Claustro

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CAPÍTULO 25

   Había una vez dos halcones peregrinos que sobrevolaban sus dominios como dos enamorados del aire y de la vida y, de repente, se cruzaron con una polilla gigante. 

   —¿Qué tal está el aire? —dijo la polilla.—

   —¡Bien! —respondió la halcónida—.

   Cuando llevaban un rato volando, y mientras aprovechaban una corriente ascendente, el halcón macho dijo:

   —¿Y qué es el aire?

   Y es que, a menudo, no ponemos atención suficiente. Hay veces en que las realidades más obvias no son tenidas en cuenta. Se desvanecen de nuestra mente. Es como si no estuvieran ahí, en tan primerísimo plano que su misma evidencia las borra de nuestros ojos. Desaparecen para no ser observadas como problemas. Ovidio era consciente de ello y, sin embargo, disfrutaba de su condición. ¿Quién no ha pensado alguna vez en volar? ¿Quién no se ha sentido pájaro en sueños? Divisaba un valle frondoso donde los árboles alfombraban todo lo que su vista podía percibir. De vez en cuando adivinaba una carretera apenas transitada y el lecho de un río por donde apenas pasaba agua. Cientos de cabezas de ganado se contaban en las campas que sobrevolaba hasta que ya se cansó de volar y se paró junto a una de las casas que se sucedían al borde de la carretera. Aquí me quedo, se dijo para sí. Cerró esos extraños ojos de polilla y se concentró en convertirse en un ser racional. Al abrir los ojos se llevó el susto de su vida. Un viejo con una escopeta estaba encañonándole.

   El señor estaba sorprendido porque creía haber visto un insecto inmenso y salió a matarlo, en Karrantza no se andan con chiquitas decía el viejo.

   —¡Bueno, vamos a calmarnos! Se lo puedo explicar perfectamente. 

   — Antes debería usted vestirse, ¿no cree?

   Ovidio estaba completamente desnudo. Instintivamente se llevó sus manos a sus partes pudendas y se ruborizó. Le costó lo suyo convencer al amable señor de que no lo matara allí mismo pero acabó abandonando su casa con un vetusto chandal de Tactel. Al parecer era lo único de lo que el señor podía desprenderse. Le comentó también dónde se encontraba e incluso le dio dinero para coger el tren y un poco de queso de Carranza para saciar su apetito. Pero lo que más le sorprendió fue saber que estaban en 2025 y que estaban a las puertas de la las elecciones más trascendentales de la historia de la humanidad. Había dos bloques, el Partido de las Mujeres y el Partido Económico y una multitud de pequeños partidos de carácter más local aunque sin posibilidades de ganar. Tan sólo quedaban dos días para la votación de más de ocho mil millones de personas. Para ello se habían distribuido cabinas de votación por todos los pueblos del planeta y hasta la posibilidad de votar telemáticamente.

   Ya en la estación de tren, en el barrio de Ambasaguas, aunque los lugareños lo denominaban simplemente La Estación, Ovidio repasaba mentalmente sus siguientes pasos pero el tren no pasaba. Sabía que estaba muy cerca de su objetivo pero le preocupaba sobremanera lo que hubiera pasado en su ausencia. Eran ya tres años desde aquel infausto día y habían pasado de forma rapidísima. Él ya no era el mismo. ¿Acaso lo es alguien una vez pasado el tiempo? Se acordó de la paradoja del barco de Teseo. Los jóvenes que volvieron desde Creta tras la derrota del minotauro se hicieron famosos. Se decía que el barco de Teseo tenía treinta remos, y que los atenienses lo conservaron hasta la época de Demetrio Falero. Lo que dice la paradoja es que se retiraban periódicamente las tablas dañadas y se reemplazaban por otras nuevas. La cuestión era que muchos decían que ese ya, hacía mucho tiempo que no era el barco de Teseo mientras que otros seguían diciendo que, a pesar de las reparaciones, ese seguía siendo el barco de Teseo. La cuestión es que la identidad de las cosas que crecen está puesta en duda. Nosotros ya no somos la persona que éramos cuando fuimos niños. Nuestro cuerpo ha cambiado. Pero también ha cambiado aquello que nos mueve. Ha cambiado nuestra forma de afrontar los problemas e incluso los mismos problemas que nos afectan son diferentes. ¿Cuál es, pues, nuestra identidad? ¿Acaso todo por lo que hemos pasado nos convierte en lo que actualmente somos y por tanto somos los mismos aunque no lo veamos? ¿O, por contra, todo lo que fuimos ayer nada tiene que ver con lo que seremos mañana? ¿Somos, por lo tanto, varias personas? ¿Qué es la identidad humana? ¿Se forma con las vicisitudes de cada uno? ¿Se mantiene con el tiempo? ¿Somos el número de nuestro carnet de identidad? ¿Nos percibimos siempre igual? ¿Avanzamos o retrocedemos? ¿Nos estamos traicionando constantemente? ¿Por qué razón sigo ahora con esta historia? ¿No sería mejor dejarlo ya y ponerme a dar clase a los cazurros de siempre? ¿Habrán cambiado esos cabrones? ¿Se habrán hecho las preguntas pertinentes que nos salvan a todos? 

   En estas estaba Ovidio cuando pasó el tren con una hora de retraso. Pensó que este debía ser el tren de Teseo dado el número de remiendos que podía apreciar a simple vista. Se montó en el tren y disfrutó de las vistas que ofrecía aquel paradójico lugar. Un lugar hermoso y bello muy cerca de la populosa ciudad. Dos horas después estaba en Bilbao. Nada más salir de la estación se decidió a pasar por su colegio y presentarse. No se daba cuenta de que sus actos iban a tener un repercusión internacional a dos días vista de las elecciones más importantes de la historia de la humanidad.

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