Cuando Pandora abrió la caja

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Por Karina Castelao

Cuenta Hesíodo en su Teogonía y en Los Trabajos y los Días que Zeus ordenó que Hefesto crear a Pandora, la primera mujer, de la tierra y del agua con intención de utilizarla para castigar a Prometeo que había robado el fuego de los dioses y dado a la humanidad. Pandora recibió una serie de dones de cada uno de los dioses olímpicos, pero Hermes le otorgó “canina mentalidad y deshonesto carácter” y en su pecho “puso mentiras y fraudulentas palabras” (Los Trabajos y los Días, 67-68, 77-78)  Júpiter ordenó entonces que se casara con Prometeo, pero éste sospechó algo y la rechazó. Zeus entonces se la ofreció en matrimonio al hermano del titán, Epimeteo quien, a pesar de las advertencias de su hermano, aceptó. La boda se celebró y Zeus les regaló por el enlace una caja (en realidad una vasija de barro) cerrada con una tapa ordenándoles que no la abrieran jamás.


Pero Pandora, al terminar el enlace, sintió curiosidad por ver qué había dentro de la caja y la abrió desobedeciendo al dios. Y en cuanto levantó la tapa salieron como un huracán las enfermedades que nunca había conocido el hombre y emociones negativas como los celos o la ira que se esparcieron por el mundo de los humanos con rapidez. Pandora se apresuró a cerrar la vasija pero solo consiguió retener dentro la esperanza. 

Este artículo nace del cabreo, de la ira, de la rabia con la que millones de mujeres nos despertamos a diario al ver los titulares de prensa o las tendencias en redes sociales. Va a ser corto, no temáis, pero es que yo ya no puedo más.

Resulta que, según destacan los medios, las mujeres son las culpables de sus asesinatos, y no solo de los propios, sino de los las otras mujeres también. Aunque no las conozcan, aunque no estén ni vivas o vivan a miles de kilómetros. ¡Qué más da! Las mujeres somos culpables siempre de todo, todo el tiempo en todas partes, hasta de morirnos o que nos maten, y aunque quien nos asesine casi siempre sea un hombre.

Da igual que nuestro asesino sea pillado in fraganti, con el cuchillo goteando sangre o la pistola humeante que algo habremos hecho para que ese amantísimo padre de familia que llevaba a sus hijos al colegio, sacaba la basura y saludaba en el ascensor haya perdido el control de sus actos y se haya visto abocado irremediablemente a darnos lo que nos merecíamos.

Da igual que unos chavales asesinos, o presuntos asesinos, hayan acuchillado, amordazado, atado y puesto una bolsa de plástico en la cabeza a su propia madre que seguro que era ella que los maltrataba o los había maltratado en algún momento de su vida, como Nacho Abad (ese “prestigioso” periodista de sucesos que tanto sube una encuesta a Twitter para recabar opiniones sobre si lo de la Manada de Pamplona fue violación o sexo consentido, como cuestiona la cadena de custodia de los huesos de los hijos de Bretón) se ha apresurado a informarnos con todo lujo de detalles y conjeturas.

Da igual que esos presuntos asesinos, dos menores de edad adoptados por la víctima y de los que se desconocen sus circunstancias vitales previas a la adopción, se hayan ensañado con su madre y se hayan inventado una historia de un secuestro para ocultar el crimen, que su origen ruso da la clave del caso al explicar su conducta criminal la posible afición al vodka de su madre biológica durante el embarazo. No importa que no haya dato alguno sobre esa pobre mujer salvo el de haberse visto en la obligación de dar a sus hijos en adopción si es que estaba viva, que su comportamiento es la justificación del caso.

Porque las mujeres desde tiempos inmemoriales y como bien nos recuerdan los libros sagrados o mitos de cualquier religión o creencia, son la causa de todos los males del mundo, incluidos los que nos acontecen a nosotras mismas. Desde la pérfida Eva que incitó a Adan a pecar, a la irresponsable Pandora que abrió la caja de los truenos.

Más o menos todas las semanas, a veces incluso dos o tres veces, «muere» una mujer (por su culpa, debe ser, ¿quién le manda a ella morirse?) a manos de su marido, exmarido, pareja o expareja. Y todos los medios nos lo señalan y todas las redes sociales lo difunden. En ocasiones es la flamante ministra de Igualdad quien lo destaca diciéndonos que, claro, que natural si no denunciaron previamente. Al menos Irene Montero, o mejor dicho, su comunity manager tenía la decencia de asegurarse que el tuit plantilla no pareciera que revictimizaba a la víctima. Pero el nuevo ministerio de Igualdad ya no repara en esas nimiedades y si hay que cargar las tintas en lo que las mujeres no hacen para evitar ser asesinadas, pues se cargan y punto.

La noticia de anteayer en Castro Urdiales es más trágica todavía si cabe. Y es que el suceso de que una madre ha sido asesinada presuntamente por sus propios hijos menores, dos críos de origen ruso, ha hecho saltar como un resorte, no solo toda la xenofobia y filonazismo que cualquier hecho protagonizado por un originario de Rusia provoca actualmente, sino también toda la misoginia que conlleva un feminicidio.

Porque sí, el asesinato de una mujer de 48 años a manos, presuntamente de sus hijos adolescentes, es un feminicidio. Uno de esos feminicidios familiares que tienen como causa el rol femenino que desempeña la víctima (en este caso, madre), y que tienen como criterio ser mujer (para saber si el asesinato de una mujer ha de ser considerado feminicidio solo hay que responder a la pregunta de si el crimen se hubiera cometido igualmente si la víctima NO hubiera sido una mujer, en este caso, si los niños hubieran cometido el mismo crimen contra su padre). Eso es de lo único que podemos estar seguras. El móvil ya lo averiguaremos, o mejor dicho, ya lo averiguará la policía y ya nos lo aderezarán los medios para que parezca que el crimen ha sido consecuencia directa del comportamiento pasado o presente de alguna de sus madres, la biológica o la adoptiva.

Los presuntos asesinos son menores, así que debemos ser cautos en nuestras conclusiones y proteger su intimidad y sus derechos. Y, desde luego, alimentar rumores sobre las circunstancias que rodean el crimen solo los ponen en riesgo a ellos y revictimiza a la víctima (si ser revictimizada post mortem es posible). Pero eso de la prudencia a los medios y a las redes les da igual si dificulta las visualizaciones o no mueve los likes.

Nunca los dioses y los profetas imaginaron en eso de culpar a las mujeres de todo lo malo que ocurre en el mundo, la inestimable ayuda que les iba a proporcionar la prensa y las redes sociales del S.XXI.

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