Sin duda, era El Más Grande.

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Cuando escribo mi cuarto artículo en situación de confinamiento, sin ignorar la dureza y crueldad de la pandemia, parecemos tener los primeros motivos no para saltar de alegría, pero sí para tener cierta moral: según las estadísticas oficiales se reduce el número de contagios y muertes, y la cuarentena puede ser algo menos estricta. A través de las pantallas a las que llevamos días conectados no falta gente que recrimina cualquier signo de alegría argumentando que más de 250 muertos cada día siguen siendo muchos (lo son) o que con esta relajación de la cuarentena nos exponemos a un repunte (como si alguna medida pudiera garantizar que eso no ocurra). Pero qué quieren que les diga, tengo la inmensa suerte «soy consciente de que es mucha» de que los dos únicos afectados que he tenido en mi entorno han pasado la enfermedad en su casa y con síntomas leves, y los niños alegres que se ven en la calle me han levantado el ánimo, de modo que le pese a quien le pese, voy a permitirme un artículo algo más lúdico y glamuroso que los de estos días. Les traigo una frase pronunciada por un icono de la lucha por la igualdad racial en los EEUU en el contexto de la guerra de Vietnam:

«No pienso recorrer todas esas millas para asesinar gente en un país pobre para que aquí el blanco siga discriminando al negro. No tengo nada en contra del Viet Cong, ningún viet cong me ha llamado nunca negro con desprecio. Ningún viet cong ha linchado a mi gente. Ningún viet cong ha lanzado perros tras de mí. Ningún viet cong ha querido despojarme de mi nacionalidad. Ningún viet cong ha violado o matado a mis padres».

Viendo esta frase podríamos pensar en grandes ideólogos como Martin Luther King, Malcolm X, etc, pero lo cierto es que fue pronunciada por un icono deportivo, uno de esos tan grandes que trascienden su mundillo: Muhammad Ali, aquel deslumbrante campeón de los pesos pesados nacido con el nombre de Cassius Marcellus Clay, que él quiso cambiar por opinar que le obligaba a llevar el apellido de los propietarios de sus antepasados.

Foto icónica de El Más Grande

El Ali deportivo es conocido de sobra, hay quien lo ha llamado el boxeador cuyos puños estaban a la altura de su lengua. Desde joven había deslumbrado con su velocidad y su capacidad de movimientos, y por si fuera poco sus ejercicios de onanismo verbal eran constantes. De ellos siempre me quedo con estas declaraciones después de asombrar al mundo en su combate frente a Sonny Liston:

«Acabo de enfrentarme al campeón y no tengo una sola marca en mi cara. ¡Soy joven! ¡Soy magnífico! ¡Soy guapo! ¡Soy rápido! ¡Nadie puede ganarme!».

Pero la diferencia entre Clay/Ali con un bocazas era clarísima: él demostraba lo que decía sobre el ring. De no ser así no hubiera quedado en la memoria de todos con uno de los calificativos que él mismo se dio: El Más Grande. Nunca estuvo entre los mayores pegadores, pero su agilidad y sus esquivas le permitían tocar cuatro veces a sus rivales por cada golpe que él recibiera.

Sin embargo, Ali fue además un hombre comprometido que no temió nunca significarse por aquello en lo que creía. Una vez convertido en icono, la América blanca y económicamente poderosa intenta ignorar que fue un auténtico quebradero de cabeza para el orden establecido. El mismo Ali declaró poco después de cambiar de nombre:

«Asumidlo, yo también soy América. Soy la América que no queréis ver: negro, hermoso, orgulloso. Llevo mi nombre, no el que me dais. Practico mi religión, no la vuestra. Lucho por mis objetivos, por mí mismo. Acostumbraos».

Y aunque la principal motivación y preocupación de Ali estuvo en el movimiento racial más que político, no debemos olvidar que mostró en varias ocasiones cercanía al socialismo. Una parte de su vida de la que el poder de USA quiere olvidarse, pero tan importante que cualquier afroamericano de hoy, o cualquier progresista del mundo la tiene muy presente.

Alí con Fidel Castro durante su visita a Cuba en 1996.
Ali con Nelson Mandela en 2003.

La preocupación de Ali (entonces aún Cassius Clay) por la discriminación de la cuál era objeto como americano negro le llevó a arrojar al río Ohio la medalla de oro que había ganado en las olimpiadas de Roma tras ser rechazado en un restaurante. No quería una medalla para el país que lo trataba así. (Para no esconder nada, algunas voces autorizadas, incluyendo su preparador Bundini Brown, afirmaban que es cierto que fueron segregados en el restaurante, pero que Ali perdió la medalla una semana más tarde e inventó aquella historia cuando empezó a tener relevancia porque vendía bien).

Entró en contacto con Malcolm X y la Nación del Islam, y en este aspecto, el religioso, muy importante en los USA, encontró una manera de hacer patente su rebeldía. Después de haber considerado un tiempo haber imitado a Malcolm y cambiar su nombre por Cassius X, al final optó por un nombre islámico que le proporcionaron en el grupo.

Tendré que volver sobre la relación de Ali y el socialismo en futuros artículos, porque es compleja, pero a lo largo de su vida tuvo palabras de elogio para la URSS, para el sistema cubano, y fue muy amigo de Mandela.

«Yo estaba un poco nervioso cuando aterricé en la URSS. Pensaba que era un país desaliñado con multitud de personas sombrías que piensan como robots y agentes especiales espiando mi habitación. Vi un país en donde un centenar de nacionalidades conviven en armonía» declaró Ali tras su visita a la URSS en 1978.
Leonid Breznev recibe a Ali en 1978 como parte de la promoción de los juegos olímpicos de Moscú de 1978. Aunque la invasión soviética de Afganistán cambió su posición, pues para Ali los musulmanes eran muy importantes, y la invasión le recordaba a La Guerra de Vietnam a la que él se opuso, tuvo palabras muy elogiosas al dirigente soviético.
Ali visita Samarcanda y las repúblicas soviéticas de mayoría islámica. «No vi un solo mendigo o la mendicidad. 
Nunca me sentí tan seguro, sin riesgo de ser robado. Me dijeron que en este país no hay libertad de religión, pero son libres de orar los musulmanes, los cristianos y los Judíos; Creo que las relaciones entre nuestros pueblos son malas sólo a causa de la falsa propaganda.»

Pues bien, durante estos quince días se ha cumplido la conmemoración de su acto más comprometido. El 28 de abril de 1967, Ali fue citado en Houston para ser alistado en el ejército y enviado a Vietnam. Si años antes se había librado del servicio militar por problemas de dislexia, en 1966 la guerra hizo que el ejército cambiara su calificación y lo considerara apto para ser movilizado en esas circunstancias. Ali, que se había declarado objetor de conciencia, se negó a dar un paso al frente cuando el oficial al cargo de reclutarlo, el teniente Clarence Hartman lo llamó dos veces por su nombre de nacimiento, Cassius Marcellus Clay. El teniente le avisó de que se enfrentaba a cinco años de cárcel y multa de 10000 dólares si no obedecía y lo llamó una tercera vez. Ali volvió a negarse a dar el paso.

En rueda de prensa posterior, explicó que actuaba así por sus convicciones personales y que era consciente de las implicaciones de dicho acto de desobediencia. Además declaró:

«Mi enemigo es la América blanca, no el Viet Cong, los chinos o los japoneses. Sois quien se me opone cuando quiero libertad. Sois quien se me opone cuando quiero justicia. Sois quien se me opone cuando quiero igualdad. ¿No me apoyáis en mi país por mis convicciones o creencias y esperáis que vaya a luchar por vosotros a miles de millas?».

Aquella misma tarde, la Comisión Atlética de Nueva York lo despojaba de su título y de su licencia de boxeo profesional. Y los responsables deportivos de otros estados no tardaron en imitarla. Para Ali comenzaba un calvario legal, que se recrudeció el 19 de junio cuando el jurado solo necesitó veinte minutos para condenarlo. Sus abogados alegaron a la corte de apelación que rechazaba su recurso el 6 de mayo de 1968. Durante este tiempo, la Guerra de Vietnam comenzaba a ser impopular y además remarcaba las diferencias raciales y sociales del sistema americano. Ali comenzó a recibir apoyo de importantes figuras como Martin Luther King, y el columnista del New York Times William Rodhen escribió:

«El acto de Ali ha cambiado mi visión de lo que es la grandeza de un deportista. Tener su jab o la habilidad de pararse en un espacio corto no era suficiente. ¿Qué harían ustedes por liberar a su gente? ¿Por elevar su país de acuerdo con sus principios?».

Parte del expediente de investigación del FBI sobre Muhammad Ali.

Al final, el 28 de junio de 1971, el tribunal supremo de los Estados Unidos falló a su favor, sentenciando que no se había dado ningún motivo para negar su objeción de conciencia. Ali recuperó su licencia y volvió a lo grande, en un combate contra el hombre que se había convertido en campeón en su ausencia, Joe Frazier. Perdió aquel combate, pero fue el inicio de una de las más grandes rivalidades deportivas de todos los tiempos. Ali aún dejó un inmenso legado sobre el ring, con sus míticos combates ante rivales como George Foreman o el propio Frazier, pero entre la afición al boxeo hay convicción de que aquel pleito probablemente le robó sus mejores años. El mismo escribió en su libro autobiográfico El Alma de la Mariposa:

«Cuando un hombre de fama y riqueza alza la voz se arriesga a perder todo aquello por lo que ha trabajado, posiblemente hasta la vida, pero ayuda a millones de personas. Por otro lado, si calla sólo porque podría ganar dinero no estaría ayudando a nadie. Yo quería la libertad y a mi gente más que el dinero y la fama, lo demostré al renunciar a todo.»

De modo, aficionados al deporte de izquierdas, que siéntanse orgullosos de este símbolo, y piense que cuando él mismo se definía como El Más Grande, tenía derecho a ello.

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