«Feminismos»

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Por Amparo Mañés Barbé

Pasado el #8Marzo, tengo que decir que ese feminismo que proporciona sentido a la vida de tantas mujeres entre las que me incluyo, hoy -sin embargo- me duele. Porque me duele observar la división que el patriarcado ha conseguido instalar entre nosotras. No me refiero a las mujeres que, de forma deliberada, pretenden dinamitar el feminismo desde dentro sin haber sido nunca feministas. Me refiero a las mujeres de buena voluntad que creen que las instituciones que se dicen “gobiernos feministas y progresistas” no pueden sino representar las aspiraciones del feminismo y creen que las feministas que reivindican abolir crueles instituciones patriarcales nos hemos convertido, todas y de repente, en gente de derechas. Así es que se manifiestan con quienes nos traicionan, convencidas de que es lo correcto. 

También me duele ver a mujeres bailando con alegría en esas manifestaciones institucionales en un día que reivindica que los varones dejen de oprimirnos, de explotarnos, de ningunearnos, de maltratarnos, de matarnos. En definitiva, en el que protestamos por la injusticia de la desigualdad. Por eso me duele constatar que muchas mujeres han frivolizado la conmemoración de la desigualdad y la han convertido en una fiesta en la que no sé qué es exactamente lo que celebran… a no ser el triunfo del patriarcado al conseguir dividirnos. 

Por otra parte, me duele que esas manifestaciones institucionales realizadas el #8M dejen claro que una significativa proporción de las nuevas generaciones de mujeres incorporan con naturalidad a los varones a un “feminismo” emergente, en el que ya falta poco para que sean ellos quienes acaben encabezándolo. En Sumar eso ya es un hecho, por la vía de un varón que “se siente mujer”.

Y es que los varones se sienten cómodos en este nuevo “feminismo” emergente ¿Cómo no estarlo si no solo no les reprocha explotar a mujeres y niñas sexual y/o reproductivamente, sino que -por el contrario- considera que esa explotación no es tal, sino fruto de una libre elección empoderante a la que los hombres contribuyen de manera entusiasta? ¿Cómo no va a gustarles que ese feminismo vea natural que algunos hombres acaben con nuestros espacios de intimidad, seguridad…y nuestros espacios deportivos? 

Los varones se sienten muy cerca de ese feminismo al que le parece justo que, cuotas creadas para reducir la injusticia del abuso de los varones, las ocupen ahora algunos hombres, reparando así injusticias que contra ellos nunca se cometieron, o que, incluso perpetraron, desplazando a las mujeres, esas abusadoras. 

Hablo de un feminismo que pondrá fin a los techos de cristal, no porque ocupen puestos profesionales o de poder las mujeres, sino porque los ocuparán varones. Basta con que, por su mera voluntad, se declaren mujeres y se pondrá coto “a las abusivas cuotas femeninas” que apenas llegan -y solo cuando se ven obligadas las instituciones afectadas- al 40%; naturalizando cuotas masculinas del 60, 80 o 100%, esas sí, fruto de la pura justicia… patriarcal. 

Además, este nuevo “feminismo” asegura que las mujeres blancas occidentales somos unas privilegiadas que nada tienen que reclamar al lado de otras discriminaciones, sobre todo si son múltiples; más aún si no son de mujeres. Y que, por eso mismo, no otorga importancia a las estadísticas por sexo y acepta que cualquiera, con una mera “declaración de sentimientos” las distorsione, impidiendo así medir una opresión que se tornará invisible, fuera del foco que movería a la acción para combatirla. Un feminismo que manda a sus mujeres a atacar a otras mujeres por atrevernos a cuestionar que los deseos de los varones sean ley.

Un feminismo que dice que no hay uno solo, sino muchos feminismos. Que lo único que afea a los varones es algunas violencias, y aún esas, con muchos matices. Así, por ejemplo, la violación está mal, pero puede desactivarse por la vía del consentimiento en el que previamente se ha adiestrado a las mujeres para que les resulte muy costoso decir “no” a varones insistentes. O la violencia de pareja, que solo es violencia fuera de la cama. Porque basta con que la violencia se produzca en las relaciones sexuales para que entonces sea aceptada, si una no quiere ser considerada rancia o mojigata. 

En fin, que -visto lo visto- lo de “feminismos” en plural tenía su razón de ser. A ver si no cómo podría encajar este nuevo feminismo emergente tan de moda entre la gente joven: El “feminismo patriarcal”. 

Normal, pues, que ese feminismo lo único que no tenga nada claro es qué es una mujer, y que por eso acepte desdibujarse para que entren varones en la definición, dejándonos a las mujeres indefinidas e indefinibles. 

Pero yo, y muchas como yo, sí sabemos quiénes somos las mujeres. Somos, biológicamente, las hembras humanas adultas. Y socialmente, las que no tenemos derecho a ser nombradas, las que no tenemos derecho a la seguridad o incluso a la dignidad, las que tenemos miedo cuando un varón anda detrás nuestro a horas o lugares que se transiten poco o que nos hacen renunciar a hacerlo. Somos aquellas de las que se afirma que siempre mentimos. Somos las que resultamos cuestionadas cuando somos agredidas. Somos las olvidadas, por muchos méritos que hagamos a pesar de todas las dificultades. Somos las cosificadas, reducidas a cuerpos explotables sexual y reproductivamente. 

Somos las hipersexualizadas según los designios de los varones; o las veladas, tapadas o mutiladas por su capricho. Somos las que aceptamos que nuestro placer sexual se limite a proporcionar placer a los varones, nunca atender al nuestro. Somos las que tememos la violencia de los varones si les contrariamos. Somos las cuidadoras gratuitas incluso de algunos bárbaros agresores que acaban matándonos. Somos las que sabemos que ser mujer no es un sentimiento. Somos las antipáticas cuando protestamos por nuestra injusta realidad de opresión. Somos las canceladas y las censuradas. 

Pero, aunque les duela a muchos varones, también somos las únicas capaces de concebir la vida humana y las que menos la destruyen. Las que denunciaremos los abusos patriarcales cuando y donde se produzcan. Las que nunca nos rendiremos para conseguir un mundo mejor y más justo. Las que amamos a nuestros opresores porque sabemos que pueden ser mejores de lo que son. Las que seguiremos reivindicando nuestra emancipación, aunque intenten silenciarnos. Las que nunca nos rendiremos porque sabemos que nuestra lucha es necesaria y justa.

Somos la resistencia. Somos el FEMINISMO.

Y por eso volveremos a unir a todas las mujeres. Recogeremos los pedazos de las jóvenes que creyeron por un momento en el espejismo de la igualdad. Que se convencieron de que expropiar el cuerpo de una mujer para gestar y vender bebés era altruismo. Que pensaron que “cuidar” a los varones autodeclarados mujeres las hacía feministas cuando las hacía cómplices del patriarcado. Que creyeron ingenuamente que la pornografía y la prostitución nos convenía a nosotras y no a ellos. Que aceptaron que hay muchos feminismos porque en ellos se puede defender una cosa y su contraria.

Cuando descubran el engaño, ahí estaremos. Y el #8M volverá a hacer temblar los cimientos del patriarcado. Y ya no nos dolerá.

¡Juntas haremos historia!

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