Violencia con «consentimiento»: tú me agredes y yo lo siento

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Por Karina Castelao

Habeis oído hablar alguna vez de «El Caníbal de Rotemburgo»?

Para quien no conozca su historia o no la recuerde, voy a hacer un breve resumen intentando no caer demasiado en truculencias.

Armin Meiwes es un técnico de ordenadores alemán que se hizo conocido por asesinar y comerse en el 2001 a Bernd Jürgen Brandes, con el que había contactado por medio de foros de Internet en los que buscaba voluntarios para satisfacer su fantasía sexual de devorar a un ser humano. Para Meiwes sus deseos sexuales pasaban por crear un vínculo muy estrecho con sus amantes y engullirlos como forma suprema de unión al encontrarse así estos dentro de él. Bernd Jürgen Brandes era un ingeniero berlinés para quien la violencia y la tortura formaban parte de sus rutinas sexuales que respondió al chat. Tras una primera toma de contacto, fueron a casa de Meiwes, quien seccionó y cocinó los genitales de Brandes, que degustaron ambos, para, posteriormente, asesinarlo y comerlo el mismo día así como en sucesivos banquetes. Los meses siguientes los pasó buscando nuevas víctimas, lo que condujo a la policía a su captura.

Lo más sorprendente de este caso, si es que aún nos queda capacidad de sorpresa, fue que por este crimen Armin Meiwes solo fue condenado a 8 años de cárcel. La fiscalía quiso juzgarlo por asesinato con motivos sexuales y solicitó cadena perpetua. Los psicólogos y psiquiatras que examinaron a Meiwes dijeron que no estaba loco cuando cometió el crimen, pero consideran que la víctima no podía pensar racionalmente. Aun así, como la víctima dio su consentimiento al asesino, la defensa usó este argumento para que se considerase como homicidio a petición, una especie de eutanasia ilegal. Al final, y tras la apelación de la propia fiscalía, ha sido condenado a cadena perpetua que cumple en la actualidad.

A estas alturas ya todas sabemos que en el sexo, el consentimiento es una trampa sobre todo para las mujeres. Como dice Catherine MacKinnon “la regla legal del consentimiento es tan perversa que la mujer puede estar muerta y haber consentido”. Y aunque el artículo 178 de la Ley de Libertad Sexual define meridianamente lo que ha de entenderse como tal –“Solo se entenderá que hay consentimiento cuando se haya manifestado libremente mediante actos que, en atención a las circunstancias del caso, expresen de manera clara la voluntad de la persona”-, lo de “libremente mediante actos” es algo que aún hay quien no lo ha entendido. Como Carlos Vermut, quien tras haber sido denunciado por “violencia sexual no consentida”, manifestó desconocer si las víctimas habían consentido porque no le habían manifestado lo contrario.

Cuentan Teresa Lozano y Zúa Méndez que una de las víctimas escribió a la mañana siguiente del encuentro a una amiga: “me he enrollado con Carlos Vermut. Fue una puta mierda” “O sea me pegó dos tortazos porque no se la quería chupar. No digas nada okay?” “Vino a mi casa, quería forzarme, tía. Me asusté”. Cuando la amiga le pregunta si llegó a pasar algo, la chica le responde que “sí pero que fue horrible” a lo que la amiga le dice que si no le apetecía, debía haberse plantado. “Ya te digo que me asusté”. Recogen también que “en otro de los testimonios, la víctima asegura que intentó convencerse de que la violencia le tenía que gustar, que en muchas ocasiones se disociaba o trataba de reconducirlo para que fuera tierno, pero no lo consiguió. Sin embargo él no era consciente de nada de esto.” 

La cuestión aquí es que Vermut y muchas otras personas son incapaces de distinguir entre violencia y sexo. Dice nuestra feminista prosex de cabecera, Irantzu Varela que hay que “follar con gente que consensúa las prácticas, los placeres, los dolores y los moratones” como si fuera igual de sexo un acto que provoca goce con uno que provoca una lesión.

La violencia es, según la OMS, “el uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo (…) que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones” (mira tú por donde la propia Organización Mundial de la Salud define como violencia el uso de inhibidores pubertales en niños y niñas sanos, pero ese es otro asunto que ahora no toca). En román paladino, violencia es cualquier acto que tiene la intención clara de causar daño a otros.

A mí no me gusta que al término violencia se le pongan apellidos como si los actos violentos tuvieran una finalidad. No existe la violencia sexual como, por razones obvias, no existe la violencia correctiva. Lo que sí hay es diferentes maneras en las que la violencia puede manifestarse, vicaria, psicológica, económica, física… pero siempre teniendo en cuenta que violencia solo es una y que su único propósito es el de dañar a su sujeto.

La violencia es violencia siempre, medie consentimiento o no. Vaya por delante que causar dolor o lastimar a otra persona como medio de obtener placer o excitación sexual es un trastorno de la conducta sexual que se conoce como sadismo. Simultáneamente, obtener placer o excitación sexual siendo lastimados o recibiendo dolor que nos infringe otra persona, es otro trastorno de la conducta sexual que se llama masoquismo. Pero existen prácticas supuestamente controladas donde se bordean los límites de estos trastornos y que, en teoría, son seguras (aunque yo tenga mis serias dudas al respecto).

El problema surge cuando hablamos de “sexo duro” o “sexo violento” como eufemismo de lo que no son más que agresiones físicas comunes y corrientes. Porque abofetear, escupir, estrangular, morder o dar puñetazos es una agresión física sobre la que no estamos capacitados a consentir (recordemos que los Derechos Humanos son inalienables). Así que la única diferencia que hay entre el tortazo que se le propina a un mendigo a cambio de 20 euros, y el que se le da a una mujer durante un encuentro sexual es que en este último la agredida suele estar sin ropa y el agresor con una erección.

Porque, y esto es muy significativo, la violencia durante los encuentros sexuales suele ser unidireccional, es decir, es siempre el hombre el que agrede a la mujer (salvo en relaciones homosexuales, claro está) a excepción como dije anteriormente, de los entornos donde se desarrollan de una forma más o menos “seria” las parafilias sádicas y masoquistas (y de lo que no voy a hablar). Y de ello da buena cuenta el porno como ese banco de datos de atrocidades que practicar a las mujeres durante el sexo.

Carlos Vermut declaró que le gustaba estrangular a sus parejas sexuales y que, claro, en esa situación no era consciente de si la estrangulada quería o no que la estrangulasen porque no decía ni mú (algo que, llamadme loca, veo de lo más normal cuando te están apretando fuertemente el cuello). Para ser exactas, sus declaraciones no tienen desperdicio: «He practicado sexo duro siempre de manera consentida, otra cosa es que la persona en su casa después se sintiera mal y a lo mejor en el momento tuviese miedo a decirlo. Eso yo no lo puedo saber». «He estrangulado a personas, sí, pero de manera consentida. No lo estoy negando». «Una persona puede sentirse incómoda y a lo mejor no lo transmite de una manera en la que la otra persona lo pueda entender. También puede sentir miedo a agravar la situación (…) O que vas a generar que la situación empeore»

Y es que a veces empeora, muchas más de las que resultarían aceptables.

Hace un par de años, Grace Millane, una turista británica fue asesinada en Aukland, Nueva Zelanda, por Jesse Shane Kempson, de 26 años y a quien había conocido a través de Tinder, “como resultado – según declaró su abogado –  de un acto sexual consensuado que «salió mal»”.

Los abogados defensores de Kempson aseguraron que Grace Millane murió “accidentalmente”
ya que éste había restringido la respiración de Millane con su conocimiento y aprobación. “En pocas palabras, esta muerte fue un accidente”, señaló el abogado. Por fortuna, este caso, como ocurriera con El Caníbal de Rottemburgo, también terminó en una condena a cadena perpetua sin posibilidad de apelación.

No existe la violencia sexual, existe la violencia en contextos sexuales y es exactamente igual que en cualquier otro contexto. No es sexo estrangular, asfixiar, golpear o abofetear, son agresiones. No existe el consentimiento a ser agredido porque el consentimiento no se extiende más allá de nuestros derechos inalienables. No existen los “actos sexuales que salen mal”, son asesinatos.

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