La semana se ha presentado intensa. Tras las manifestaciones de la derecha del pasado sábado, capitaneadas por Vox, la destitución del coronel Pérez de los Cobos por el Ministro del Interior, seguida de la dimisión del Director Adjunto Operativo de la Guardia Civil, son nuevas balas que rearman la estrategia de desestabilización que desarrollan algunos sectores de la clase dominante.
Sí, existe una clara estrategia de desestabilización. Una parte de la burguesía, empujada por sus intereses de clase, pretende derribar al Gobierno. No se trata de toda la burguesía, pues por ahora el Gobierno mantiene el apoyo de importantes sectores empresariales que no están dispuestos a comprometer sus beneficios en aventuras. A estos sectores patronales se han dirigido con el calificativo de “patriotas” tanto la portavoz del Gobierno como Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, destacando su posición “responsable” ante los acontecimientos.
La estrategia de la derecha toma en cuenta distintos momentos de la historia de España. Sus referencias más remotas se sitúan en los años 30, muy especialmente en la campaña de desestabilización que se intensificó tras la victoria electoral del Frente Popular y que condujo al golpe de estado fascista el 18 de julio de 1936. Ahí se enmarcan las incendiarias intervenciones de los dirigentes de Vox, dentro y fuera del hemiciclo, o la calificación del actual gobierno como social-comunista, que comparte el PP y una parte importante de Ciudadanos. Su referencia más cercana es la campaña de desestabilización que esos mismos sectores organizaron contra el Gobierno de Zapatero. Recordemos a los Peones Negros, a Manos Limpias o aquellas rancias manifestaciones que encabezaron algunos obispos. Entonces, como ahora, se trataba de preparar las condiciones para que la segunda parte de la crisis capitalista fuese gestionada por la derecha, una vez que la socialdemocracia había cumplido ya su papel poniendo importantes recursos públicos al servicio de poder empresarial.
Pero la estrategia de desestabilización tiene también unos precedentes internacionales. Los casos calificados como golpe blando, que se vehiculizan a través de lo que los estudios estratégicos del ejército estadounidense denominan lawfare (guerra jurídica). Los casos más recientes y conocidos son los del asalto al gobierno de Lula en Brasil, la autoproclamación golpista de Guaidó como Presidente Encargado de Venezuela o el golpe al gobierno de Evo Morales en Bolivia. El hecho de que Madrid se haya convertido en ciudad refugio de la emigración de la derecha venezolana no es cuestión baladí, de hecho, lo visto en Núñez de Balboa tiene mucho que ver con las famosas guarimbas; tampoco lo es el que el Gobierno, además de social-comunista, reciba el calificativo de bolivariano.
La campaña que presenciamos se apoya sobre tres pilares esenciales. En primer lugar, cuenta con un importante respaldo económico por parte de sectores empresariales. Sólo así se explica el fulgurante ascenso de una fuerza política como Vox, hasta hace poco extraparlamentaria. Sí, son movilizaciones de ricos, como confirma el hecho de que su epicentro se encuentre en el madrileño barrio de Salamanca y en el corazón burgués de nuestras ciudades. En segundo lugar, la reacción se apoya en su dominio sobre importantes esferas estatales, en las que sectores de la judicatura, de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y de las fuerzas armadas son empleados como pivotes tácticos de una estrategia general. Finalmente, la cultura de la alienación intrínseca al capitalismo contemporáneo ha hecho emerger todo un sector mediático que actúa sin límite alguno y participa impúdicamente de esta estrategia de desestabilización.
El Gobierno y las fuerzas que lo integran están tratando de responder a este asunto. Pero lo hacen con tibieza y con una tremenda torpeza. Son reos de sus propios compromisos históricos y de los intereses de clase de los que realmente dependen. Su idealizada apelación a la Transición, obviando las líneas de continuidad entre el franquismo y el régimen del 78 en importantes aspectos como la falta de depuración de la judicatura, de los cuerpos policiales o de las fuerzas armadas –lo sucedido con Billy el niño es paradigmático-, limita su discurso político a un mero reproche a la derecha, lo que en nada altera las bases materiales en que se asienta la reacción. Más aún cuando el PSOE está implicado en la espeluznante red de las cloacas del Estado y, sin ir más lejos, en la aplicación de la misma medicina en Cataluña o en su complicidad con el bochornoso espectáculo ofrecido por Juan Guaidó en Venezuela. Por otro lado, la certeza de que sus políticas no serán capaces de evitar los estragos que la crisis está causando en amplios sectores sociales, haciendo crecer el malestar y la crispación social, les hace del todo dependientes del sector empresarial. Saben perfectamente que si esa parte de la burguesía les retira el apoyo el Gobierno caerá, lo que les coloca entre la espada y la pared. De ahí la política de palo y zanahoria exhibida Grande Marlaska, que al mismo tiempo que cesa al ultraderechista Pérez de los Cobos anuncia la equiparación salarial que llevan años reivindicando guardias civiles y policías nacionales.
Lo que realmente se prepara ante nuestros ojos es la aplicación del programa de máximos de la burguesía, en cuyo seno se está librando una dura batalla. El programa ultraliberal de Vox es la forma panfletaria en la que por ahora se manifiestan los planes de sectores burgueses que saben que las cosas se van a poner muy difíciles y que, antes o después, tendrán que recurrir a mayores dosis de violencia para preservar su posición social. Como ha sucedido siempre, la burguesía está dispuesta a emplear el grado de violencia que sea necesario para mantener sus privilegios de clase. Un sector entiende que la paz social que por ahora garantiza el Gobierno socialdemócrata merece un compromiso por su parte, de ahí los últimos acuerdos alcanzados en el marco del llamado diálogo social. Pero en algunos centros de mando se preparan ya para un escenario posterior en el que van a necesitar contener las movilizaciones de una mayoría social que por el momento permanece silenciosa.
Como en su momento señaló Gramsci, en situaciones como esta y frente al pesimismo que cunde en la parte más débil de una izquierda parlamentaria desarmada, conviene actuar con previsión y perspectiva. No se puede depositar ninguna esperanza en que el Gobierno sea capaz de contener a la reacción. Tampoco es posible terminar con esa reacción sin atacar el poder capitalista, blanqueando la democracia burguesa en la que se incuba la bestia. Hoy, como ayer, es necesario atacar las bases materiales de la reacción. Contra su programa de máximos no cabe arrodillarse ante su programa de mínimos. Debemos contraponer nuestro propio programa de máximos, en el que estén representados realmente los intereses de clase de las mayorías trabajadoras de nuestro país, pues de esas mayorías dependerá finalmente la victoria sobre la reacción. La militancia de las fuerzas políticas que por ahora sostienen al Gobierno no deberían minusvalorar lo que está sucediendo. No son casos aislados.
En próximos artículos tendremos ocasión de profundizar sobre muchas de las cuestiones que han sido someramente esbozadas en este artículo. Termino haciendo un llamamiento a denunciar abiertamente lo que está sucediendo. Pérez de los Cobos, el guardia ultraderechista que se presentó con camisa azul y correajes a apoyar el golpe de Estado del 23-F, es un peón más en la compleja partida de ajedrez que se está librando. Una partida en la que no podemos ganar, porque ninguna ficha responde a nuestros intereses de clase y porque, además, se libra en el tablero de la política burguesa. Pero, si bien no podemos ganar esa partida, tenemos mucho que perder en ella. Debemos dejar de ser meros espectadores y comenzar a mover ficha. Para ello hay que dar un puñetazo en al tablero que haga saltar todas las fichas de sus casillas. Si queremos tener opciones de victoria, la lucha debe librarse en las calles y en los centros de trabajo y de estudio, en el tablero donde somos más fuertes. Y, sobre todo, jamás admitir que unos u otros nos impongan las reglas del juego. Preparémonos, porque grandes luchas están por venir. Y hagámoslo con urgencia, porque mañana será demasiado tarde.