Pedro Andrés González Ruiz, blog Crítica de la Economía Política
Los recientes acontecimientos racistas y antirracistas en el fútbol, así como anteriormente la publicación de datos sobre la demografía española, han traído el asunto de la inmigración al primer plano, cuestión que el pasado 21 de marzo (Día Internacional contra el Racismo y la Xenofobia) no consiguió.
Por nuestra parte, pretendemos hacer una aportación a este necesario debate con un enfoque acreedor de la crítica de la economía política, que descansa en indagar la materialidad (base económica) tras los fenómenos políticos e ideológicos (superestructura)[1].
Antes que nada, aclarar que el fenómeno inmigratorio es complejo, como la realidad misma, y que nos ceñiremos en su tratamiento a: las migraciones transnacionales (sin entrar en la cantidad de países de origen, sus peculiaridades, etc), dejando a un lado las interiores; al aspecto de la recepción sin entrar en la salida (múltiples causas por las que las personas se deciden a abandonar su hogar) y traslado (variedad de métodos usados para ello y todo lo que conlleva); nos referiremos al caso español en las últimas dos décadas (sin indagar en la historia de migraciones hispánicas que nos podrían llevar a los celtíberos). Tampoco haremos una disección del colectivo inmigrante, ni por clases donde el 85 por ciento es asalariado y el resto propietario de medios de producción según el informe del ministerio[2], ni por sexos o nacionalidades. Así como no entraremos en la diversidad de formas de integración ciudadana que han de afrontar las personas inmigrantes en España desde los permisos de estancia, trabajo, residencia, doble nacionalidad o la ilegalidad (situación en la que se encontrarían unos 150 mil como mínimo según el citado informe), situaciones diversas que ofrecen una variedad de formas concretas que requerirían un detenimiento mayor del que aquí se pretende.
Nuestro propósito es algo más modesto, indagar en la relación entre la acumulación de capital y el fenómeno inmigratorio en la España actual y explorar la necesaria forma conflictiva que adopta este fenómeno a través de sus expresiones políticas e ideológicas. Vamos a ello.
La inmigración y la xenofobia contemporáneas son fenómenos que hunden sus raíces en la naturaleza capitalista de las sociedades. Históricamente se han dado, pero sus rasgos actuales tienen que ver con el desarrollo capitalista. Cuando salen, mientras se trasladan y hasta que llegan, las personas migrantes son acompañadas por el capital.
Desde los inicios del siglo XXI el capital español demanda la fuerza de trabajo inmigrante. En el año 2023, según datos de la Encuesta de Población Activa, el número de personas extranjeras ocupadas ascendió a 3,84 millones que suponían el 18,4 del total de la población ocupada (el dato más bajo de los últimos 20 años es el 12,6% de 2014).
La causa principal de este fenómeno inmigratorio hay que buscarla en los cambios en la acumulación de capital que afectan a la fuerza de trabajo en dos aspectos. En su oferta, estableciendo una nueva ley de población[3] (recuérdese que 1950-1980 España era un país de emigrantes) y, en su demanda, planteando nuevas exigencias de un determinado tipo de fuerza de trabajo.
En el caso de España, el crecimiento demográfico negativo de los nacionales junto al progresivo agotamiento de las reservas laborales tradicionales (la población agraria y las mujeres) termina produciendo la escasez de fuerza autóctona de trabajo. Desde 2012 (19,7 millones) la población activa española disminuye y sólo la incorporación de la población extranjera permite la suficiente oferta de fuerza de trabajo que requiere la acumulación española de capital. En 2015 se inicia, y no ha desaparecido, el crecimiento natural negativo, es decir mueren más personas que nacen. Así, mientras la población nacional en edad de trabajar se redujo en un millón de personas desde 2002 hasta 2022, la extranjera aumentó en más de 4 millones. En 2023 la población extranjera ascendió a 6,1 millones (12,7% del total).
En cuanto a la demanda de fuerza de trabajo del capital español, la inmigración transnacional no solo es una fuente sino que sus condiciones de venta son muy apetecibles para el capital. Según el estudio del ministerio, la integración laboral de los inmigrantes es insuficiente: se sitúa mayoritariamente en puestos elementales, con sueldos sensiblemente inferiores (hasta un 40 por ciento menos), peor contratación (mayor verbalidad, mayor temporalidad, mayor parcialidad), y condiciones inferiores (mayores jornadas, mas horas extras efectuadas y menos pagadas); empleándose en los siguientes sectores: servicio elementales (servicio doméstico, personal de limpieza o vendedores ambulantes), servicios personales (cuidados y dependencia), comercio, manufacturas, instalaciones y montajes, y agricultura. Algunos de estos sectores solo son viables gracias a la sobreexplotacion de la mano de obra inmigrante, incluso ilegal y la ayuda estatal. Un ejemplo es la agricultura del plástico, otro el servicio doméstico o los servicios de cuidados.
Si mañana el ejército laboral inmigrante (4,6 millones, 19,3% del total) abandonara al capital español, éste no tendría mano de obra, ni siquiera con los parados, para seguir funcionando. Algunos sectores y territorios atravesarían dificultades, y algunas empresas cerrarían porque su viabilidad descansa en las ayudas estatales y en la sobreexplotación de la fuerza foránea de trabajo. Estos capitalistas ven con buenos ojos a la inmigración, pero no tan bien su promoción ciudadana (preferibles sin papeles).
Esta necesidad que tiene el capital español de la fuerza inmigrante de trabajo tenderá a agravarse, si no media una crisis, una guerra o cualquier otro fenómeno que reduzca drásticamente el empleo. Además, será cada vez más generalizada por sectores, territorios y tipos de empresas, pues la escasez de fuerza de trabajo ya no solo afectará a determinadas ocupaciones. Es más la reproducción ampliada del capital exige en mayor medida la compraventa de la fuerza de trabajo -también la inmigrante- por su valor. De tal forma que no solo la integración en el mercado laboral, sino también al sistema educativo[4], de la población extranjera se convertirá en un reto para el futuro de la sociedad española, pues a ello apunta el desarrollo del capital. Y con ello, la población inmigrante en España habría de avanzar en su condición ciudadana[5] (regularización, papeles para permanecer, para trabajar, para residir, nacionalidad).
De hecho, el representante político del capital social, el estado, lleva tiempo poniendo el foco en el asunto inmigratorio y las ideologías que le rodean como el racismo o la xenofobia. En el caso español la inmigración da nombre a un ministerio, que tiene una Secretaría de Estado de Migraciones a la que corresponde elaborar y desarrollar la política del Gobierno en materia de extranjería, inmigración y emigración[6]. El pasado julio el gobierno aprobaba el nuevo Marco Estratégico de Ciudadanía e Inclusión contra el Racismo y la Xenofobia (2023-2027), que responde al compromiso de la Unión Europea de tener planes específicos renovando estrategias aprobadas en 2011 y 2014. En diciembre, la Unión Europea firmaba, tras cuatro años de discusiones entre países, el Pacto sobre Migraciones y Asilos. Por su parte, las Naciones Unidas comenzaron a sentar las bases de una amplia cooperación internacional en cuestiones relacionadas con la migración en dos Diálogos de Alto Nivel sobre Migración Internacional y Desarrollo, celebrados en 2006 y 2013, que culminaron en la Cumbre de las Naciones Unidas para los Refugiados y los Migrantes de 2016. En 2018 unos 150 países firmaron el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular.
Todo este papeleo y reuniones, más allá de su discutible efectividad, vienen a poner de manifiesto que la inmigración transnacional es un tema que preocupa a los estados, y ello porque atender a esta cuestión es una necesidad para el capital. Este es el vector principal en la dinámica de la inmigración. Ahora bien, este movimiento no es lineal, adoptando avances y retrocesos conforme a la confrontación entre posiciones proderechos humanos y posiciones racistas o xenófobas, cuya raíz está en el enfrentamiento de clases.
Las posiciones proderechos están representadas por las organizaciones de los propios inmigrantes caso de los sindicatos de manteros, de las asociaciones y partidos que les incluyen como exponentes de los derechos humanos o de los sindicatos que les integran como extensión de la relación de solidaridad que caracteriza a la clase obrera consciente, que proclama la unidad de los trabajadores más allá de sus diferencias de raza o nación, entre otras. Además, cuentan con un ambiguo aliado, el estado, que expresa la necesidad del capital total de la sociedad actuando en consecuencia.
Pero, tienen enfrente la reacción xenofoba y racista. Estas ideologías expresan los intereses de los capitales en retroceso cuya supervivencia descansa en la explotación más salvaje y despiadada, que reclaman la inmigración pero con pocos derechos. También se nutre de sectores de la clase obrera con una bajo nivel de conciencia, bien porque compitan con la inmigración en el acceso al empleo o a los servicios públicos, bien porque le atribuyen la degradación de los barrios y la inseguridad ciudadana. Además, conectan con grupos de población identificados con aspectos reaccionarios que cuestionan la igualdad de derechos entre las personas según sus diferencias de ingresos, edad, sexo, nación, raza, religión o ideología, entre otras.
Esta reacción frente al lento, pero ineluctable, avance de los derechos de los inmigrantes está aumentando. Así lo pone de manifiesto el apoyo electoral que están recibiendo los partidos que enarbolan el racismo y la xenofobia. También el incremento de los delitos de odio en 2023 (33 %) hasta situarse en 1600 incidentes que supusieron 712 detenciones, de los que 604 y 235, respectivamente, correspondieron a delitos por racismo y xenofobia, según datos del Ministerio de Interior. Cuando no el espectáculo lamentable que ofrecen algunos aficionados en campos de fútbol realizando alusiones a la raza o color de piel de las personas que intervienen en el juego. Por último, sin pretender agotar las manifestaciones racistas y xenófobas de la sociedad española, los asentamientos chabolistas alrededor de la agricultura del plástico en Andalucía desde hace 25 años, denunciados por la ONU.
Sin embargo, y a pesar de los lentos progresos legislativos (la ley antirracista lleva tiempo en el cajón), y políticos (fraccionamiento político y funcional del estado que juega en contra), hay signos de cambio en determinados ámbitos. Uno es el mediático. La publicidad de algunos episodios racistas como el trato policial a dos personas negras en el barrio de Lavapiés. Así como el eco que despiertan los ataques racistas a deportistas, específicamente futbolistas. El mundo del futbol, es otro ámbito donde la cuestión se está moviendo, los jugadores de color más destacados empujan contra el racismo, caso del brasileño Vinicius. O la suspensión del partido Sestao-Majadahonda donde el portero senegalés Cheick Sarr se enfrentó a los aficionados que le insultaban provocando la retirada de su equipo; ante lo que la Federación dio por victorioso al Sestao, condenó a 2 partidos a puerta cerrada y 6 mil euros de multa al Sestao, y a dos partidos de suspensión a Cheick. Por no hablar de las manifestaciones barcelonesas de inmigrantes contra la Ley de Extranjería o las protestas laborales de las inmigrantes en la recolección de la fresa onubense, por citar algunas.
Todo esto pone de manifiesto que actualmente asistimos a una agudización del enfrentamiento entre las posiciones que defienden la mejora de las condiciones de vida de las personas migrantes y los que se muestran contrarios a ello, sin visos de amortiguarse a menos que haya cambio sociales y campañas concienciadoras al respecto.
En tanto no haya una sociedad que haga innecesario el forcejeo permanente para alcanzar la igualdad de derechos de las personas, estamos abocados a participar, consciente o inconscientemente, en la lucha migracionista de clases, con el fin de la plena integración laboral y la plena condición ciudadana de los inmigrantes. Ya está ocurriendo, y esto se incrementará en los próximos tiempos, con el permiso de los 4 jinetes del Apocalipsis.
Desde este punto de vista, prepararse para actuar libremente, esto es, con conocimiento de causa de las decisiones que se adoptan, nos parece necesario de cara a evitar quedar envueltos en la inercia populista que nos aleje del género humano que es la Internacional, como dice el himno de la clase obrera. De otra manera, tenemos pendiente abordar el análisis concreto de la situación concreta, que diría Lenin. Pues eso.
[1]Véase el Prólogo a la Contribución de la Crítica de la Economía Política de Karl Marx, https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/criteconpol.htm
[2]Informe sobre integración de la población extranjera en el mercado laboral, 2022. Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. (https://www.inclusion.gob.es/oberaxe/es/publicaciones/documentos/documento_0141.htm)
[3]En el sentido que lo plantea Karl Marx en su capítulo XXIII sobre la acumulación de capital del primer tomo de El capital.
[4]Según el estudio del ministerio, el abandono escolar entre la juventud extranjera duplica al de la española.
[5]Para un desarrollo más amplio y riguroso de esto véanse los planteamientos del Centro para la Investigación de la Crítica Práctica (https://cicpint.org/es) y, particularmente Del capital como sujeto de la vida social enajenada a la clase obrera como sujeto revolucionario del profesor Juan Iñigo Carrera.
[6]Real Decreto 497/2020, de 28 de abril, artículo 5.