¿Cuestionar o blanquear?

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Por Pilar Aguilar Carrasco

Entrevistaron a una feminista de larga trayectoria, gran autoridad y preclara inteligencia y le preguntaron su opinión sobre los partidos feministas. Y ella contestó que lo que le importaba no era que hubiera partidos feministas, sino que todos los partidos lo fueran. 

La respuesta que dio esta poderosa (mentalmente poderosa) feminista sorprende, por lo endeble. En efecto: dice que no le interesan los partidos feministas porque lo que le interesa es que todos los partidos sean feministas. Pues nada, apliquemos, mutatis mutandis, esa misma lógica y digamos que no interesa que los partidos sean feministas porque lo que nos interesa es que la sociedad lo sea…

Y sí, claro, sería maravilloso que todos los partidos fueran feministas, pero la pregunta es ¿y cómo se consigue? ¿convocando dos o tres manifestaciones al año? ¿escribiendo artículos razonados y fundamentados? ¿Organizando con mil sudores encuentros y jornadas donde se debata la agenda feminista? ¿siendo muy activas en las redes?… Las feministas hacemos todo eso: incansablemente batallamos, nos manifestamos, nos concentramos, protestamos, argumentamos, difundimos el feminismo con todas nuestras fuerzas y energías y de todas las formas que podemos (que son pocas porque los resortes y los medios de comunicación mayoritarios están vendidos al poder). 

Pero, durante estos últimos años, lejos de conseguir que se implementaran políticas feministas, hemos visto cómo los partidos en los que confiábamos, los que creíamos más cercanos, justamente ellos, han capitaneado el acoso y derribo del feminismo. Y lo han hecho de manera innovadora y sibilina. En efecto, las feministas ya no somos esas machorras mal folladas y feas que describía la derecha. Ahora, feministas somos todas, todos y todes. Y feminismo es cualquier cosa. O sea: han convertido el feminismo en un significante vacío. Y, no contentos con ello, han denigrado a las feministas (a las feministas que defendemos la agenda feminista, se entiende) y nos han cercado con un tremendo muro de ninguneo y silencio. 

Sí, esos partidos han practicado una política realmente nefasta. Y, en esta legislatura que empieza, no piensan enmendarla porque ¿qué han pactado entre ellos? Han pactado que “lo de las mujeres” que se quede como está: vientres de alquiler, prostitución, violencia, educación, salud, paro, etc.   

¿Qué ha cambiado? Pues han sustituido a una ministra que repartía coces (salvo a los trans) por otra que reparte sonrisas a todos, todas y todes por igual porque la amabilidad es su signo distintivo (pero no lo es su feminismo, ay). Han cambiado a una que invitaba a sus allegadas por otra que invita a las suyas. Y aquí paz y después gloria. 

Quizá esta ministra haga algún gesto en la buena dirección: ¿una campaña publicitaria contra la violencia hacia las mujeres? Puede. Pero ¿un cambio radical de política educativa, por ejemplo? Ni hablar. Los protocolos trans seguirán viento en popa y la educación afectivo-sexual feminista quedará para quienes, contra viento y marea, siguen intentando educar en igualdad. Esta es la realidad. Y las feministas que militan en esos partidos lo saben. No parece, pues, que esté dando muy buenos resultados su opción de estar en ellos para intentar cambiarlos desde dentro ¿verdad?

Entonces ¿cómo se consigue que los partidos generalistas practiquen y adopten medidas y políticas feministas? Pues nosotras, las de los partidos feministas, pensamos que quitándoles votos. Perder votos es lo único que les duele. Por eso hemos creado un partido feminista. Lo hemos creado sin dinero, sin medios ni ayudas de ningún tipo. Solo con militantismo, sentido de la justicia y de la igualdad. Como siempre han hecho las feministas, en una palabra. 

Y sí, es duro decirlo, pero pensamos que la militancia de reconocidas feministas en esos partidos de “izquierdas” lejos de cuestionarlos, los blanquea ya que el hecho de que grandes figuras del feminismo militen en ellos propicia el apoyo de otras mujeres que saben perfectamente que la ley trans es una locura, que se indignan del aumento de la violencia contra nosotras, que tienen conciencia de que lo que está ocurriendo es nefasto, pero que se dicen: “Si ellas, tan ilustradas, tan sabias, están aquí, habrá que estar, aunque sea a regañadientes”.

Veo, además, otro peligro muy grave: si parte del feminismo, cediendo a los halagos, a los gestos cariñosos y/o las prebendas, atenúa la protesta, calla y mira para otro lado, objetivamente contribuye a debilitar a todo el movimiento. Así de crudo. 

Tristemente algunas me recuerdan a Albert Camus cuando dijo aquello de: “Entre mi madre y la justicia, elijo a mi madre”.  

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