El peligro de la equidistancia

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Vivimos tiempos extraños de relativismo moral, de equidistancia ante los verdaderos problemas del mundo, de negacionismo visceral, de subjetivismo individualista y de posmodernismo irracional y antisocial. Y no resulta banal que en estos tiempos sea cuando haya renacido el fascismo. Existe una reacción de la reacción sobre las libertades conseguidas, sobre los mismos derechos humanos, sobre la asunción o no de los roles sexuales tradicionales y hay mucha gente implicada para que estas cosas sigan su curso hasta la desaparición de la democracia. Hay personas a las que les molestan las protestas, lo vemos todos los días en los medios de comunicación cuando ante cualquier huelga o movimiento asociativo que ocupa la calle y para el tráfico se suceden los comentarios de ciudadanos enfadados, y esta molestia no es más que un síntoma de lo que pasa en el fondo: un individualismo feroz.

Los medios de comunicación están reconstruyendo la realidad constantemente y el relato tibio de cualquier hecho que implique a la extrema derecha constituye el foco principal sobre el que hay que incidir para evitar el desastre que supondría tenerlos en el gobierno. Cuando un editorial o un titular de un periódico escribe “Choque entre grupos radicales” cuando lo que ha ocurrido es una lucha entre los fascistas y los antifascistas, es que está tomando parte y está con ello normalizando su discurso de odio. El fascismo es, efectivamente, sinónimo de odio y antifascismo lo es de democracia. Hay que dejarlo muy claro porque los grandes medios de comunicación de España parece que no lo tienen. Acaso, ¿es lo mismo querer exterminar la diferencia, la otredad, la diversidad de las personas y el hecho de querer defender esa riqueza? ¿Tan importante es defender la supuesta unidad de España que se les ha olvidado lo que es el fascismo? Acaso, ¿no corren peligro en esa defensa de identificarse ellos mismos como fascistas? Por si fuera poco, los mismos que niegan la existencia de una extrema derecha son también los mismos que aseguran que existe una extrema izquierda cuando la realidad no llega siquiera a socialdemócrata.

Algunos opinan que el advenimiento de la extrema derecha en las instituciones supuestamente democráticas no es más que la constatación de la imposibilidad de acuerdos de las llamadas fuerzas políticas constitucionalistas y que de un modo u otro con la llegada del 15M a las instituciones se inició una situación de difícil gobierno, de desgobierno, más bien y que la única manera de solucionarlo es la vuelta al turnismo democrático y al bipartidismo, pero es esa visión de un pasado irreal la que está lastrando el futuro de nuestro país. ¿Cómo hemos llegado a esta situación? Zygmunt Bauman, en su obra “Retrotopía” insiste en la idea de que nuestra sociedad está mirando al futuro a través de la imagen proyectada por un falso pasado. Estamos inmersos en la era de la nostalgia y eso ha sido muy bien comprendido por el fascismo. En un entorno que imposibilita las asociaciones de pertenencia a un grupo hay un retorno a lo emocional, a lo visceral, más bien, a la mitología nacional. No hay más que ver cómo utiliza VOX la idealización del pasado colonial español para darse cuenta de ello. Como conocedor del pasado de mi país sólo puedo experimentar mi asombro dado que España jamás ha usado su potencia colonizadora ni la plata que extraía con fuerza esclava del Potosí, por ejemplo, para la prosperidad  y el beneficio de la ciudadanía española sino para vanagloria de la clase dirigente. En cierto modo son las mismas élites las que añoran esa grandeza para seguir esclavizando a una población diezmada por las crisis y por esta epidemia de contra valores humanos que es el posmodernismo. Esta forma de nostalgia en busca de un hogar que habita en el pasado está presente más que nunca en la ideología neoconservadora que mueve a esta clase de partidos fascistas. Es un retorno a lo emocional, a la mitología nacional, a la exaltación de la bandera. Por eso el neoconservadurismo separa tan claramente el poder de la política; recientemente veíamos a Monasterio haciendo unas declaraciones donde decía que los políticos tenían que estar fuera de lo público. Hemos asistido desde Thatcher a la reindividualización de toda fuerza colectiva y la gente se ha quedado sola, luchando contra su prójimo por el bien de su familia, un todos contra todos que impide la asociación y deja desamparadas a las personas a las que sólo unen sentimientos patrióticos. Es el fin de la sociedad porque el objetivo global deja de ser tener una sociedad mejor en favor de un mejor desarrollo individual. El sálvese quien pueda. El yo por encima de nosotros. La idea de progreso se privatiza porque se individualiza. Estamos totalmente perdidos y sin embargo sigue habiendo luchas sociales y luchas que logran su objetivo, las mujeres, las personas pensionistas, las trabajadoras que han sabido colectivizar su lucha, como las de CocaCola en Lucha, por ejemplo, siguen consiguiendo pequeñas victorias por lo que no todo está perdido y nos pone en el horizonte una cuestión, que cuando se quiere, se puede. Pero el individuo en sí está bajo una presión indudable y enorme porque esta sociedad de consumo y tremendamente competitiva le hace estar aterrado por su posible incompetencia, es decir, que el sujeto se autoinflige un daño irracional y emocional que le imposibilita la acción solidaria con otros individuos en su misma situación. Todo es culpa suya y las circunstancias no importan.

En esta tesitura el sistema neoliberal impuesto ha cambiado el rol del estado, ya no hay un estado protector y todo poderoso que legisla por el bien común, como se impuso tras las II Guerra Mundial con la llegada de los sistemas del bienestar, ya no hay una defensa de la seguridad legal, económica, integral del ciudadano sino que el estado totalitario del neoconservadurismo contribuye a elevar la inseguridad y la incertidumbre en la ciudadanía y, sin quererlo, pone las bases para la implantación del fascismo porque está desprotegiendo las condiciones dignas y humanas de su población. El estado criminaliza todo. Lo hemos visto en la implantación de la ley mordaza, en la llamada ley mordaza digital, y en otras más duras que, sin duda, vendrán. En pocas palabras, es el neoliberalismo el que ha implantado en nuestra vida la violencia, y el temor y la intransigencia en nuestra política, no nos extrañe pues que la extrema derecha de VOX se encuentre tan a gusto en esas circunstancias, que son, además, las propicias para su llegada al poder. Por eso resulta tan importante, tan necesario, tan acuciante la llegada de un gobierno de izquierdas para paliar esos daños acaecidos durante las crisis del 2007 y en adelante porque el desarrollo de esa ira solo puede ir en contra de la política y de la democracia. Se trata de una ira producida en un mercado de trabajo cada vez más precario y competitivo que en una tesitura de consumismo salvaje lleva a ella por la imposibilidad de ejercer ese consumismo para el que llevan preparándonos durante toda la vida. En fin, somos consumistas sin posibilidad de consumir, y eso lo han aprovechado perfectamente las fuerzas de la reacción. Y lo han hecho por una razón, se ha perdido el referente de clase que no es más que un referente comunitario. Recordemos que las gentes del 15M se llamaban a sí mismas “los indignados” y es, precisamente, esa dignidad la que se pierde sin luchar y la que da sentido a la vida. Hace pocos días Roberto Uriarte daba un discurso memorable en Bilbao, en el marco de las elecciones generales, donde venía a decir que tenemos razones para estar cabreados pero no debemos estarlo porque el cabreo es irracional y lleva a la inacción y al desaliento, es desesperanza, debemos estar indignados porque la indignación es el cabreo racional que lleva a la acción y a la esperanza. No puedo estar más de acuerdo con sus palabras.

El neoconservadurismo, la equidistancia, el subjetivismo, el posmodernismo no son más que la unión de tres conceptos diferentes pero que nos pueden ayudar a comprender lo que está pasando en este país, son moralismo más nacionalismo más xenofobia. Es una ola de emocionalidad, casi sentimental que crea de la nada más absoluta un sentimiento de pertenencia en una sociedad formada sólo por el individuo, por la persona unitaria, unívoca, una sociedad fragmentada, atomizada en pedazos que buscan los pedazos que se les parecen. Entenderéis lo peligroso que es esto. Es la búsqueda perpetua del enemigo. El hecho de enfrentar al último contra el penúltimo. Hay una pérdida de pertenencia social que no ocurre solo en los grupos fascistas, sino en todos los grupos. Por eso les vota tanta gente. Esta sociedad ha creado mecanismos impersonales para reidentificarse con tus iguales, con las personas que piensan como tú. Las redes sociales son precisamente eso. La pertenencia social se ha cambiado por una pertenencia digital. Mucho tiempo con tus iguales no puede traer sino intransigencia con aquellos que no lo son y de ahí a la ira hay un paso que no conviene dar. Pero fijaos hasta dónde nos puede llevar esa desconfianza y desidentificación social, directamente a la pérdida del futuro. Si la política no existe para construir futuro entonces reconstruye el pasado idealizándolo para poder seguir existiendo. Por eso las personas que votan a VOX no lo hacen en función de intereses personales, al menos no todas, sino en función de una emocionalidad perdida e identificada con un pasado perfecto. Es el refugio para unos y el odio para otros. Y eso se da precisamente en los momentos de la historia donde el prometido ascenso social se detiene y las expectativas de la ciudadanía no lo hacen, esa diferencia se acaba haciendo intolerable y la rebelión estalla. Estamos en ese momento donde o la expectativa de un mundo mejor se lleva a la práctica o todo estallará por el lado más débil y ese lado será la llegada de los fascismos al poder, por eso resulta tan urgente decirle a los medios de comunicación que están jugando con fuego y están elevando a los altares a personas que no dudarían en destruirles porque odian la razón, la diferencia, la cultura, el feminismo y la solidaridad. Nos estamos jugando el futuro en una cuerda floja sujetada por dos extremos, la justicia social y la indignidad individualista, el resto es un interminable abismo de destrucción total, es el abismo de la equidistancia.

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