No sabían la que se les venía encima

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Pilar Aguilar Carrascoanalista y crítica de cine. Presidenta de Feministas al Congreso.

Cuando las feministas empezamos a darnos cuenta de lo que implicaba el transactivismo, nos quedamos perplejas e incluso, en un primer momento, paralizadas. Nos costó admitir que semejante ataque contra las mujeres procedía del “fuego amigo”.

Cierto, ya nos habían colado las leyes autonómicas trans. Y cuando digo colado, digo colado. Lo hicieron, no solo sin luz ni taquígrafos, sino con alevosía. Los parlamentos de prácticamente todas las autonomías aprobaron leyes de este tipo, casi por unanimidad. Sin debate ni explicaciones, sin escuchar voces expertas, sin sopesar las consecuencias. Nada. Ni la población tuvo información alguna de lo que estaba ocurriendo ni los y las parlamentarias tampoco. Diréis “¿cómo que no tuvieron información? pero si votaron…”. Pues, como ellos y ellas misma confiesan, salvo los que están en una comisión ad hoc, no leen los proyectos de ley. Votan lo que sus jefes dicen. Y punto.

Y a los jefes y jefecillos las leyes trans les parecieron “modernas y guays”. Se tragaron el anzuelo de “Pobres trans lo que sufren, démosles derechos humanos, total no cuesta nada y quedamos como supermodernos”.

No se preguntaron en qué consistían esos “derechos humanos”, no pensaron ni por un momento en las implicaciones que conllevaban esas leyes: hormonar y amputar menores, implantar en el sistema educativo la propaganda de estereotipos de género que el feminismo llevaba denunciando años y años, conceder privilegios a unos pocos para que decidan según deseen su identidad (tal cosa es prerrogativa exclusiva de los trans) estipular que la Seguridad social ha de costear operaciones y tratamientos de por vida que solo dependen del autodiagnóstico (incluso si la persona es menor), anular derechos de las mujeres duramente conquistados y abrir la puerta de par en par a todo tipo de abusos: invasión de espacios y actividades reservados a las mujeres, imposibilidad de cuantificar las desigualdades, etc.

No se plantearon nada de nada. Y si dudáis de que tal frivolidad fuera posible, informaros de lo que pasó en vuestros respectivos parlamentos, tanto en el de Galicia (mayoría absoluta PP) como en el de Andalucía (mayoría PSOE), pues el delirio fue parejo.

Ahora bien, el feminismo, que lleva tres siglos luchando contra los corsés genéricos, sí se percató de que el transactivismo los consideraba, o bien innatos y consustanciales a la persona (así lo afirma una corriente del transactivismo) o frívolamente elegibles: un sentimiento, un deseo, una identidad (eso afirma otra corriente). Aunque lo más habitual es que muchos transactivistas hagan una amalgama, sin reparar en la incongruencia y la contradicción entre ambas posiciones.

Nosotras sabemos que, tanto en uno como en otro caso, el transactivismo anula las reivindicaciones feministas porque ¿cómo oponerse a algo que es innato, “natural”? (según ellos, el sexo se “atribuye”, pero, con el género se nace) o ¿por qué luchar contra lo que libremente puede elegirse? (no te gusta lo que conlleva ser mujer, pues conviértete en hombre…).

El feminismo empezó, pues, a razonar, a argumentar, a debatir, a interpelar a esos partidos… Pero cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar que, lejos de avenirse a razones, se enrocaban…

Podemos porque absurdamente consideró que, si recogía velas y reconocía sus errores, se humillaba. Optó por aquello de “sostenella y no enmedalla”. Así es que no solo persistió, sino que decidió echar toda la carne en el asador: un Ministerio entero dedicado en cuerpo y alma (y recursos) a promocionar el transactivismo. PSOE porque nunca se tomó en serio a las mujeres. Nunca. Cierto, en determinadas épocas, escuchó a las feministas que en su seno militaban, pero, puestos en tesitura delicada, no tiene reparos en sacrificarnos en pro de “objetivos más altos”. Se dijo: “¿Hay que pactar algo? Pues venga, las mujeres” (ya Levy-Strauss estudió “asépticamente” este procedimiento característico de todas las culturas –todas son patriarcales- y ya lo denunció nuestra querida Celia Amorós).

Ambos partidos pensaron: “Bueno, sí, las feministas patalearán, pero son pocas y sin grandes recursos, mientras que nosotros tenemos el poder, los medios de comunicación, el dinero… Esto está chupao… Nada, que griten, canten o bailen, ya se cansarán”.

Y ahí no calcularon bien… les cegó su prepotencia machista y su ignorancia de la historia del movimiento feminista. Deberían haber sabido que las feministas -esas que parecemos ser pocas, frágiles, dispersas, sin apoyos- somos temibles.

Deberían haber sabido que ningún otro movimiento tiene –ni de lejos- la fuerza mental, la determinación, la inteligencia, la entrega, la generosidad que atesoran las militantes feministas.

Ahora ya empiezan a enterarse. Disimulan, van de bravucones, pero tiemblan. ¿La prueba? Intentan aprobar esa ley por el procedimiento de urgencia para no dar ocasión al debate abierto, declaran este mes el “mes trans” a fin de redoblar la campaña propagandística…

Andan enloquecidos fortificando sus torres del marfil, pero nosotras sabemos que torres más altas han caído. 

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