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Reis A. Peláez

Al momento de escribir estas líneas, se han producido en España 68 feminicidios, según feminicidio.net, de los cuales, solo un pequeño número de casos no están relacionados con la condición de mujer de las asesinadas. A estas alturas, no es necesario explicar que esta violencia es estructural y afecta a todas las mujeres, sin distinguir clase social, procedencia étnica, orientación sexual… El asesinato es la forma de violencia contra la mujer que más repulsa causa en la sociedad, pero no es más que una pieza de un mecanismo de sometimiento cuyo engranaje principal está incrustado en la sexualidad y la reproducción. De ahí que todas las mujeres hayamos sufrido alguna vez violencia sexual, que exista una violación moral y legalmente aceptada, que es la prostitución, junto con su escaparate audiovisual de la pornografía, que en gran parte del mundo se explote a mujeres para que gesten bebés para terceros, que la pobreza siga teniendo nombre de mujer… y así podríamos llenar páginas.

Estas violencias son necesarias para que el sistema patriarcal siga funcionando, pero, a su vez, son el detonante de que en las últimas décadas la lucha feminista haya cobrado mucha fuerza. El sistema, que se ve amenazado y en peligro, se rearma entonces y produce una jugada maestra: utilizar el propio discurso de rebelión de las oprimidas para justificar y afianzar las herramientas de los opresores. Así surgen teorías que se autoproclaman feministas y no solo defienden algunas de esas violencias, como la violación pagada o la explotación reproductiva, sino que también niegan la condición biológica de las mujeres como origen y denominador común de nuestra opresión.

Afortunadamente, ante este nuevo envite patriarcal, también el propio movimiento feminista se revuelve y se rearma y no han tardado en surgir y proliferar voces cargadas de razón en contra de esta deriva ideológica, a riesgo de sufrir las consecuencias que se están denunciando continuamente: pérdidas de empleo, becas, cargos… Es más, la lucha feminista no se va a poder parar ni frenar tan fácilmente y cada vez más y más mujeres se están sumando a esta marea que se ha venido a llamar feminismo radical o abolicionista.

Entre los pilares que sostienen el ideario feminista común a todas las corrientes surgidas en la historia, se encuentra el reconocimiento de la mujer, hembra humana, como sujeto político del feminismo y del patriarcado como sistema opresor que utiliza muchas herramientas para someter a las mujeres, sean estas violencias o estereotipos sexuales, que algunas corrientes feministas aglutinaron bajo el paraguas del polisémico término género. Con estas premisas son muchas las feministas que, independientemente de las particularidades derivadas de las diferentes corrientes a las que se adscriban, han decidido simplificar toda su carga teórica feminista en tres grandes proclamas: abolición de la prostitución-pornografía, abolición de la explotación reproductiva y abolición del género.

Sin embargo, el patriarcado nos ha programado de manera brillante para estar condenadas a no entendernos. Este obstáculo, a veces aparentemente insalvable, no es algo que le ocurra solo al feminismo. Y en relación a esto, quiero aprovechar para hacer un pequeño homenaje a Flora Tristán, esa mujer a quien debemos los sindicatos y, sin cuyos escritos e idearios, Marx y Engels no habrían escrito el Manifiesto Comunista, aunque ni siquiera la mencionaran a lo largo de sus vidas, que es la autora del lema más famoso de la historia del movimiento obrero: proletarios del mundo, uníos. Echar un vistazo ahora al panorama sindical y de la lucha obrera y ver el triunfo del Capital es automático y de ello es fácil devolver del análisis que la unidad del movimiento obrero supuso grandes avances y su diseminación es el origen de la pérdida de derechos.

Estamos viendo que las grandes empresas de las redes sociales cierran cuentas feministas por denunciar el machismo de estas nuevas teorías pseudofeministas, pero eso no es lo peor: es muy triste descubrir que compañeras cierran la suyas o pierden credibilidad por el acoso sufrido por parte de las que se supone que tienen el mismo suelo político. Esto está ocurriendo y tiene que ver con algo que parece que no vemos: la división de las oprimidas es una estrategia del opresor desde el principio de los tiempos y la unión es temida por el poder y eso sucede por algo: porque es eficaz. De ahí esa insistencia de teorizar sobre feminismos, en plural, interseccionalidad, múltiples opresiones…

Si ya no queda duda de que el feminismo es un movimiento de liberación de la mujer y es obvio que hay un único sujeto político y que las feministas sabemos muy bien cuál es: la hembra humana, solo nos queda gritar, parafraseando a Flora Tristán: mujeres del mundo, uníos. Precisamente por eso, con el lema la fuerza de las mujeres es el futuro de todas las feministas españolas se unieron el pasado 23 de octubre en una macro manifestación en Madrid y a ellas otras feministas en algunas partes del mundo, que mostraron públicamente su apoyo. Lo que vimos en Madrid fue una muestra de fuerza que asustó tanto a algunos sectores que enseguida los perros guardianes de cierta organización política en el gobierno, cuando comprobaron que no se mantenía el silencio mediático acostumbrado en estas acciones, salieron corriendo a las redes sociales a ladrar y mostrar los dientes, porque había miedo, porque esa unión es peligrosa para el sistema. El sábado 23 de octubre no solo fue un día de lucha, sino también un día de encuentro y de unidad ¿por qué nos sentimos tan bien después de haber participado en la macro manifestación? Porque somos conocedoras de que hemos dado un gran paso, que no se debe quedar ahí. Hay ansia de conocimiento y de unidad y las mujeres nos buscamos por doquier. Las redes sociales nos han formado y han hecho su trabajo, pero ahora queremos acción.

Aún así, no debemos despistarnos, no debemos volver a las intestinas luchas entre marxistas, anarquistas, socialdemócratas… Quizá podamos soñar un un futuro sistema en que los gobiernos feministas se decidan por elección entre todas esas opciones, pero ahora solo nos queda estar unidas, como lo estuvimos el 23 de octubre, porque, de lo contrario, la distopía que estamos viviendo nos engulle en un capitalismo posthumanista muy peligroso, en el que se niega la naturaleza humana como condición que nos hace a todas y a todos iguales. Vamos a un presente inmediato (ya no es futuro, queridas) en que la condición humana es una desventaja y el individualismo es imparable, pero aún estamos a tiempo de pararlo si nos tatuamos en nuestro comportamiento la necesidad de una perspectiva colectiva imperiosa.

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