Qué manos más grandes tienes… abuelita

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Sonia Mauriz Pereira

«Las autoridades deportivas no tienen en cuenta la importancia del deporte femenino y tenemos que decidir sobre nuestros cuerpos, en función de lo que sea bueno para nosotras. No debe ser el otro sexo el que decida a qué tenemos que parecernos».

Hasta aquí ninguna objeción ¿Pero y si os digo que esta frase la ha dicho Caster Semenya? La cosa cambia substancialmente. Porque Caster es biológicamente un hombre, un hombre con DSD 46XY que provoca deficiencia de esteroide 5-alfa-reductasa. No es una mujer con un cuerpo diferente, es un hombre con una condición médica diferente.

Una de las consecuencias de ello es que triplica la testosterona de una mujer, incluso de una deportista, que suelen tener un índice un poco más alto. O sea, lo normal en un cuerpo masculino.

En el caso de esta persona el índice de testosterona es de lo que más se habla porque en 2018 la IAAF (Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo) modifica los límites de cantidad de esta hormona para competir en medio fondo, lo marca en 5 nanomoles/litro durante 6 meses. El baremo medio sería en mujeres entre 0,7-2,8 y en hombres 6,9-34,70. Un 5 como vemos ya incluye excepcionalidades y abre mucho el abanico cuando el consumo de testosterona es considerado dopaje y hay países que se han sometido a sanciones muy duras por promocionarla entre sus atletas. A las que además se les ha provocado daños crónicos a su salud.

Esta norma dejaba fuera de los 800 m a Caster pero no de distancias más cortas en 400 m o más largas en 5000 m. Si bien la presidencia de la IAAF en su momento explicó que intentaron blindar la categoría femenina en todas las distancias la justicia ordinaria tumbó esta medida que sí fue posible en 800 m. Justo la distancia en la que sí destaca Caster, en 5000m pesa como 10 kg más y es gigantesca frente a las mujeres, además no destaca igual la fuerza explosiva más óptima propia de un sistema cardiorrespiratorio masculino. Porque la cantidad de testosterona no es un índice baladí modificable y ya está, la mayor cantidad de esta hormona durante el desarrollo de un cuerpo lo moldea de una manera definida y lo hace óptimo para un tipo de esfuerzos. Por ello se considera dopaje su uso, porque provoca una ventaja, pero no por sí misma, por las modificaciones corporales que conlleva.

Aún así a Caster no se le dan mal las diferentes distancias pero pierde su ventaja desproporcionada y aquí comienza el trilerismo del transactivismo. Caster no es trans pero sí un caso a utilizar para sus propios medios, como vender la idea de que no hay ventaja de cuerpos masculinos, es más que quién dice que son masculinos y no mujeres diferentes y que por tanto no amenazan al deporte femenino si no que se incluiría a otro tipo de mujeres.

Pero ni hay tipos de mujeres ni es inclusión, cuando se incluye a un hombre se excluye a una mujer. Hemos visto incluso a cargos políticos a los que se presupone una formación hablar de «participación», olvidando que el deporte profesional es «competición», no participación como si de jugar todos juntos en el recreo habláramos.

El deporte debe asegurar la igualdad competitiva y es por ello que existen categorías de deporte adaptado, por edades y sexo.La categoría femenina ha permitido no solo asegurar esta igualdad, también nos ha visibilizado, no solo en nuestra capacidad para practicar cualquier deporte, es interesante ver como cada sexo tiene particularidades propias en cada práctica deportiva.

Estos últimos años hemos oído mucho las diferentes características del fútbol masculino frente al femenino, ni mejor ni peor. Y de hecho es para mí un síntoma muy esperanzador oír comentarios de hombres sobre que prefieren ver fútbol femenino.

Volviendo al caso de Caster, presentó en su momento impugnaciones al Tribunal de Arbitraje Deportivo y al Tribunal Federal Suizo que fueron rechazadas. Finalmente el año pasado el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le da la razón, de aquella manera que se dice en mi tierra.

Y aquí es interesante ver cómo funcionan los medios y asociaciones transactivistas que corrieron a apoyar el caso. Venden la sentencia como una victoria pero sinceramente blinda aún más la categoría femenina.

El tribunal falla que se discrimina a Caster pero que es una discriminación necesaria para proteger las categorías femeninas. Lo que se conoce como discriminación positiva, un concepto que nace para equiparar porque la igualdad entre desiguales es injusta. En cristiano, el cuerpo masculino de Caster provoca ventajas injustas. Así por ejemplo, en deporte adaptado no todos los tipos de discapacidad compiten entre sí, así vemos el caso de atletas albinas que no pueden competir contra ciegos totales. Nadie lo ve injusto ¿verdad? Nadie señala exclusión.

El año pasado además cambia la legislación internacional deportiva debido a los crecientes casos de transfemeninos en categoría femenina, que provocaron abandonos de mujeres del deporte, protestas de atletas y presión social. Se deja la decisión de participación de trans a las federaciones y se reduce el límite de testosterona a 2,5 para cualquier prueba que puntúe en ranking internacional.

Sí doy la razón en algo a Caster y es que no se debería desde las organizaciones deportivas obligar a la medicación. Es más, creo que debería estar prohibido ya que juega con la salud de los deportistas y uno de los valores del deporte y sus organismos es promover la salud. Curioso una vez más el argumentario transactivista en este caso. Señalan como injusto e insano obligar a Caster a tomar medicación que bloquee la producción de testosterona como algo dañino para su salud. Sí, los mismos que no ven problema en bloquear pubertades y dar hormonación cruzada a adolescentes. En el segundo caso según ellos es inocuo y reversible, en el caso de Caster envenenamiento. En ambos casos va en contra de una salud óptima pero en el caso de organismos internacionales obligar a ello debería ser delito. Simplemente hay categorías por sexo y ese debe ser el único ítem a considerar. Juegan Caster y sus apoyos LGBT con la buena predisposición social con argumentos del tipo ‘es que se intenta imponer un modo de ser mujer o de parecer serlo’.

No hace falta ser Licenciada en Filosofía para saber qué ser no es parecer y que aunque midiera 1,50 m y pareciera una Barbie su condición cromosómica y sus testículos pertenecen al mundo material y no son relativos culturales. Tal es así que el funcionamiento de sus testículos es el que provoca su producción testosterónica y que eso le impida bastante tener el cuerpo propio de una mujer que no es y no parece. Ser es un hecho, parecer una opinión.

Así si volvemos al párrafo introductorio, cierto es que los organismos deportivos no dan importancia al deporte femenino, si fuera así no estaría en peligro la categoría femenina. Las normas internacionales habrían tenido en cuenta que protegen categorías profesionales y habrían asegurado la igualdad competitiva frente a inclusiones forzadas de marketing y de priorizar intereses de patrocinadores deportivos. Inclusiones que no se fuerzan en deporte masculino.

Hay que exigir que en las cúpulas políticas deportivas haya como mínimo paridad de sexos para asegurarnos de que efectivamente seamos nosotras las que decidimos. «No debe ser el otro sexo el que decida a qué tenemos que parecernos». (Vaya ¿el sexo no era un espectro y el binarismo algo colonial y antiguo?). Exacto Caster, no deben decirnos a qué parecernos, pero es más absurdo aún que el otro sexo nos diga qué somos.

Porque en competencia deportiva compiten realidades materiales, anatomías, no compiten semejanzas, ni pareceres. Hay mujeres muy fuertes, enormes, con características físicas no tradicionalmente femeninas pero son mujeres, casos como Vanessa Williams en tenis, Diana Laurasi en baloncesto, Lidia Valentín en halterofilia… que cuando compiten lo hace un cuerpo que ha parido, que sufre un ciclo o las consecuencias de la tríada de hierro con más prevalencia en atletas mujeres, compite una anatomía femenina con una no ya semejante sino con una igual. Al margen de cómo se vistan y muevan fuera de la pista.

Así que sí, Caster, el otro sexo no debe decidir sobre nuestros cuerpos o que debemos parecer. Y por eso vamos a defendernos del instrusismo disfrazado de inclusión.

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