Por Patt Oliver
En las últimas semanas, hemos asistido atónitas a una concatenación de atentados contra la vida y la integridad de las mujeres que, lejos de despertar la alarma internacional y poner en guardia tanto a la sociedad civil como a los poderes públicos, tan solo han llenado páginas de sucesos y alimentado tertulias televisivas de dudosa reputación.
Me duele pensarlo —y aún más escribirlo— pero, a ojos del mundo, las mujeres seguimos siendo únicamente eso: un suceso. Un fallo. Un error. Un mal menor. Daños colaterales, dirán algunos. Mala suerte, pensarán otros.
Pero lo cierto es que, por mucho que algunas personas insistan en tratarnos como a un colectivo minoritario, las mujeres somos más de la mitad de la población. Y no solo eso, es que, además, nuestra capacidad reproductiva es crucial para la continuidad de la especie. Y, aun y todo, nos matan a diario y nadie hace nada. No se activa ninguna alarma nacional, ni por supuesto provoca una reacción internacional. El mundo no hace nada. Tan solo mira, cual espectador, mientras continúa su ritmo. El del dinero, el del crecimiento económico, el del capitalismo. Y todo esto sin mirar atrás. Total, son solo unas pocas. No vamos a parar las máquinas del capital tan solo por un puñado de ellas. Y es que, como siempre nos recuerda la teórica feminista Rosa Cobo cuando habla sobre la prostitución: para las economías, un puñado de mujeres menos no es más que el sacrificio que una sociedad debe hacer para prosperar. Para no salirse de la carrera de fondo que constituyen la acumulación de poder y, por ende, de dinero.
¿Que asesinan a las mujeres en sus propias casas? Nos dicen que no cunda el pánico. Que se trata de casos aislados. Cosas de pareja. Asuntos domésticos. Hombres celosos. De los que ya quedan pocos. Pertenecientes a otra generación. Que hay que aguantarse, oiga. Que de los asuntos del corazón, la razón no entiende.
¿Que abusan sexualmente de nosotras? Vamos a ver, es que claro a quién se le ocurre irse a casa de un hombre que has conocido en una discoteca a las cinco de la mañana. Y menos si es un futbolista, que ya sabes cómo son. Es que os pasa lo que os pasa por descuidadas. Por ingenuas. Por tontas.
¿Que nos prohíben mostrar la cara en público, hablar y estudiar? Shhh, eso son cosas culturales, y con la cultura hemos topado. Las tradiciones y las normas culturales son asuntos propios de cada sociedad y mejor no meterse. Que luego dicen que tenemos el complejo del “salvador blanco” y que queremos imponer nuestros valores occidentales. Nada de eso, cada cual que se apañe con la cultura que le ha tocado.
¿Que nos explotan sexualmente a través de las múltiples formas que toma la industria del sexo? Ay, de verdad, no seáis puritanas. ¿Acaso todavía no os habéis enterado de que muchas se prostituyen porque quieren? Si en el fondo, les gusta. Las mujeres son todas unas guarras dispuestas a hacer lo que sea con tal de sacarte el dinero. Cualquier día tendremos que firmar contratos para poder tener relaciones sexuales con ellas. Si es que os merecéis todo lo que os pasa. Por frígidas. ¿No lleváis años luchando por la libertad sexual? Y ahora que la tenéis, ¿qué? ¿Tampoco os gusta? Si es que no sabéis ni lo que queréis. No hay quien os entienda.
Lo cierto es que es bastante sencillo: no, a las mujeres no nos gusta ser penetradas cada día por veinte hombres a los que no deseamos, ni nos gusta vivir silenciadas y aisladas en nuestros hogares. No, tampoco nos gusta vivir con el miedo a sentir, a salir de fiesta, a emborracharnos en una discoteca y que nos pueda atraer un chico y que nos apetezca acostarnos con él.
No, no queremos ser forzadas a realizar prácticas sexuales que no disfrutamos o que no nos apetecen en ese momento. No, no queremos que nos violen, ni que nos maten por aspirar a vivir una vida en libertad. Por decidir y por elegir. Por querer ser independientes. Por cortar una relación porque ya no nos hace bien. Porque ya no estamos enamoradas o porque, simplemente, preferimos estar solas.
No, no queremos vivir con el miedo constante de llegar a casa solas, de noche, caminando por las calles de una ciudad vacía y oscura. No, desde luego que no queremos morir. Pero tampoco queremos vivir así. No podemos vivir más así. Con la impunidad de la que disfrutan tantos y tantos agresores. Con la pasividad con la que actúan las instituciones. Con la duda —y con la culpa— de que algo habremos hecho para merecer esto. Con la vergüenza de lo que nos pasó cargada a nuestras espaldas. Con miedo. Con tanto miedo.
La violencia contra las mujeres es un asunto de salud pública que nos afecta a todas las personas a escala global. Esto no va solo con las mujeres. Va de la humanidad en su conjunto. Va de la mitad de la población mundial. Va de tantas y tantas familias rotas por la violencia. Va de tantas criaturas huérfanas. Va de tantos futuros truncados por un sistema patriarcal y machista que, en lugar de protegernos, nos señala y nos revictimiza. Y es que no puede ser que en pleno siglo XXI se nos mate, viole y silencie en cada uno de los rincones del planeta y nadie haga nada para pararlo. Las feministas estamos hartas de ser las únicas en denunciar, caso a caso, mujer a mujer, todas y cada una de las violencias que sufrimos las mujeres cada día por el mero hecho de serlo. Necesitamos urgentemente una estrategia contra la violencia machista a nivel mundial. Esto no es una guerra entre los sexos, esto es un feminicidio a escala global que, además, está siendo silenciado. Así que, señores, disculpen las molestias, pero es que nos están matando.
Maravilloso artículo, cuántas verdades y cuanto duelen. Me ha dejado reflexionando.