Los hombres y los probadores

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Por Karina Castelao

Ya sea la penetración anal o la separación de probadores, los hombres siempre se sienten autorizados a opinar sobre lo que opinan las mujeres respecto al asunto que sea.


Será que ellos tiene más conocimiento sobre nuestro placer sexual, que para eso más del 65% de las mujeres heterosexuales no tienen unas relaciones sexuales satisfactorias, será lo acosados que se sienten ante las miradas lascivas de las madres de imberbes a través de las rendijas de la cortina del probador cuando se están probando los vaqueros, que siempre hay algo que decir en todas partes al mismo tiempo. Tiene que ser agotador.

Lo curioso es que muchas de las veces se sienten legitimados a hacerlo no por los ánimos de otros hombres, sino por las disculpas de muchas mujeres, esas pick-me de las que hablaba el otro día y que tienen un radar infalible para descubrir la honestidad y la razón en los hombres mientras que solo perciben infantilismo y envidias en las mujeres. Eso también tiene que ser agotador.

El caso es que, tanto unos como otras parecen olvidar aquello de que lo personal es político, y que lo que te pase a ti o a mí no tiene porqué pasarle al resto de las mujeres y que en esto de preservar derechos, ser una excepción no puede conventirse en regla.

Esto no va de lo que a mí me gusta en el sexo, sino de porqué eso me gusta cuando a una gran mayoría, no. Ni va de que yo quiero que mi novio vea cómo me queda un vestido, sino de porqué va entrar en el probador solo de mujeres para verlo.

Veréis, sobre cualquier asunto que ataña a las mujeres en lo personal: sus miedos, inseguridades, sentimientos, creencias, deseos, etc, los hombres no tienen absolutamente nada que opinar. Y el resto de las mujeres solo desde el punto de vista político, no particular.

Es decir, las mujeres podemos opinar de los aspectos personales de otras mujeres para politizar sobre ellos: si a todas o a casi todas nos pasa, es un asunto político. Por ejemplo, la violencia que ejercen sobre nosotras los hombres, las dificultades de promoción profesional, la discriminación laboral por ser madres, la invisibilización en la investigación médica, la feminización de la pobreza, la brecha orgásmica, y un largo etcétera. Y también, la vulnerabilidad que sentimos en los espacios públicos donde nuestra intimidad está expuesta.

Es exclusivamente asunto nuestro reclamar soluciones a todos estos “inconvenientes” porque somos solo nosotras las que los padecemos y podemos reconocerlos como tales.


Si a mí me parece que la solución ha de venir de arriba a abajo, mediante leyes, medidas o normas, tengo toda la legitimidad para decirlo porque sé en primera persona de lo que hablo, porque esos “inconvenientes” también los he sufrido (como todas) y porque desde mi análisis político no creo en soluciones individuales.


Y si para otra la solución pasa por pedir a las mujeres que tengan tal o cual actuación individual, puedo no estar de acuerdo, pero no voy a desacreditarlo porque reconozco en mí sus cautelas y puedo, literalmente, ponerme.en su lugar. Intentaré rebatirlo y argumentar en contra, pero no tacharla de trastornada y mofarme de su iniciativa.


Sin embargo, bajo ningún concepto eso podría hacerlo un hombre por muy aliado y empático que se crea. Por un lado, porque las soluciones que pueda buscar no solo puede que ya las hayamos pensado otras, sino porque probablemente no respondan a nuestras necesidades reales (de ahí los sistemáticos fracasos que suponen las propuestas de los hombres para solucionar los problemas de las mujeres y no, aunque Camile Paglia lo diga, la lavadora no la inventó un hombre, sino una mujer, la española Elia Garci-Lara Catalá). Y por otro, porque con sus críticas menosprecia y ridiculiza experiencias por las que él nunca va a pasar.

Y en lo referente a las que no pueden renunciar a que su pareja hombre vaya con ellas hasta a hacer de vientre y tachan de locas de los probadores a las que prefieren colgar en el gancho el abrigo y el bolso, solo recordarles que eso ya lo decía Simone con lo de que el opresor no sería tan fuerte si bla, bla, bla… o dicho de otro modo, si no aportas, aparta. Si no vas a decir algo que nos beneficie a todas, mejor, cállate.

Si las mujeres opinamos sobre los sentires de otras mujeres lo tenemos que hacer desde el punto de vista político, no sobre particularidades de si «mi marido no hace» o «tu marido sí hace». El patriarcado nos afecta a todas, a las que nos parece respetable el miedo de cualquier mujer y también a las que le parece ridículo. Es por la seguridad y los derechos de todas, incluso en contra de los deseos de algunas. 

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