La capacidad de dominación de la doctrina neoliberal radica en su influencia para lograr que sus supuestos se conviertan en el sentido común dominante. La doctrina neoliberal no es sólo un sistema económico, sino también un sistema ideológico que ‘penetra’ hasta el corazón del sentido común de la gente de manera tal que ven al mundo existente como el único mundo posible. De esta forma esta doctrina neoliberal se ha vuelto hegemónica y universal.
En La ideología alemana, Marx afirmaba que la clase dominante dará a sus ideas una forma de universalidad, y las presentará como las únicas racionales y universalmente válidas (Marx y Engels, 1970, 77). De hecho, estamos presenciando cómo algunos elementos de las ideologías de los grupos dominantes se vuelven verdaderamente populares. Porque las ideologías no constituyen sólo conjuntos globales de intereses “impuestos” por un grupo sobre otro, sino que también, y esto es lo crucial, se encuentran incorporadas a los significados y prácticas del “sentido común” del grupo dominado. Y los medios de comunicación tienen un papel destacado actualmente en ello.
De esta forma el neoliberalismo penetra y moldea el imaginario social, la vida cotidiana, los valores que orientan nuestros comportamientos en la sociedad. Es lo que Jürgen Habermas ha denominado la colonización del mundo de la vida. La doctrina neoliberal apunta a la construcción de un sentido común como “modelo de la normalidad”, es decir, un sentido común que acepte este tipo de sociedad como algo natural e inmodificable, quedando sólo lugar para la adaptación a la misma.
Se conjugan varios imaginarios sociales que, si bien pueden presentarse como aparentemente contradictorios, terminan siendo funcionales a la doctrina neoliberal: El imaginario social de la búsqueda de salidas individuales acompañado del relato del “emprendimiento” personal heroico, ante la defensa del bien común y la solidaridad colectiva; el imaginario social de la tecnología transformada en racionalidad única (más con la crisis del COVID-19) con su “solucionismo” salvífico (digitalización, nuevos combustibles, etc.) frente a la precarización y la uberización laboral y vital; el imaginario social de la posmodernidad, a través de su prédica de la necesidad de una ética débil y fluida, que termina socavando los potenciales para la construcción de alternativas globales; el imaginario social de la despolitización, que identifica actividad política con decisiones de la “casta política”, cuestionado la posibilidad real de participación ciudadana; el imaginario social conformado sobre la convicción de que es preciso aceptar el sistema en el que vivimos, pues carecemos de la posibilidad de construir alternativas.
Estos y otros imaginarios sociales, se articulan y entrelazan dando lugar a una cultura de la desesperanza y configurando una identidad de la sumisión. La fuerza de estos imaginarios sociales está, no sólo en que se trata de corrientes ideológicas y de modos de vida, sino en su capacidad de penetración en los sustratos más profundos de la personalidad.
El neoliberalismo se configura así como un dispositivo que estructura nuestro propio pensamiento, nuestra propia subjetividad, nuestra propia forma de ver la cosas; trazando un horizonte sobre lo que es y no es posible, sobre lo que podemos y no podemos hacer. Es una forma de ver la historia, de ver el mundo actual, y de vernos a nosotros y a nosotras mismas dentro de ese escenario…
Se conforma así un “círculo virtuoso” en el que se logra convencer a las propias víctimas de las múltiples bondades de la doctrina neoliberal, presentándola como el único de los mundos posibles ante el que no caben oposiciones retrógradas ni críticas trasnochadas. Y son esas mismas “víctimas”, muchas veces, las que, participando de esta construcción ideológica, acaban defendiendo sus actuaciones, justificando su primacía, impulsando sus estrategias y difundiendo al tiempo sus supuestas virtudes. Se convierte así en un paradigma definitivo y absoluto.
Como decía Pablo Freire: «cuando la educación no es liberadora, el sueño de los oprimidos es ser el opresor». Por eso nos tenemos que preguntar, una y otra vez, si no habremos hipotecado nuestra alma y quizá, buena parte de nuestra conciencia. ¿Cuándo despertaremos?
Más en: La Polis Secuestrada (Editorial Trea, 2019)