- cada vez se necesita menos fuerza de trabajo para lograr el mismo resultado, o dicho de otra manera, se logra producir mucho más por cada persona asalariada, lo que significa que cada vez se necesita menos gente para producir lo mismo o incluso más.

Esto ha ido provocando paulatinamente un incremento del ejército industrial de reserva que representa el paro. Millones de personas que el sistema productivo precisa expulsar fuera del mismo para poder ejercer una presión sobre la masa asalariada para que acepten el paulatino empeoramiento de sus condiciones laborales por el miedo a perder su trabajo. Una tasa de desempleo tal que permita el control de los costes salariales y de la inflación y que por supuesto garantice cuantiosos beneficios empresariales.

Millones de almas a las que se le arrebata el presente y el futuro, a quienes se las señala y se les dice que no valen, a quienes se les lanza al abismo de un emprendimiento carente de sentido y de viabilidad sólo para poder sacar una foto desde el centro de emprendimiento municipal a la par que se les acusa de no ser triunfadores por no haberse formado lo suficiente, por no madrugar todos los días, por no tener un pensamiento positivo mientras sacan los pies del fango o por no haber deseado lo suficientemente fuerte el éxito empresarial.

Es cierto que el desarrollo tecnológico ha hecho que decenas de miles de puestos de trabajo ya no sean necesarios, pero no es el desarrollo tecnológico quien pone a esas personas en la calle y las condena a la pobreza, sino el propio sistema de producción en el que el capital es el único protagonista y las personas meras invitadas a la fiesta de los beneficios de la minoría que representan los capitalistas. No se trata de incendiar las fábricas y de sabotear las máquinas como hacían los artesanos hace doscientos años, sino se plantear la necesidad de que todos los medios de producción pasen de servir exclusivamente a los beneficios empresariales a ponerse al servicio del conjunto de la sociedad y del interés público.

El sistema se ha encontrado casi al borde del colapso con la pandemia porque las familias no han sido capaces de mantener el consumo, no hay dinero en las manos de quienes pueden y necesitan gastarlo en bienes y servicios de primera necesidad y la rueda deja de girar provocando a su vez más paro y miseria. Y es ese precisamente el germen del agotamiento como sistema válido de ordenación social y de la producción del capitalismo, no es capaz de generar estabilidad porque conduce necesariamente a la concentración de capital en pocas manos, a la anarquía productiva ya que es mucho más importante producir todo lo que se pueda que producir lo que realmente se necesita, y sobre todo porque condena a la miseria a millones de personas.

Si se llega acertadamente a la conclusión de que se necesita que todas las personas que forman parte de la sociedad tengan unos ingresos mínimos tales que permitan garantizar una vida digna, que el nivel y la forma de producción pone en riesgo nuestra salud y el equilibrio del planeta y que el trabajo y/o su ausencia son la principal fuente generadora de insatisfacción, estrés, enfermedades varias –llegando hasta la muerte- en nuestra sociedad, no podemos plantear soluciones que nunca llegan a serlo dentro del propio sistema como pueda ser el establecimiento de una renta básica universal u oponernos al progreso científico. Sin duda debemos declarar culpable al sistema productivo representado por el capitalismo y desterrarlo definitivamente a los libros de historia siendo sustituido por un sistema que ponga al conjunto de la sociedad en el centro del debate social y político.

Si somos capaces de producir más de lo que necesitamos con menos personas seremos sin duda capaces de producir lo mismo trabajando mucho menos, repartiendo el trabajo sobrante entre millones de personas que podrán compatibilizar una actividad productiva que les permita realizarse con tiempo libre de calidad en cantidad suficiente para poder vivir una vida que merezca la pena ser vivida, para ser independientes y poder decidir en libertad crear -o no- una familia siendo la conciliación una realidad y no un anhelo.

Se trata de luchar por la propiedad colectiva de los medios de producción, por el reparto del trabajo y de la riqueza nacional, por ordenar la producción y hacerla sostenible, por ganar el ocio, por defender la vida, por el socialismo.

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