La historieta que le faltó a Ibáñez

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Cuartel general de la TIA (Técnicos de Investigación Aeroterráquea), 1978.

Mortadelo y Filemón lo habían logrado. Ambos detectives habían encontrado a la mujer española más portentosa y atlética de los años 70: Carmen Valero. La primera atleta del país que participó en unos juegos olímpicos, en concreto Montreal 76, era el sujeto ideal para el nuevo experimento del profesor Bacterio. El científico jefe de la TIA se proponía una meta tan ambiciosa como todas las suyas: a través de su máquina del cambiazo iba a mandar a la mujer más talentosa y capacitada de su momento hasta el futuro, a demostrar todo lo que podrían hacer hembras con el potencial de Valero en una época donde no hubieran tenido que soportar el mismo calvario de actitudes machistas y retrógradas que ella había tenido que vencer para poder competir. Esperaban todos en la sala que este experimento no compartiera también, al igual que sus altas expectativas, los desastrosos resultados que solían caracterizar todos los proyectos del barbudo investigador.

—La chica ha sido campeona del mundo en cross en 1976 y 77 —refirió el científico—. A pesar de haber tenido que soportar tratos tan humillantes como el de un directivo que le espetó que no le daba instrucciones para el campeonato del 76 «porque las mujeres eran unas culonas y pechugonas». De modo que si mis cálculos son correctos en 2024 podrá convertirse en una atleta que hoy no podemos ni imaginar. Y de ella y sus progresos obtendremos la base para convertir en supermujeres a cualquier fémina de la organización.

El súper, Mortadelo y Filemón observaban la escena con escepticismo. Ya en 1971 la máquina del cambiazo había propiciado un descacharrante fracaso que había puesto en peligro todo el equilibrio espaciotemporal. Por fin Mortadelo habló:

—¿Usted oye la sarta de chaladuras que ha soltado el barbas, jefe?

—Qué me va a explicar, oiga. A mí lo que me da pena es esa pobre chica involucrada en las chifladuras del bestiajo esquizofrénico ese.

—¡Silencio! —gritó el súper—. Cualquier cosa que mejore el nivel de esa vaca marina de la Ofelia nos irá bien. Esta mañana le pedí el informe sobre Joe Matraca y lo que hizo fue poner una traca de petardos en el pasillo. A ver si la señorita Valero puede ayudarnos.

—Claro que podré. Pregúntele a aquel directivo. Volví con mi medalla y le dije «así ganan las culonas y pechugonas» —explicó la atleta—.Será un honor para mí ayudar como pueda a que ninguna otra mujer tenga que soportar algo así. Y ya habían intentado decirme que no podía correr 10 kilómetros cuando yo entrenaba 25. Por suerte mis compañeros masculinos me apoyaron, llegaron a decir a los directivos que más valdría que ellos corrieran como yo…

—Bueno, bueno, no nos cuente rollos —la cortó el súper—. ¡Ofeliaaaaaaaaaaaaaaa! Mire a ver si el equipaje de la señorita Valero lleva todo lo que le encargué: algo de vituallas, material de entrenamiento, brújula y mapas…

—¡Voy corriendo como una gacelilla, señor súper!

—¡Ya será como una hipopotamilla! —dijo el mostachudo gerifalte de la organización.

Carmen Valero observó de nuevo el mismo trato de desprecio y humillación que ella conocía de los federativos del atletismo en el súper y su secretaria y se sintió presa de una tremenda ira y rabia. Seguro que aquí también los subalternos eran más respetuosos, pensó. Pero las bromas de Mortadelo y Filemón entre sí la sacaron del error:

—¡Vituallas, jefe! ¡Le pidieron vituallas! ¡Como si esa ballena neurasténica pudiera dejar de comerse ni una migaja que esté a menos de un metro!

—¡Sólo para las pechugas ya necesitaría una bolsa entera!¡Jua, jua, jua!

Esta actitud acabó de soliviantar a la mejor atleta española de los 70 y por pura rabia decidió partir de inmediato:

—Mándeme ya a una época mejor, profesor.

—Como quiera. Aquí va usted, al 2 de enero de 2024. Para aprovechar el máximo ese año donde seguro que ya se respeta a las mujeres sin que las fiestas de comienzo del mismo interfieran.

La atleta entró en la máquina, mientras el profesor Bacterio calibraba las ondas y campos electromagnéticos del artefacto para buscar a una mujer del 2024 asimilable a Valero. Por fin la encontró: una mujer morena, relativamente joven y de cuerpo atlético emergió de la puerta del ingenio:

—¿Qué es esto? Estaba aún reponiéndome de haber dado las campanadas en la tele y…—dijo esta mujer.

El profesor Bacterio tomó la iniciativa, y le hizo unas cuantas preguntas y observaciones, dando por sentadas algunas ideas que tenía sobre la sociedad de 2024:

—Es usted una gran deportista ¿verdad? Acaba de lograr un gran campeonato gracias a la ayuda de su federación y es una ídola que todos admiran, salieron a celebrarla…

—¡Pero cómo que gracias a la federación! Mire usted, me llamo Jenni Hermoso, y es verdad que formaba parte de un equipo de fútbol que ha ganado el Mundial. Pero lo que hemos recibido de la federación ha sido un paternalismo condescendiente absurdo en el mejor de los casos y uno de los directivos hasta me pegó un beso en los morros sin pedirme permiso.

—¿Cómo dice? ¿Viene usted de 2024?

—Evidentemente. Justo antes de venir estaba triste porque me he enterado de que otra mujer pionera, como yo, había muerto, y me decía viendo lo que ponía en los periódicos que la situación no había cambiado nada. La pobre Carmen Valero.

Al oír ese nombre Bacterio entró en pánico. Había enviado a Valero justo al día de su muerte, y para colmo, ésta parecía haber ocurrido en una sociedad que no era mejor que la de 1978. Temía que los efectos provocados en el espacio tiempo por la muerte de Valero en el futuro dañaran a la Valero del presente en 2024.

—¡Bacterio, pedazo de burro, más le vale traerla de vuelta entera o si no…! —dijo el súper mientras empezaba a cargar un trabuco de mediados del siglo XIX.

—¿Pero a quién se le ocurre ponerse en manos de la catástrofe barbuda? —dijo Mortadelo sonriendo sarcásticamente.

—Bueno, bueno. En seguida la recupero. Señorita Hermoso, lo lamento, todo ha sido una confusión. Vuelva a entrar allí.

Bacterio supuso que así se acabaría todo el lío, pero para su sorpresa la Valero que emergió de la máquina era su versión fallecida de 2024. Cuando el cadáver cayó encima del súper este se asustó y luego montó en cólera:

—¡Yo me lo cargo! ¡Me lo cargoooooooo…! —dijo el súper mientras estrangulaba con sus propias manos al científico.

—No lo deje a medias, señor súper, que si se deja sin completar la eliminación de las plagas luego es peor —jaleaba Mortadelo.

—¡Basta! Ahora mismo se van a ir a 2024 en busca de la señorita Valero —gritó el jefazo de la organización— Y no vuelvan sin ella o van a quedar dos vacantes en la TIA.

—Bueno, bueno, si avasallar —murmuraban Mortadelo y Filemón mientras entraban en la máquina.

Poco después los dos agentes estaban de vuelta con la señorita Valero de vuelta y un extraño ser que se aferraba a la atleta. Un tipo calvo y sonriente que no paraba de besuquearla.

Mortadelo, ¿quién es ese tipo? —gritó el súper—. ¡No tenemos bastante con un burricalvo que nos meten otro más!

—Se echó encima de ella en cuanto apareció en el lugar de la Hermoso esa.

—¿Quiere decirme quién es usted?

—Me llamo Luis Rubiales y estoy celebrando con la señorita el que he logrado enseñar a las niñas a practicar deporte—dijo el baboso que estaba pegado a Valero—. No ha habido malicia de ninguna de las dos partes.

—¡Esto es demasiado! ¡Voy a hablar con mi tío!—dijo muy enfadada Valero cuando logró zafarse del abrazo de aquel indeseable.

Al instante el director general de la TIA entró hecho una furia en la habitación. Carmen Valero le explicaba el motivo de su disgusto:

—Sí, tío, me dijeron que me enviarían a un sitio mejor a desarrollarme y me han insultado, maltratado y traído a ese orangután pelado que me ha hecho cosas muy malas. ¡Y encima querían que les dejara muestras de mis tejidos!

—Deja, sobrina, que yo me ocupo —dijo el director general y agarró por el cuello al súper mientras empuñaba su bastón a modo de arma.

—¡Se.. señor director! ¡No me diga que eran ustedes familia! ¡Ay, no, en la cabeza noooooooo!

Todos observaban la somanta de palos que el director estaba propinando al súper, pero el doctor Bacterio aún sacó fuerzas para pedir a Valero que le dejara estudiar el caso y buscar un entorno mejor donde definitivamente pudiera desarrollar su capacidad. Valero le respondió con un bofetón. Mortadelo y Filemón intentaron ayudar al súper cuando el director general acabó la paliza que le había administrado y ya se iba amenazándole con consecuencias profesionales. Pero el súper arrugó la cara y Mortadelo y Filemón comprendieron que era mejor emprender la huida. El súper fue visto en algún lugar de la selva congoleña armado con una ametralladora gritando:

—¡MortadelitooooooooooFilemonceteeeeeeeeeeee! Vengan, vengan, que les voy a dar maquinita.

Tras un bosque de palmeras Mortadelo, disfrazado de indígena africana con un bebé a cuestas, que era en realidad un fardo donde ocultaba a Filemón, preguntaba:

—¿Cree que nos encontrará, jefe?

—¡Calle y recoja cocos, burricalvo! ¡Grrrftx! ¡Como alguien vuelva a hablarme de abusos…!

Y Rubiales, que también había ido a parar a aquella jungla como resultado del ajetreo y la confusión, observando a aquella indígena que él creía auténtica se decía:

—¡Joder, hasta aquí he logrado que las niñas aprendan a hacer tareas duras! ¡Hay que ver cómo está esa negrona! ¡Voy a darle un piquito!

Dedicado con respeto y admiración a Carmen Valero, una mujer pionera que nos dejó el pasado dos de enero. En el enlace que les he puesto pueden comprobar que en esta inventada historieta todos los datos que doy sobre su carrera son ciertos. Su lucha enlaza con la que hoy protagonizan las ganadoras nacionales del mundial femenino. Ojalá Valero hubiera tenido las redes y un movimiento de #SeAcabó

Carmen Valero muestra una de sus medallas de campeona mundial de cross.

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