Claustro

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CAPÍTULO 29

   Luna Anul no podría decir que lo que vio fuera un rey, más bien parecía el paje andrajoso del último de los mugrientos campesinos del lugar más mísero de cualquiera de los mundos de Aldebarán. Un ser con mirada perdida, con rostro famélico pero con un cierto estilo y al que parecía acompañarle un aura de somera dignidad de antiguo mandatario que sobrevivía en su porte y en su sencillez. Quizá fuese algo ridículo pero a Luna le pareció que, efectivamente, se trataba del Rey amarillo. Y, por cierto, no había nada amarillo en él a sí que le preguntó que por qué razón le llamaban así. 

   —Sobre el trono donde sujeto el universo hay escritos en amarillo una serie de signos indescifrables. Yo gobierno sobre los indescifrables, o más bien, bajo lo indescifrable.

   Luna no supo si intentaba hablarle en una jerga extinguida hace milenios o trataba de decirle algo. Aprovechó la ocasión para comentarle lo que sabía de su planeta y lo que había venido a hacer allí. Y el rey le comentó en tono solemne:

   —La verdad es que había escuchado hace mucho tiempo esa historia, creo haberla dicho yo mismo en este lugar y en otras circunstancias bien diferentes. Pasaba el día de la Reputación, una fiesta que celebraba el momento de la entronización del primer Rey de Carcosa, el primer Rey amarillo. Vinieron miles de mandatarios de todos los sistemas, incluso de los mundos exteriores, que creo que es de donde tú vienes. Fue un día que empezaba por “H”. ¡Qué recuerdos! ¿Has visto Carcosa? ¿Qué te parece mi reino? ¿Acaso no es el reino más hermoso de toda la galaxia? —Comenzó a reírse con una risa macabra pero doliente, se reía como si hiciera mil años desde la última vez.

   Luna no sabía cómo reaccionar así que se dejó llevar. El rey amarillo le llevó al salón del trono. Siguió a esa alma en pena por un grandioso salón, o mejor dicho, por lo que fue un grandioso salón, que ahora no era más que un solar repleto de restos de columnas abatidas, restos de lo que un día fue una lujosa techumbre y restos humanos por doquier. Al fondo de ese terrorífico lugar había un trono dorado. Nuestro rey se puso la capucha y se sentó en él. En ese instante aparecieron sobre él las letras de aquello que él decía indescifrable.

   —Poesía para náufragos.

   —¿Qué?

   —Poesía para náufragos, dicen las letras de su trono.

   —¿Cómo? —gritó exasperadamente el Rey amarillo— ¿Lo lees de verdad?

   En ese momento se levantó como animado por un resorte imaginario, cogió de las solapas a la caballuna Luna y la tiró en el suelo lleno de escombros.

   —Entonces puedes…entonces puedes…entonces puedes. —siguió repitiendo el rey amarillo hasta que Luna Anul se sumió en un sueño profundo.

   Soñó que leía una obra de teatro y que era tan terrible y tan sangrienta que llegaba a volverse loca. Soñó con una máscara y una historia sobre el poder del arte y del amor. Soñó que la perseguía un siniestro organista que quería robarle el alma. Soñó con que era una artista al que se le aparecía un siniestro vigilante de cementerio que se parecía a un gusano que salía por un ataúd. Soñó que perseguía un lindo gatito por las calles de París y que este le llevaba hacia la muerte. Soñó que estaba en la Comuna de París y que moría por el primer proyectil lanzado contra los comuneros. Soñó mil y una historias con todo lujo de detalles inexplicables pero cuando despertó estaba ya en otra habitación del palacio semiderruido del Rey. 

   —Sólo llevas dormida unos tres minutos pero me he dado cuenta de que eres tú, sin duda eres tú. Tantas muertes sin sentido, tanto desvelo, tanta pesadumbre, tanta miseria, la caída de una civilización por el deseo de poder…y, al final es una yegua la que puede leer el libro mágico. ¡Qué inefable es el destino! ¡Qué trágico y qué cómico al mismo tiempo! Nosotros pensábamos que éramos los más adelantados de la galaxia y sucumbimos ante nuestra propia desmesura, ante nuestro hambre de poder, ante… —el Rey paró ahí porque Luna siguió.

   —Tengo que hacerte una pregunta. ¿Has intentado leerlo tú? ¿No te has preguntado por qué oscuro libro ha muerto tu gente? ¿Por qué razón no estás muerto? ¿Acaso no estás reinando sobre la nada, sobre ruinas?

   —No, no lo puedes entender. Yo he podido leer el libro desde siempre pero…

   —¿Cómo que desde siempre? ¿Y has dejado que tu pueblo muera sabiendo que sólo tú podías leerlo? —Luna estaba desencajada.

   —Tenía que ser así.

   —¿Pero por qué razón? —Luna se llevó los cascos a la cabeza al pensar que una civilización entera había desaparecido por nada.

   —Para que tú vinieras, Luna. Para que todo pudiera tener sentido por una vez porque no se trata de la civilización, ni del desarrollo tecnológico, ni siquiera del poder. Se trata de la imaginación, se trata de la posibilidad de otro mundo, de otro universo, de dar misterio al misterio, de dar dolor al dolor, de dar esperanza a la esperanza. Y eso es lo que tú has hecho al venir aquí. Y por eso nunca podrás irte de aquí. No puedo hacer lo que me pides, entre los dos volveremos a elevar a Carcosa a dueña y señora del universo. Que se vayan preparando en tu planeta y en todos los planetas habitados del universo. ¡El Rey Amarillo ha vuelto!

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