La Trampa de la Inclusión para las niñas

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Por Karina Castelao

El viernes 26 de julio de 2024 empezaron los Juegos Olímpicos más inclusivos de la historia.

Al menos eso dijeron en una docena de ocasiones los comentaristas de la ceremonia de apertura refiriéndose a la misma. Yo no sé si serán los más inclusivos, pero el espectáculo que abría el evento olímpico fue el más petardo y cutre de los que se tienen memoria. Una mezcla entre el desfile del Orgullo y el festival de Eurovisión con representaciones bizarras como la de Maria Antonieta decapitada (o más bien la representación del odio eterno hacia las mujeres) o la de -se supone- un Dionisio desnudo servido bajo una campana de comida, tapadas sus partes pudendas solo con una guirnalda de flores y pintado por completo de azul pitufo, ante una Última Cena (que al parecer no era tal) formada por personajes grotescos descritos por la organización como el parangón de la diversidad.

Aclaremos que esto no va de la ceremonia de apertura de las Olimpiadas de París 2024 aunque ciertamente daría para varios análisis feministas, sino de la “inclusión” como un valor supremo en detrimento de lo que hasta ahora se consideraba éticamente deseable, la “integración”. Y es que hace unas semanas tuve el infortunio de poner mis ojos en un artículo cuyo título y subtítulo ponen ya los pelos de punta o auguran un auténtico despropósito.

Pero vayamos por partes. Primero definamos lo que es inclusión, lo que es integración y lo que ambos conceptos suponen.

Integrar sería igualar a todas las personas en un entorno ya existente hasta alcanzar su normalización, mientras que incluir sería simplemente añadirlas a la espera de que solo por su presencia el entorno ya les vaya a ser favorable. O dicho de otro modo, crear uno nuevo solo por el hecho de estar ellas en él. Por poner un símil culinario, inclusión sería agregar los ingredientes en una olla respetando su identidad de ingrediente e integración sería el guiso.

La integración busca la igualdad mientras que la inclusión se centra en la diversidad. Para conseguir la integración son necesarias medidas equitativas que persigan la igualdad, para la inclusión no hay que adoptar medidas equitativas, solo respetar las diferencias porque no hay una igualdad estándar que perseguir.

Obviamente, solo a nivel teórico, lo ideal sería la inclusión: un mundo donde cupieran todos sus miembros adaptado a sus diferencias, a las de todos en todas partes al mismo tiempo. Pero esto no funciona así. No puede. El mundo tiene sus estándares y gracias a ellos evoluciona la civilización. Como oí decir una vez a un joven con discapacidad visual, sus funcionalidades diversas consistían en tropezarse en lugares que no conocía o en tener que ver siempre las películas dobladas aunque la televisión le ofreciera la opción de verlas en versión original subtitulada. Me diréis que se podría inventar algo para leer los subtítulos en braille, pero eso sería una medida igualitaria, no diversa. Diversidad sería directamente que no hubiera película para que así nadie estuviera privado de verla.

Como anticipaba al principio, hace unos días me topé con un artículo que abiertamente voy a calificar woke y que no es más que un enorme ejercicio de clasismo e hipocresía (como todo lo woke).

Pau Luque, profesor universitario barcelonés afincado en México, afirma en un artículo de El País titulado Un nuevo nosotros que “hay pocas ideas sustantivamente más fascistas que aquella según la cual los migrantes deben integrarse”. Según Luque «para pedir a alguien que se integre hay que creer que tenemos más derechos que quien llega de fuera simplemente porque nosotros estábamos antes que tú en esta tierra». Para el barcelonés «los herederos de quienes han colonizado tierras durante siglos ahora exigiremos a los herederos de las tierras colonizadas que acepten definitivamente que nosotros siempre tuvimos razón».

Pero lo que Pau Luque hace en dicho artículo es, por un lado, confundir deliberadamente integración con asimilación cultural(o igual no tanto y realmente desconoce la diferencia). La asimilación es una forma de convivencia en la que un grupo minoritario abandonan sus raíces culturales, la mayor de las veces por obligación o presión, identificándose con la cultura mayoritaria, lo cual resulta absurdo plantearlo en un estado plurinacional como el nuestro donde conviven cuatro idiomas con las más diversas idiosincrasias y sensibilidades. 

Por otro lado, el profesor Luque evita hablar de derechos, no sobre el territorio, sino los de las personas que habitan dicho territorio, al no enfrentarse a la contradicción entre los valores de determinadas culturas que incluye el respeto a sus tradiciones y costumbres y los valores de la cultura occidental, sobre todo en lo que respecta a la observancia y aplicación de Derechos Humanos y en particular en lo relativo a los de las mujeres. Y más concretamente, a las niñas y a las adolescentes. Porque las niñas son siempre las grandes “víctimas” de las costumbres y tradiciones. O dicho de otro modo, para el profesor Luque no hay un estándar civilizatorio que perseguir y todas las costumbres y tradiciones han de ser respetadas y preservadas. Sin embargo omite deliberadamente cuáles son siempre los daños colaterales de ese respeto y preservación.

Hay una cuenta en TikTok de una chica marroquí, @fatimetufatimafati, que denuncia lo que les ocurre a muchas niñas que han venido de inmigrantes a Europa desde los países del norte de África. Chantajeadas emocionalmente por sus familias bajan a conocer a sus abuelos y demás parientes pero algunas ya no regresan. Son enviadas a sus lugares de origen para que sean reeducadas ya que los usos y costumbres occidentales las están malogrando. Allí les cambian su forma de vestir, las obligan a realizar las tareas domésticas y finalmente las acomodan en lo que es lo mejor para ellas que es respetar la tradición de casarse, tener hijos y quedarse en la casa.

La Fundación Wassu-UAB denunció la situación de muchas niñas de origen subsahariano que viven en España (se calcula que están en riesgo unas 18.000) y que también con el pretexto de ir a conocer a sus parientes y sus lugares de origen, son enviadas a sus países para que les practiquen la Mutilación Genital Femenina, y así ser dignas miembros de su familia. De hecho, la cuenta Congo Actual en X informa de que en Gambia su congreso prohibió por fin la semana pasada la práctica de ablar el clítoris a las niñas tras varios años de enfrentamientos entre sectores que querían prohibirla y sectores que la consideraban una tradición que había que conservar.

Conocido es el caso de las dos hermanas paquistaníes residentes en Cataluña asesinadas por sus propios familiares en Pakistán por haberse opuesto a sendos matrimonios forzados con unos primos. Las jóvenes Arooj y Anisa Abbas , que viajaron a su país de origen engañadas –les dijeron que su madre estaba enferma–, «fueron estranguladas y recibieron un disparo mortal mientras dormían» por haber manchado el honor familiar y como respuesta a lo que manda la tradición en estos casos. El crimen fue cometido por un tío y por su propio hermano con la connivencia de su padre que residía aquí en España con ellas.

Estos son solo tres ejemplos reales de como las tradiciones de algunos países también han migrado junto con las poblaciones y cómo han conseguido establecerse dentro de nuestras fronteras aun teniendo que llevar fuera su práctica. Muchas otras se han intentado implantar dentro incluso del territorio español, como la de velar a las niñas para protegerlas de las miradas lascivas de los hombres, o la tradición extendida también de acordar sus matrimonios cuando tienen 11 o 12 años con señores igual de 40 o 50 o la de practicarles pruebas médicas para certificar la virginidad y así asegurarse de que no han mancillado el honor de la familia.


Es muy hipócrita y bastante racista ser un relativista cultural y estar constantemente con el “ellos vs. nosotros” como si “nosotros” fuéramos Malinowski y “ellos” una tribu trobiandesa en la que no intervenir y solo observar. Pero es que además, ellos, o más bien “ellas”, han venido aquí porque quieren disfrutar de lo que disfrutamos “nosotras”. El relativismo cultural es una herramienta de análisis antropológico muy útil y necesaria, pero no un modus vivendi, porque si no se convierte en relativismo moral. Hay mucho clasismo y mucho machismo tras un discurso de que la integración de los inmigrantes es fascista realizado desde un atril universitario, desde un escaño en un parlamento o desde la redacción de un periódico occidental siendo hombre y sabiendo que todas esas tradiciones que arrasan con los derechos humanos de las niñas, algunas incluso recién nacidas, a ti no te van a afectar. Ni tampoco a tus congéneres migrantes varones porque todo el grueso de tradiciones y costumbres de sus países de origen está pensado para favorecerles a ellos frente a ellas..

Aunque la forma de lograrlo no haya sido quizá la más ética del mundo, nadie puede discutir, con todas las salvedades que se quieran introducir, que los países occidentales disfrutan de un nivel de observancia y cumplimiento de los Derechos Humanos que no goza ningún otro lugar en el resto del planeta. Y es positivo, e incluso recomendable, que, como dice la escritora Najat El Hamchi, las personas inmigrantes se beneficien de ello, sobre todo las mujeres y las niñas. Si las mujeres nacidas en Europa hemos tenido la “suerte” de poder elegir con quién casarnos, la ropa que nos queremos poner o quitar o si deseamos o no gestar y parir, hemos de procurar que todas las niñas y mujeres que vienen de entornos donde hacer eso no es posible tengan la misma suerte y sean libres de hacerlo aquí.

Y ya que tanta preocupación woke hay porque saldemos nuestra cuenta histórica como países colonizadores hacia los países colonizados, promovamos la integración de las personas que vienen aquí a buscarse la vida y que tienen la intención de prosperar para que disfruten, no solo de la riqueza económica, sino también de esos derechos que en muchos países todavía son privilegios.

La integración no va de que los inmigrantes renuncien a su cultura y forma de vida, como dice el autor del artículo, sino de que deje de haber un “ellos” y un “nosotros”, o mejor dicho, un “ellas” y un “nosotras” y que haya por fin un “todas”.

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