Por qué necesitamos votar al PFAC en las elecciones europeas

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Por Amparo Mañés

Si nos paramos siquiera sea un minuto a pensar, nos daremos cuenta de que un grupo tan minoritario como el de las personas trans no tendría una capacidad de cambio tan vertiginosa si no fuera porque -en realidad- es un “colectivo excusa” para el objetivo real del sistema patriarcal-capitalista que les está dando una sorprendente e incondicional cobertura. Ese objetivo no es otro que dinamitar el feminismo para mantener su opresión sobre las mujeres.

En efecto, es el sistema patriarcal (marco político) y el capitalista (marco económico) quienes, unidos por sus intereses comunes, están detrás de legislar sentimientos incomprobables para paralizar y neutralizar al único movimiento que confronta hoy ambos sistemas, el movimiento feminista.

Y es que las feministas estamos siendo atacadas “con todo”, a partir de que el patriarcal-capitalismo, desde la Conferencia de Beijing de 1995, tuviera la certeza de que el feminismo podría llegar a alcanzar sus objetivos. Así, podemos comprobar que, se ha recrudecido la misoginia tanto en la derecha como en la izquierda. Hoy, insultar a las feministas o intentar silenciarnos ya no es privativo de una ideología concreta, porque todas participan en el festín censurador del feminismo

Se ha incrementado la violencia sexual a partir de una pornografía que enseña a varones y mujeres lo que se espera de cada sexo. Sí, de ese sexo que luego es negado. Y no es precisamente bonito para nosotras, las mujeres. Ninguna otra violencia, como la incesantemente generada y ejemplificada en la pornografía, sería tolerada en ningún país democrático. ¿Alguien cree que normalizaría que hubiera millones y millones de vídeos, accesibles y gratuitos, en el que se violara, vejara y ejerciera violencia contra hombres negros, judíos, musulmanes, asiáticos, con discapacidad, pobres, etc., como sí se hace, en cambio con mujeres de cualquier condición? 

Hay una creciente hipersexualización y cosificación de mujeres y niñas a quienes se induce a la autoexplotación de sus cuerpos. Porque, acostumbradas desde la más temprana adolescencia a que los chicos -a partir de la pornografía- les exijan prácticas sexuales cada vez más brutales, acaban por no percibir como grave autoexplotarse sexualmente para conseguir un móvil de última generación, en un mercado que las ha convencido de que lo “necesitan” ¿Por qué los chicos nunca se plantean prostituirse para conseguir el móvil?

Se refuerza el género, la construcción patriarcal diseñada para oprimir a las mujeres. Ahora es el género patriarcal el que establece lo que eres. Si eres hombres y te adaptas, enhorabuena, eres del sexo ganador! Si no te adaptas, no te preocupes: conviértete en mujer. Solo los niños deberán hormonarse o mutilarse. Pero tú podrás oprimir a las mujeres desde dentro sin necesidad de cambiar un ápice, incluso podrás seguir llamándote «Paco». Y no solo accederás a todos los espacios físicos y simbólicos de las mujeres, sino que prevalecerás en todos ellos. 

Por el contrario, si eres mujer y te adaptas, ya sabes lo que te espera: subordinarte. Y si no te resignas, puedes hacerte hombre. Pero deberás mutilarte los pechos, y pasar desapercibida; salvo que te quedes embarazada. Entonces, los hombres con envidia de útero se complacerán con expresiones como «hombre embarazado» para pretender que también «ellos» pueden parir. 

No se hace prácticamente nada para corregir el contrato sexual. A nadie en la clase política parece urgirle corregir la evidente insuficiencia de la cobertura estatal de los cuidados. ¿Por qué iban a hacerlo si las carencias del Estado las asumen las mujeres de manera gratuita? Si eso las obliga a precarizar o a abandonar su trabajo, tanto mejor. Se incrementa la pobreza femenina y la pérdida de autonomía de las mujeres. Condiciones óptimas para que el consentimiento justifique cualquier explotación.

Y si las mujeres no abandonamos nuestros trabajos -porque es nuestro derecho trabajar- entonces el Estado consiente la explotación laboral de mujeres migrantes para que atiendan el cuidado familiar. Jamás se investigan las condiciones laborales de esas mujeres, a pesar de que es muy sencillo verlas todos los días empujando carritos de personas mayores o de bebés. Jamás se piensa en la vulnerabilidad de estas mujeres, muchas veces sin papeles, sin red de apoyo, sin lugar adonde ir, a veces atrapadas en hogares donde no es infrecuente que deban convivir con varones depredadores.

De manera que no es negocio para el patriarcal-capitalismo que hombres, empresas o Estado asuman sus respectivas responsabilidades en los cuidados. Porque precisamente el negocio está en no asumirlas, empobreciendo a las mujeres y haciéndolas más vulnerables a cualquier imposición masculina.

Asistimos también a las embestidas proxenetas para normalizar la explotación sexual (prostitución y pornografía) y reproductiva (vientres de alquiler). Cada vez más mujeres, pero no hombres, son objetos disponibles en el mercado por un precio. Por eso el sistema necesita que se perpetúe la feminización de la pobreza. Y asistimos con perplejidad a que estas embestidas cuentan con la complicidad de una clase política que ha dado la espalda a las mujeres en general, y a las más vulnerables en particular, para proteger a los delincuentes proxenetas.

Si en los albores del patriarcado las mujeres éramos esclavizadas, propiedad de los hombres, sin autonomía económica, prostituidas, violadas, mutiladas y asesinadas. ¿Eso ha cambiado radicalmente? Lamentablemente tenemos que asumir que -en lo sustancial- no; sobre todo si tenemos en cuenta que el feminismo es internacionalista. Porque seguimos asistiendo a todas esas opresiones, con mayor o menor grado de crudeza, en todo el mundo, incluido nuestro país. 

Pues bien, este brutal ataque patriarcal está ocurriendo con la complicidad de la práctica totalidad de los partidos políticos, incluso los autodeclarados de «izquierda». Por eso necesitamos que las mujeres, todas las mujeres, y los pocos hombres buenos que asumen la justicia de nuestras reivindicaciones, reaccionen

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que, si se normaliza la explotación sexual y reproductiva de las mujeres, ante cualquier crisis todas nosotras podemos ser carne de cañón de esa explotación. Y aunque nunca nos veamos en esa tesitura, si no exigimos la abolición de esas explotaciones, estamos consintiendo que eso pase con nuestras hermanas: Mientras los hombres, y solo ellos, crean que las mujeres pueden “ser usadas” para satisfacer su sexualidad  o sus deseos de perpetuación genética, las mujeres nunca llegaremos a ser iguales a ellos.

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que el feminismo es una lucha justa. No hemos hecho (porque no nos han dejado) la pedagogía suficiente que, por el contrario, sí ha hecho el patriarcado al convencer a la mayoría de la sociedad de que el feminismo es una lucha irracional, revanchista, de cuatro amargadas, en lugar de lo que es: la emancipación de las mujeres de la más larga e injusta opresión llevada a cabo por los varones. 

No puede ser que pedir que cese la violencia contra las mujeres, que no se comercie con nosotras como si fuéramos cosas o funciones pero no personas, que resulte inadmisible que tengamos que sufrir vejaciones, mutilaciones y violaciones en directo o, además, grabadas; que no estemos a disposición de ellos para agradarles (cosificándonos) o cuidarles (renunciando a nuestro derecho a ser cuidadas), que no estemos sujetas al control de los varones; que, en suma, reivindiquemos el derecho a tener los mismos derechos, sea algo que no sea un valor compartido que deba perseguir y alcanzar cualquier sociedad que pretenda ser justa y democrática. 

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que mientras la desigualdad y la violencia machista persistan (para eso es esencial poder medirla con datos estadísticos que no distorsione el género), es necesario disponer de espacios de intimidad y de seguridad privativos de las mujeres, sin que ningún varón, incluidos los autodeclarados mujeres, puedan ocuparlos. 

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que proteger el deporte femenino es necesario para quitarnos el cliché de nuestra aparente debilidad y por pura justicia y juego limpio deportivo. 

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que el cuidado es necesario para la vida, sí; pero hay que empezar por el autocuidado. Y eso pasa por exigir del Estado, las instituciones, las empresas y los varones que asuman su responsabilidad respectiva en los cuidados, trampa mortal para mantener nuestra dependencia económica, las brechas salariales, de pensiones y de tiempos y de cuidados, todas ellas en la base de la feminización de la pobreza. Y también trampa para disminuir nuestra capacidad de actividad política, institucional y social.

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que los derechos que hemos conseguido, nunca han sido a iniciativa de los varones. Que se han requerido los esfuerzos y el tesón feminista para lograrlos y que, como ya nos advertía Beauvoir, y ahora comprobamos, jamás pueden darse por consolidados.

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que no podremos revertir este ataque frontal a los derechos de las mujeres con los actuales partidos políticos con representación en el Parlamento Europeo. Porque todos ellos, incluidos los que se declaran feministas, practican un feroz antifeminismo, demostrando -con los hechos- que las mujeres les importamos muy poco si no es para explotarnos y humillarnos.

Necesitamos convencer a las mujeres y a los hombres buenos, de que es imprescindible contar con partidos cuya agenda principal, y no eternamente secundaria, sea la agenda feminista. Porque es una agenda para todas y todos, la única agenda para una vida buena. 

Necesitamos, en fin, convencer a todas las personas de bien  de que «Juntas haremos Historia». El próximo #9J, vota feminismo. Pero ten en cuenta que solo hay una opción feminista:

Vota al partido Feministas al Congreso!

Vota PFAC!

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